Paso 10

21.5K 2.4K 253
                                    


Manu

A pesar de la evidente incomodidad que le provocaba a Tomás y Nino tenerme entre ellos, la tarde en que conocí a sus demás amigos resultó ser más que agradable. Es más, yo mismo me sentía orgulloso por ser capaz de compartir con esas personas que en mi vida había visto —y que jamás habría conocido de no ser por Nino—, y casi podría asegurar que Nino también lo estaba. Aun así, lo maravilloso de todo lo ocurrido, fue que se repitió cada vez con más frecuencia. Poco a poco, tomando todo el tiempo que necesitara, y sin ninguna presión de por medio, redescubrí el autocontrol que yacía escondido en mi interior para empezar a retomar la vida que había perdido. Todo fue gracias a ellos y la paciencia que tenían cuando se trataba de mí. Así, cuando el grupo decidía reunirse, siempre me incluían, y yo, por supuesto, me presentaba en el departamento de Nino un par de horas antes con la excusa de sentirme más tranquilo si podía tomar una ducha y cambiar mi ropa antes de verlos a todos, aunque el motivo exacto no era ese con honestidad, sino la forma en que ambos disfrutábamos abiertamente de la presencia del otro, hablando o riendo, siempre con cuidado de no tocarnos ni pasar a llevar los límites que fui instaurando para lograr desenvolverme con cierta normalidad.

Uno de aquellos días en que el grupo de amigos compartía unas cervezas, conmigo de espectador, Tomás tuvo una descabellada idea:

—He estado pensando muy seriamente en celebrar mi cumpleaños, ¿no creen que hemos estado muy aburridos el último tiempo? –peguntó, observando a todos los presentes, pero centrando su atención en mí.

No sé si se refría a que era yo la causa del aburrimiento del último tiempo, o me miraba porque sabía que era muy probable que me opusiera su descabellada idea.

—Podríamos usar tu casa Nino —propuso Francisco, saboreando la espuma que rebalsaba su vaso.

Francisco y Nino compartían una estrecha amistad, por lo que ofrecer aquel departamento le resultaba lógico, considerando que hasta hace un par de meses las fiestas eran recurrentes en él.

—O podríamos usar tu casa, ¿qué te parece Manu? —agregó Elisa, con una mirada que no logré descifrar.

Cada vez que ocurría algo que no entendía del todo, observaba a Nino para guiarme un poco por su reacción, pero ella por desgracia, no estaba atenta.

¿Una fiesta en mi casa?

Escuché la propuesta, e imaginé que si éramos los mismos de siempre no tendría por qué existir problema alguno, y acepté. Los chicos celebraron, por lo mismo, aunque más tarde pasé largo rato arrepintiéndome por ello, ya no podía retroceder. Me asustaba, eso es cierto, pero de alguna forma decidí que ya no deseaba ser el raro en ese grupo que me admitía sin mayores dificultades. Todos se estaban acostumbrando a estar conmigo, y pasar el rato junto a ellos me encantaba. Nunca había tenido la oportunidad de tener amigos, alguien con quien hablar o compartir más allá de mi hermano o mi madre, así, sin nada más qué poder hacer al respecto, me preparé mentalmente para ser parte por primera vez de una fiesta.

Como siempre, segundos antes de que el nerviosismo me traicionara, Nino golpeó a mi puerta, hermosa como siempre y llena de colores. Su sonrisa gigante en la entrada de mi habitación era mi momento preferido cada vez que ella me visitaba. Nino sonrió al verme arreglado y dispuesto a bajar a pasar un buen rato con todos los demás, y me invitó a salir de mi cueva. Escuché las risas en el primer piso junto a las voces elevadas por el volumen de la música, el sonido de los vasos al brindar, y para mi sorpresa, no estaba temblando. Al contrario, podía sentir el deseo de unirme a sus conversaciones y reír junto a ellos. Estaba entusiasmado por ser parte de la vida real, aquella que se desarrolla más allá de mi radio de seguridad.

TOC -Trastorno Obsesivo CompulsivoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora