Paso 9

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Nino

No fue agradable volver a la universidad después de lo ocurrido con Manu. Casi no había dormido por la angustia de no saber nada sobre él. De hecho, si no hubiese tenido esa terrible semana de trabajos de seguro me habría quedado en casa, lamentándome por perder mi teléfono y no ser capaz de contactarme con Tomás para recibir noticias sobre su hermano. Sin embargo, no tenía alternativa. Recuerdo que estuve toda esa mañana construyendo ridículas maquetas en la facultad, sin apenas tomar un respiro y concentrada a fondo en que la réplica del London Bridge a base de spaghetti resistiera a mi profesor haciendo presión sobre él; cuando Andrés, uno de mis compañeros de sección, se asomó a la puerta.

—Nino, te están esperando en la cafetería —dijo él.

Lo primero que pensé fue que Tomás venía a buscarme para salir en busca de fiesta aún cuando recién era lunes, y aunque me moría de ganas de hablar con él para saber de Manu, me tomé el tiempo de asegurar el extremo final de mi hermoso y comestible puente. Pasados casi quince minutos salí de la sala, y solo ahí me llamó la atención que Tomás no hubiese pasado directamente, sobretodo porque él no se caracterizaba por ser un hombre cuidadoso. Jamás se me pasó por la mente que podría haberse tratado de Manu, hasta que de frente a mí me encontré su rostro pálido y ojeroso. Al verlo, atravesé corriendo el pequeño espacio que nos separaba, preocupada por la sorpresiva visita y el evidente estado de perturbación en el que se encontraba.

—¿Qué pasó Manu? ¿estás bien? ¿dónde está Claudia?

—Nino, hola, estoy bien, gracias, vine solo —respondió en forma mecánica, tal vez tratando de ocultar lo alterado que se veía y controlando al máximo el temblor de sus manos—.Tu teléfono, lo dejaste en mi taller —balbuceó a la par que extendía su mano con mi celular.

Con extremo cuidado lo recibí, para no tocar sus manos. ¿Solo estaba ahí para eso? ¿y él solo? ¿cómo había llegado?

—¿Quieres ir a mi casa? —pregunté, comprobando el nerviosismo en los ojos de Manu—. Allí te puedes cambiar de ropa con tranquilidad. Estoy a punto de terminar, dame unos minutos y estoy lista.

—¿Cuántos minutos? —inquirió él en tono serio y urgente.

—Diez —contesté.

—Diez —repitió él.

Le sonreí para transmitirle algo de paz y volteé de prisa para limpiar mi espacio de trabajo y salir de ahí cuanto antes. Todavía era incapaz de creer que Manu había atravesado la ciudad para entregarme el teléfono. ¿Qué tan extraño se podía llegar a comportar? ¿era eso de verdad un grado de demencia, o solo su actitud infantil producto de una familia que le impedía madurar?

Segura de que había tardado menos de diez minutos, caminé hasta volver a encontrarlo. Manu estaba de pie junto a la entrada de la facultad, ensimismado en su reloj.

—¿Cómo estás? —quise saber cuándo estuve a su lado ella. Él suspiró aliviado y me sonrió.

—Ocho minutos y treinta y dos segundos. Creo que estoy bien —respondió.

Había contado cada maldito segundo. ¡Cuánta ternura me inspiraba ese hombre!

Casi sin hablar comenzamos a andar hasta mi departamento. No pregunté muchas cosas, pues él se veía demasiado estresado y no sabía cómo calmarlo en caso de que una escena como la del pasado sábado se repitiera. En el mismo sepulcral silencio subimos la escalera y una vez que entramos, Manu, a punto de enloquecer, me rogó que lo dejara tomar una ducha. Si bien había mantenido de forma excepcional el orden, él desinfectó el baño antes de usarlo. Podría haberme ofendido, pero su exagerada manera de actuar me encantaba.

TOC -Trastorno Obsesivo CompulsivoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora