Paso 21

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Nino

En el momento en que las angustiadas llamadas telefónicas de mis amigos comenzaron a ser para mis padres y no para mí, comprendí que debía ser fuerte y regresar. La necesidad de refugio que sentía no había conseguido nada más que preocupar a quienes me apreciaban, aun cuando no parecía ser digna de ello. Fue así como me despedí entre lágrimas de los cariñosos brazos de mi madre, buscando volver con valentía a afrontar la decisión que yo misma había tomado. Creo que nunca me fue más difícil abandonar la casa de mis padres como ese día, en que el vacío que entraba a borbotones por las puertas y ventanas de mi hogar me recibió.

Casi de inmediato comencé a recibir las visitas de mis amigos, incluido Tomás, quienes se esforzaron en hacerme sentir mejor e intentar que la culpa no se sintiera como un puñal. Mil veces intenté explicarles, a modo de disculpa por el daño causado, pero cada vez que hablaba me ahogaba en lágrimas y recuerdos. Nadie hizo preguntas, no sé si fingían entenderlo o lo hacían, pero su apoyo silencioso se transformó en un pilar fundamental que me permitía salir a flote cada vez que la soledad amenazaba con hundirme. Gracias a ellos supe que Manu estaba bien, me lo aseguraron, y la verdad no tenía razones para desconfiar de su palabra, menos aun cuando mis queridos amigos lo adoptaron como uno más, manteniéndose en todo momento a su lado para impedirle caer. Algo que yo no fui capaz de hacer, por inmadura y egoísta.

Los primeros meses que pasamos separados comenzaron a calmar la angustia que mi corazón sentía, provocando que el intenso dolor de mi vida sin Manu se escondiera. No dejé de extrañarlo nunca, ni de sentir la enorme falta que me hacía, pero aprendí a vivir sin él y a asumir que mi comportamiento no fue jamás el adecuado, y es que estaba asustada del rumbo que mi vida comenzaba a tomar junto a Manu, pero nunca fui capaz de decírselo. ¿Serían los años capaces de enseñarme? No lo sabía, y jamás sería capaz de hacerlo, pues la inmadurez de mi juventud me hizo perder aquello que más amaba.

Esos fueron días muy tristes, donde el fuerte deseo de volver a verlo me impedía avanzar con esa vida que pretendía recuperar cuando lo obligué a alejarse. En los momentos de más triste soledad, esa que sientes aun cuando estás rodeada de personas, riendo y hablando como si tu corazón siguiera intacto, consideré visitarlo y retomar nuestra inocente relación de amistad en la que ambos de alguna forma sabíamos que nos pertenecíamos, pero sin agobiarnos de ninguna manera. Si hubiese podido, habría retrocedido el tiempo y lo habría alentado a estar con Elisa, quizá de esa forma él aún estaría a mi lado, aunque su corazón le perteneciera a ella. Lo cierto es que soñaba con cualquier otra versión de los hechos con tal de haber evitado esa horrible rutina que solo había empujado al fin, obligándonos a terminar envueltos en lágrimas. Pero no podía. El solo volver a vernos podría destruirnos y derribar la falsa estabilidad que comenzaba a alcanzar, esa que no llenaba ningún vacío, pero que me transformaba en una persona con un corazón que volvía a latir.

Con el correr del tiempo, me decidí a animar mis días vacíos de vida y vacíos de Manu, pero mirarme al espejo y no reconocerme se volvió una costumbre. Ya no sabía que cosas me hacían feliz, no lograba sonreír como antes por más que lo intentara. Olvidé lo que era llorar con los chistes aburridos de Francisco, y comencé a apagarme para convertirme en una desconocida que lucía igual para todo aquel que me observara. Hasta que volví a cantar, con voz temblorosa, en la ducha, sintiendo la vibración de la música a todo volumen en el vidrio de la ducha.

Solo allí, en medio del hastío que me provocaba la universidad con sus burocracias absurdas y la urgencia de buscar un trabajo, comencé a vivir una vez más. Tomás y Francisco me impulsaron, y lloré cuando volví a pararme frente al micrófono con la bandita a mis espaldas, con una mezcla de alegría y nostalgia, casi presenciando como mi alegre mundo terminaba de derrumbarse para renacer en una sensación horrible, que conocía perfectamente: la inconformidad. No estaba mal, estaba viviendo, estaba cantando con mi corazón alegre, pero mi voz paraba, y mi monótona vida celebraba su victoria. La rutina volvía a ganar.

TOC -Trastorno Obsesivo CompulsivoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora