Paso 24

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Nino

Paseé arrastrando mis pies por los estrechos pasillos del minisúper ubicado en la esquina de enfrente a al edificio, debatiendo entre la compra de helado o algo de cerveza que me ayudara a olvidar. Me gustaba merodear entre los nuevos snacks disponibles, aunque en aquella ocasión, sobre una de las góndolas que lucían los productos, me encontré con esas leches desabridas que tanto disfrutaba Manu, y uno de esos típicos chocolates que no tenían ninguno de esos exquisitos químicos que tanto me fascinaban y a él enfurecían.

Quise sonreír ante esa graciosa imagen en mi cabeza, pero no pude, y lo más triste de ello, era que jamás podría volver a sonreír pensando en Manu, porque sabía que mientras yo estuviera recordando nuestros días de amor, él, al mismo tiempo, estaría acariciando un bebé, que de seguro sería tan hermoso como él, y besaría la frente de una mujer que lo amaría tanto o más que yo, pues era imposible no amar a un hombre como Manu. Suspiré, cogí una barra de chocolate y un litro de leche de almendras orgánicas llena de vitamina y los puse en mi canastillo.

Decidí así que ya no quería volver a estar triste. Y decidí también que dos litros de helado no serían suficientes para mí, y una sola cerveza tampoco, por lo que además de mis nuevas adquisiciones cargaba entre mis bolsas una no modesta cuota de alcohol para sobrevivir a aquella noche de despecho. Después de todo no era tan malo descubrir que había perdido a Manu para siempre, me repetí camino a casa. Ya era hora, luego de tantos años, de ser capaz de enterrar ese amor que fallecía tras una larga agonía. Ya no había nada que esperar, todas las cartas estaban tiradas y yo no estaba incluida. Era triste, pero me parecía justo. Nuestra historia de amor, estaba claro, no tendría una segunda parte.

En el fondo deseaba llorar, pero sabía también que era hora de caminar erguida, al menos para convencerme de que por ahí la vida me pudiera preparar alguna pequeña sorpresa. Volví a suspirar, y con la frente en alto y mentalizada, dispuesta y decidida a olvidar, avancé hasta toparme con una silueta conocida en la entrada de mi edificio. Una silueta que me hizo estremecer, y recordar.

—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunté con sorpresa al ver a Manu esperando junto a la puerta principal.

Él levantó su vista, me miró con sus ojos negros casi como si deseara pedir perdón mientras jugaba con sus manos que temblaban con sutileza. Él notó de inmediato como mis ojos se detuvieron en sus dedos nerviosos, y en un intento por esconder la vergonzosa evidencia, llevó sus manos a los bolsillos de la chaqueta oscura que vestía.

¿Qué podía hacer yo ante eso? Ya ni siquiera sabía si tenía la confianza suficiente como para al menos sugerirle que no se preocupara, que estaba bien ser el Manu de siempre frente a mí, y que verlo tratando de esconderse era incluso más doloroso que saber que lo había perdido para siempre. Sin embargo, guardé silencio, y fue él quien habló, aunque su voz fue apenas audible al saludar, al punto de necesitar aclarar su voz y repetir con un tono más grueso pero igual de suave un tímido "Hola", que atravesó mi piel y se gravó en mis huesos.

Su voz, que sonaba igual que siempre, pero más segura y masculina, remeció mis recuerdos haciendo latir en forma alocada mi corazón.

Esa voz que no había escuchado en cuatro años y que adoraba con todo mi ser, se colaba en mis oídos y me hacía temblar como aquella primera vez en que los pinceles de Manu recorrieron mi cuerpo.

Le sonreí, y toda la coraza que acababa de inventar, se derrumbó.

****

Manu

Si de algo estaba seguro, era que Nino me odiaba. Tal vez por presentar aquella exposición sin siquiera preguntarle si le agradaba la idea de ver su rostro por todas partes, o porque jamás la contacté, o porque seguía siendo el mismo perdedor de siempre. ¿Era eso? ¿No podía ver lo mucho que me estaba esforzando por ser un hombre? Me quedé en silencio, incapaz de quitar la vista de los ojos de esa mujer que tanto había amado, tratando de esconder mis manos temblorosas para que Nino no descubriera lo nervioso que estaba. ¿Por qué no puedes solo sonreírme una última vez?, pensé. Intenté hacerlo yo, pero la mueca que salió de mis labios no parecía reflejar lo mucho que anhelaba ese momento y, poco a poco, mi mente comenzó a traicionarme.

TOC -Trastorno Obsesivo CompulsivoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora