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-Eres un animal-aquellas palabras salieron de mi boca en un grito gutural en cuanto la luz de un linterna iluminó la pequeña estancia.

Por dentro aquella cabaña, que por fuera ya estaba mal, estaba aún peor. Las maderas estaban sucias y llenas de la arena del desierto. En aquella cabaña solo había tres objetos. Un fregadero viejo del que dudaba mucho que aún saliera alguna gota de agua. Una mesa vieja a la que le faltaba una pata y lo peor de todo. En una esquina, al lado del fregadero y agarrotado como si fuera una mascota, había un niño.

Debía de tener aproximadamente unos diez años. Tenía el pelo oscuro enredando en un millón de rizos. Llevaba puesta una camisa blanca que tenía abierta en el pecho y a la que al parecer le faltaban unos cuantos botones y unos pantalones cortos de deporte. Tenía el cuerpo y la cara sucios o llenos de moratones o las dos cosas. Pero lo peor de todo es que Ben lo había dejado atado a la tubería del fregadero con unas esposas. El chico tenía marcas oscuras alrededor de las muñecas. Aquello me hizo estremecerme y recordar la ocasión en la que yo había estado en el lugar de aquel chico. El dolor volvió por un instante a apoderarse de mis manos.

-Está bien-dijo fríamente Ben adentrándose un poco en la cabaña.

Lo miré furioso y me deslicé hasta quedar de rodillas frente al chico, este desvió la mirada y se acurrucó aún más con miedo. Aquella acción me hizo darme cuenta de lo mucho que Ben lo debía de haber maltratado, para que se encogiera de aquel modo tan violento. El chico empezó a temblar.

-¿Qué le has hecho?-le grité. Me paré con rabia y empecé a golpearle en el pecho y en la cara.-Animal, animal, ¿Qué le has hecho miserable?

El chico siseó y me agarró por las muñecas, dándome la vuelta en un segundo y dejándome amarrado con mis manos a la espalda y cuerpo amenazante tras de mí.

-Tran-qui-lí-za-te-dijo separando las palabras. Después me dio un empujón y caí de nuevo de rodillas frente al chico. Liberé las manos antes de caer al suelo apoyado en ellas.

Entonces volví a poner la vista sobre el muchacho desnutrido que tenía frente a mí y me pregunté cuanto tiempo llevaría de aquel modo.

-Tranquilo, yo no voy a hacerte daño-le susurré acariciándole el brazo suavemente. Esta vez el chico me dejó hacerlo pero no me miró.

-He, chico, mírame, no voy a hacerte daño.

El chico siguió donde estaba guardando silencio.

-¿Me dejas que te vea?-inquirí en un murmuro.

-Víctor, te están hablando-le gritó Ben. El chico se deshizo de mi mano y se volvió a encoger ante aquellas palabras.

-Déjale en paz-le dije yo sin alzar la voz esta vez, temiendo que aquello pudiera perjudicar más al chico.-Y no le grites.

El chico puso mala cara pero no dijo nada más, se limitó a cruzar los brazos y apoyarse en la vieja puerta de mala gana.

-¿Te llamas Víctor?-le pregunté de nuevo rozándole con mis manos de nuevo el brazo desnudo.

El chico continuó en silencio.

-Víctor, no voy a hacerte daño, te prometo que nadie volverá a hacerte daño...

-No prometas lo que no puedas cumplir-me rebatió Ben desde su sitio.

No le presté atención a sus palabras. Aquel chico no sufriría ningún maltrato más de Ben mientras yo estuviera con vida y pudiera evitarlo.

-Te lo prometo-volví a decir en voz baja.-Pero, por favor déjame verte la cara, ven-se la cogí y poco a poco me fue dejando verle el rostro.-Así, ves, muy bien, deja que te vea.

Pequeños ReinosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora