Tiempo

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Abrí los ojos y miré hacia el cielo, bajo los oscuros cristales de mis gafas de sol. Ay el sol. Cuanto había echado de menos el sol. Arizona. Tucson. Todo. Bajo mi cuerpo tumbado, una fina alfombra de césped verde recién cortado. El aroma de finales de verano embriagando el ambiente. Los rayos de este, coloreado mi piel. Eve a mi lado con un libro de primero de filología inglesa.

-Ay, bendita vitamina D-dije. Luego volví a cerrar los ojos y entonces recordé todo lo que había pasado desde la marcha de Patrick.

Hummm....... Nada.

Mi vida en Seattle fue de lo más simple y tranquila después de aquello. Iba al instituto. Comía. Dormía. Volvía a ir al instituto. A veces participaba en alguna que otra conversación con Eve y Raphael. También comía. Dormía. Y los días pasaban lentamente. Ah, si. El veintiséis de Junio de este año, me gradué.

Luego llegó el verano. En el cual lo único que hice a parte de quedar un par de veces y por obligación, con mis amigos, fue subir al mirador. Sabía que no tenía que estar allí, que aquel sitio, jamás me había traído nada bueno, pero lo deseaba. A veces madrugaba y me tiraba allí casi toda la mañana, pintando las vistas al amanecer. A veces llegaba por la tarde y salía de allí de madrugada, después de pintar las vistas al anochecer. Tenía cientos de aquellas pinturas y ninguna llegó a gustarme nunca. Algo faltaba en ellas, algo que le diera vida y credibilidad. Pero yo solo pintaba.

Así pasó el verano y al igual que el día en que llegué a Seattle, me fui. Con Rever y Peter saludando desde la puerta de embarque. Papa con lágrimas en los ojos, pese a haberle prometido que regresaría en Navidad. Rever con una sonrisa, él había sido quien me había prometido que tan pronto se graduara el próximo año, correría tras de mí a la universidad de Arizona. Y aquí estoy, en la Universidad de Arizona, en Tucson, tumbado sobre su césped y mirando al cielo, bueno mirando no, por que estoy con los ojos cerrados, pero estoy aquí, rodeado de veintinueve mil estudiantes en la universidad más antigua de California, para ser exactos, creada en 1885. Aquí voy a estudiar Psicología. Gracioso, ¿no?

Fue una suerte encontrar por casualidad a Eve aquí y así por lo menos no voy a estar solo. Voy a quedarme en el Campus al menos un semestre, ya que Isabel va a alargar unos meses su viaje y no quiere que esté solo en casa. No vayan a secuestrarme de nuevo. Hoy no es el primer día, las clases ya han empezado, solo que hoy es sábado y los sábados no hay clase. También he encontrado trabajo para los fines de semana en un café. Lo que me recuerda...

-OH, Dios, tengo que irme, voy a llegar tarde-le dije a Eve, mientras me levantaba de un salto y me sacudía el polvo de los pantalones.

La chica apenas levantó los ojos del libro, me sonrió por encima de él y luego salí de allí pitando. Luego tuve que volver, me había dejado la cartera en el suelo. La cogí y volví a salir corriendo. Crucé todo el césped a la carrera. Rodeé cada una de las fuentes con elegancia y rapidez y luego me dispuse a bajar los últimos escalones para empezar a correr carretera adelante. Apenas acababa de bajar el último escalón cuando escuché la explosión. Luego sentí el dolor en la cabeza, las hojas volaban por los aires, algo se había derramado sobre mi nuevo polo Lacoste a rayas, por suerte no estaba nada caliente o me habría abrasado. Había chocado con alguien. Ese alguien me miraba cabreado cuando levanté la vista para mirar yo también. Él chico era impresionantemente atractivo, delgado y alto. El cabello corto, ondulado y del color del bronce. Llevaba una camiseta azul que marcaba la perfecta musculatura del torso. Luego fui subiendo donde unos ojos tan verdes y profundos como los míos, me taladraban en aquel momento. Bajé la vista avergonzado y entonces vi la mancha marrón sobre su pecho, que no había visto antes, junto con el líquido del mismo color que chorreaba de su brazo. Luego le volví a mirar.

Pequeños ReinosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora