VIII - Estructura de una novela (Primera parte: Generalidades)

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Este importante tema nos llevará varios capítulos, así que a armarte de paciencia porque de uno en uno abarcaremos todo lo necesario.

Como el título lo indica, aquí vamos a comenzar con las cuestiones generales, avanzando después, paso a paso, por las dos grandes facetas de este tema: la arquitectura narrativa y su ingeniería.

1. El tamaño

El primer punto a aclarar es una inquietud que tiene todo escritor nóvel: ¿cuál es el tamaño que debe tener una novela? Y la respuesta más sencilla es simple: GRANDE. Claro está que con esa expresión no se está diciendo nada de utilidad, aunque sea cierta. Por consiguiente: ¿cuán grande?

Eso es relativo, obviamente, y las estanterías de las bibliotecas nos muestran que hay de todo tamaño, incluyendo las gigantescas como la célebre de Marcel Proust À la recherche du temps perdu con sus un millón y medio de palabras, aproximadamente.

No obstante, si algún criterio puede resultar de orientación, será el que se utiliza en los concursos literarios (serios y formales) y allí se puede ver que también hay disparidad de opiniones. En general encontrarás que el mínimo más o menos estándar es de SESENTA MIL PALABRAS, aunque hay varios que lo ponen en CIEN MIL o incluso más.

Entonces, «¿Debo escribir una obra con sesenta mil palabras?» te preguntarás; y la respuesta es: NO.
Tú escribes lo que tienes que escribir: tu historia; y dependerá de esa historia si puede ser calificada de novela o no. El tamaño no es una CAUSA sino una CONSECUENCIA.

Una novela consta de una historia compleja y profunda, rica en recursos literarios. Es tan rica, compleja y profunda que no puede ser narrada con menos de sesenta mil o cien mil palabras. Es la riqueza de la trama y su profundidad lo que plantea la exigencia del tamaño, no al revés. Una trama que puede ser narrada con veinte mil palabras y tú la extiendes a sesenta mil, sólo significará que el lector se tope con cuarenta mil palabras de más, o como diríamos en mi tierra, dos tercios de la obra sería «hablar paja». Esa complejidad y profundidad pasa por una exploración de situaciones vitales, de confrontación de complejos perfiles sicológicos de los personajes ante esas mismas situaciones, de su accionar y su reaccionar, de entretejer historias secundarias que enriquecen, ilustran y contribuyen artísticamente a la trama principal.

Una historia sencilla, con una trama monolítica, directa y puntual, no ocupará (usualmente) más de (digamos) unas tres mil palabras. Y de esa forma tendrás un hermoso cuento. Una historia más compleja, con mayor número de personajes o situaciones que hay que resolver, puede exigirte (digamos) unas veinte o treinta mil palabras; y así, tendrás una bonita novela corta. No hay problema alguno; no es ningún pecado escribir cuentos o novelas cortas. Pero si la trama directa, puntual y monolítica, que es propia de un cuento, la narras con cien mil palabras, te perderás de un buen cuento para plantear una mala novela. De ahí el asunto de no narrar «paja».

Ahora bien; ¿qué hay de esas novelas que no tienen la profundidad sicológica o social que podría esperarse de una novela formal y de concurso? Por ejemplo, ¿qué hay de las novelas ligeras, relativamente superficiales y destinadas a que el lector pase un buen rato, lo disfrute, se refresque y quede con un sentimiento de satisfacción? Pues tampoco habrá ningún problema. Probablemente no sea candidata a los Goya, los Cervantes o los Nóbel, pero tiene su público (que por cierto es muy numeroso) y por lo tanto, estarías satisfaciendo una necesidad socio-cultural, tan válida como si escribieras Cumbres borrascosas (de Emile Brontë), o el Quijote (Miguel de Cervantes) o la Odisea (Homero).

Hay novelas que son así, ligeras y relativamente superficiales, pero que han cautivado al público y aún lo siguen haciendo; por ejemplo las de aventuras (La serie de novelas de Emilio Salgari sobre los tigres de la Malasia), las de fantasía (La espada de fuego, de Javier Negrete), o las románticas, llamadas muchas veces, no sin cierto tono despectivo, «novelas rosa», de las cuales hay muchísimos ejemplos, pero de entre los cuales quisiera destacar a Luisa María Linares (p. ej.: Esta noche me llamo Cleopatra) prolífica autora española cuya soltura de pluma, sentido del humor y malabares literarios han sido y continúan siendo, un deleite para muchos.

Cómo se escribe una BUENA novelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora