Epílogo

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Había estado soñando con intrigas palaciegas, combates y nobles codiciosos, pero al despertar sintió el aire fresco en el rostro.

No estaba en el palacio, ni era reina aún, con suerte faltaría mucho tiempo para eso.

Y lo más importante, no estaba sola.

Se había quedado dormida debajo de la sombra de un árbol en el bosque y al levantar la mirada vio aproximarse al hombre que amaba trayendo en brazos al hijo de ambos.

El príncipe Cayzen había cumplido un año y era amado, consentido, aunque también temido por algunos sectores, pero Azize no se preocupaba por eso, ni por el futuro, porque el niño estaba muy bien protegido. Más que nunca quería ser un buen gobernante, para crear un lugar feliz y próspero para su hijo y para los otros que vendrían luego.

Pero por ahora no tenía prisa, cada instante era valioso y feliz.

-¿Descansaste? – preguntó Cian sentándose a su lado y el bebé estiró sus bracitos hacia ella.

-Sí. ¿Dormí mucho?

-Lo suficiente para que te extrañáramos – respondió él y ella sonrió. Había tenido una mañana complicada con visitas extranjeras y pactos comerciales, apenas habían podido verse, Cian los había llevado al bosque para despejarse.

Habían comido juntos y jugado con el niño , hasta que sin darse cuenta ella se había dormido. Él la había dejado dormir, ahora se sentía renovada.

Después de aquel descanso, era maravilloso despertarse a una realidad que era mil veces mejor.

Abrazó y besó a su hijo y luego estiró una mano para acariciar a su esposo. Pudo ver como los ojos de él cambiaban con el ligero contacto, y le pareció milagroso que lo que sentían el uno por el otro fuera profundizándose con el tiempo.

Él tomó la mano de la joven y depositó un suave beso, aunque su mirada era una promesa llena de pasión.

-También los extrañé- dijo ella sonriéndole. Y él la acercó a ella con el niño y se acostó abrazándolos a ambos.

-¿Sabes? Mientras paseaba con Cayzen, pensé que había algo que nunca te había preguntado.

- ¿Qué?

-Azize, amor mío, ¿te casarías conmigo? Sé que ya es tarde para la pregunta, pero igual quería pedírtelo – dijo él que aún se arrepentía de que sus inicios no hubieran sido mejor, de que aquella valiente muchacha hubiera sido quien siempre diera el primer paso.

-Sí, y tú, ¿serías mi esposo? – preguntó ella.

- Es lo que siempre quise ser – dijo entrelazando sus dedos con los de ella para sostener su mano contra su corazón.

Ella se estiró un poco y le dio un leve beso, luego volvió a recostarse contra su hombro.

Era una princesa, pero lo más importante era una mujer amada por el hombre que amaba.

Sonrió feliz.

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