Paso 4

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Manu

Esa tarde, Nino apareció en casa despilfarrando toda la magia que emanaba su presencia. Nada combinaba en su figura, ni su pelo violeta con su piel, ni su vestido de lunares con sus zapatillas rojas. Toda ella era un caos elaborado de forma cuidadosa y delicada, que al unirse en su cuerpo curvilíneo creaba una imagen que solo inspiraba una adictiva alegría. No la conocía, pero deseaba mantenerme cerca solo para contagiarme de su curiosa sonrisa que lo iluminaba todo junto a su desvergonzada forma de moverse y hablar. Si bien mi círculo de personas conocidas se había reducido a mi familia, era innegable el hecho que nunca vi ser humano más seguro de sí mismo que ella. Nino parecía no temer a nada, y eso me incluía.

Por lo mismo, todas sus palabras parecían un descarado intento por integrarme a esa relación extraña que tenía con mi hermano. Me sonreía, me preguntaba cosas y, para sorpresa de todos, logró mantenerme interesado por largo tiempo, soportando incluso la culpa que me provocaba oír a mi madre hablar de su único hijo normal, porque de mí, nada podría haber dicho que no acabara en llantos o reproches, como su camuflado intento de sugerir que en algún minuto podría llegar a ser padre. No era necesario tocar el tema, menos cuando todos en esa habitación estábamos seguros de que aquello no era más que un sueño. Sin embargo, Nino salvó en minuto con un peculiar sentido del humor: de su bolsillo, sacó un labial fucsia que asumí era el que llevaba puesto, y escribió un número de teléfono para dejarlo sobre la mesa, al mismo tiempo que me proponía llamarla si al cumplir treinta años seguía soltero. Debo admitir que fue algo ridículo y que el hecho de que me riera en su cara tal vez resultó de mal gusto y grosero. Pero no podía disimular.

Tras ello, hui a mi cuarto, desde donde oí sus movimientos con atención mientras la pintaba entre mis papeles. Deambuló entre risas por la sala y la habitación de Tomás, hasta que sus golpes en la puerta me hicieron notar que el atardecer ya estaba haciéndose presente. Tardé en reaccionar, pero logré levantarme y abrir la puerta para escucharla decirme adiós y partir. Qué afortunado era mi hermano al tenerla como compañía, pensaba mientras imaginaba sus pasos descendiendo por la escalera al mismo tiempo que deseaba haber sido un poco menos yo y más Tomi.

Pero éramos distintos. No lo envidiaba, por el contrario, todo lo que él me provocaba era una profunda admiración y respeto. Tomi tenía todo a su favor, pero yo era yo, y solo podía sentarme a contemplarlo mientras acumulaba vergüenzas en mi vida, de las cuáles el ochenta por ciento se deben al TOC y el veinte por ciento a mi estupidez. No sé si ambas condiciones vienen siempre unidas en pack, pero yo las desarrollé de forma excepcional.

Fue por ello que no noté la luz del sol en mi ventana, que hacía evidente mi silueta apostada en pleno a la contemplación de la gracia de Nino. Me quedé helado al tiempo que mi mente trazaba las miles de alternativas catastróficas a mi humillación

—Ella me vio.

Retrocedí.

Retrocedí.

Retrocedí.

Hasta que mi espalda se estrelló con la pared contraria.

Pensará que soy un psicópata, me repetí, con la intención de asegurarme que me sintiera lo suficientemente humillado como para jamás volver a intentar algo como aquello. Me encargué, con mucho esmero, de hacerme sentir mal por todo: por dejar el número de teléfono de Nino abandonado sobre la mesa, por reírme de ella, por no decirle que aunque sus colores eran extraños, me fascinaban. Había salido mal, todo, todo, todo estaba mal, y en medio de mi rito de autoflagelación mental, Tomás golpeó mi puerta. No respondí, por lo que con suavidad abrió, y asomó su cabeza para pedir permiso para entrar.

TOC -Trastorno Obsesivo CompulsivoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora