Capítulo 8

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Cian y Azize llegaron a la ciudad y dejaron los caballos en un establo para poder caminar por las calles. Por las dudas se cubrieron con las capuchas de las sencillas capas que llevaban pero la princesa notó que la gente no les prestaba mayor atención.

Al principio se sintió nerviosa, pero luego se relajó y disfrutó de lo que había soñado mucho tiempo, podía caminar por las calles como un ciudadano común.

Había visto aquel lugar desde su carruaje o acompañada por una escolta que la mantenía alejada de la gente, era curioso que el hombre que iba a su lado fuese quien alguna vez la hubiera mantenido aislada.

Pensó que no había pasado tanto tiempo desde la época en que Cian se hubiera horrorizado de que ella sugiriera mezclarse entre el pueblo.

Ahora era su esposo, y la acompañaba mientras recorrían el empedrado . Llegaron hasta el mercado y la chica se sintió atraída por los sonidos, los colores y olores tan diferentes a su Palacio, allí había más bullicio, más desorden y , definitivamente, más vida.

Un aroma dulce llegó hasta ellos y Azize se acercó a un puesto de comida callejera, una anciana preparaba pastelillos dulces. La chica desvió la mirada hacia su guardián.

-¿Quieres probarlos? – preguntó él y ella asintió.

-Denos dos ...- pidió Cian y le pagó a la mujer que les entregó los pasteles de miel y especias aun calientes.

Azize le dio un mordisco al suyo.

-Cuidado...vas a quemarte- le advirtió el joven y la anciana les sonrió.

-Hacen una pareja muy bonita – dijo y él bajó la cabeza como agradecimiento por el cumplido.

-¡Está delicioso! – exclamó ella sorprendida, estaba acostumbrada a comer manjares en el palacio, pero este pastelillo tenía un sabor exquisito, quizá resaltado por la libertad.

Cian la miró divertido y luego elevó la mano hacia su rostro para limpiar con sus dedos las migas que habían quedado en los labios de la chica. Ella se sonrojó por aquel gesto, no pudo evitar un estremecimiento al sentir los ásperos dedos del guerrero deslizarse con suavidad sobre su boca. Además era inusual que él se permitiera un gesto tan íntimo frente a otros.

-Come despacio, aquí tienes más – le dijo Cian y le ofreció el que tenía.

-No, está bien .Cómelo tú – contestó Azize a quien de pronto le costaba tragar. Se había puesto nerviosa.

-Bien, más tarde pararemos a comer algo en alguna fonda. – le dijo él comiendo su postre y siguieron caminando entre los distintos puestos.

Al principio la joven se movía con cautela, pero de a poco tomó confianza y empezó a recorrer el lugar con seguridad. Se detuvo a mirar telas y accesorios Cian estuvo a punto de ofrecerle comprarle alguno, pero recordó que ella tenía muchos, y la mayoría eran de oro y con piedras preciosas.

Sin embargo, allí parecía una joven cualquiera, su belleza seguía haciéndola destacar pero había perdido aquella rigidez que tenía siempre, se la veía alegre y muy joven, más de lo que era.

Él la siguió de cerca, sin perderle pisada.

Y cuando la joven se detuvo ante un corro de gente a observar a los trovadores que actuaban en la calle se aseguró de abrirle el paso para que ella pudiera mirar de cerca y se quedó parado detrás para cuidarla. Había bastante gente apretujándose para observar el espectáculo así que Cian rodeó desde atrás a Azize con los brazos y la acercó a su pecho para protegerla.

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