Paso 20

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Nino

Por la mañana, Manu ya no estaba en casa. Era consciente de que se había ido, pero aún así, me incorporé para buscarlo con la mirada aunque solo obtuve como respuesta un vacío que ya no me era habitual. ¿Estaba realmente sola una vez más? Volví a recostarme con la esperanza de que pasar unos minutos más en cama me aliviaría un poco la cabeza, que no paraba de dame vueltas producto de la borrachera de la noche anterior. A mi lado, la almohada mediana y blanca, la preferida de Manu, me recordaba que el hombre al que amaba ya no estaba a mi lado.

—¿Manu? —llamé.

Y he de reconocer que jamás fue tan triste pronunciar su nombre en voz alta. Y sí, sabía que nadie respondería, pero fue peor comprobarlo. Manu, mi Manu, siempre acudía a mi llamado, sin importar lo concentrado que estuviera, porque Manu siempre estaba. Y aunque estaba segura de que Manu jamás se iría por su propia voluntad, también me parecía justo que lo hiciera, pues aunque deseaba pensar que había sido una discusión común y corriente y que el día avanzaría con normalidad, sabiendo que por la tarde nos disculparíamos para volver a dormir entrelazados, repitiéndonos lo mucho que nos amábamos y lo felices que éramos el uno con el otro, estaba consciente de que todo lo que teníamos había acabado.

Manu no volvió aquel día, ni el siguiente.

El día tres desde que él salió de casa y tras volver de la universidad, cargada de libros y melancolía, me encontré con la puerta de mi departamento abierta. Mi corazón recobró la vida en un segundo, dándome la fuerza necesaria para correr hasta ahí segura de que Manu estaría una vez más esperándome en su lugar de siempre, sonriente o molesto, daba igual. Lo importante es que estaríamos frente a frente, y que luego de abrazarnos como tanto deseaba, podría decirle lo difícil que había sido pasar dos noches sin él, que por favor me perdonara, pues no volviera a echarlo de la casa. Manu me respondería que fuera un poco más paciente, que me amaba y que juntos podríamos encontrar la forma de convivir con la rutinaria vida que él necesitaba para funcionar. Estaba segura de que sería así, por lo que el último trecho que me separaba de sus brazos lo avancé con paso lento, sintiendo en cada latido de mi corazón lo emocionada que estaba.

Sin embargo, no era Manu quien esperaba por mí.

Una absurda ráfaga de realidad golpeó mi vida al ver a Tomás empacar las pertenencias de su hermano en las mismas tres cajas con las que había llegado. Mi cuerpo se hizo añicos de dolor, impidiéndome avanzar más allá del umbral de la puerta desde donde comencé a comprender todo lo que había sucedido, no porque me costara creerlo, sino porque me costaba aceptarlo. Siempre me jacté de que las lágrimas no eran mis aliadas, sin embargo, esa tarde decidí dejarlas correr en libertad para no detenerlas en mucho tiempo, porque aunque no dejaba de culparme por lo ocurrido, y a pesar incluso de que deseaba con todo el alma llamarlo y pedirle que volviera, que olvidáramos todo y me enseñara a convivir con él, la triste y cruel realidad, era que ya no era capaz de aguantarlo más. Lo adoraba, pero me sentía enjaulada junto a Manu.

—¿Cómo está? —pregunté, al mismo tiempo que me desplomaba sollozando en el sofá desde donde observaba a Manu pintar.

—Parece que igual que tú —contestó Tomás, deteniéndose para abrazarme y tratar de entender lo que ocurría.

Con absoluta delicadeza se ubicó a mi lado sin soltarme, intuyendo el dolor que sentía y procurando no destruirme con sus palabras.

—¿Qué pasó Nino?

Sabía que debía responder esa pregunta, que tenía que verbalizar en voz alta mi responsabilidad y lo que ello significaba, y por sobretodo, disculparme. Respiré profundo en incontables ocasiones, hasta que las lágrimas me permitieron unos minutos de calma para poder hablar.

TOC -Trastorno Obsesivo CompulsivoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora