9: Enzo

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"Más puede el lobo por astuto, que la liebre por ágil".

Me muevo entre la multitud de personas que están danzando durante la hora del samba en KumbiaBar. Mis pies pisan firme en el suelo y camino con seguridad a través de los pasos descoordinados de las personas que están aquí divirtiéndose. Mis ojos alcanzan a ver, desde mi punto, a lo lejos, la mirada absorta de Eduarda al fondo del pasillo, quien está disfrutando algún licor y olisquea brevemente el líquido que inunda su vaso corto antes de tomar otro sorbo. Me detengo unos segundos frente a la barra antes de acercarme a ella y pido una copa de Bombay. Ella cruza y descruza sus piernas reiteradas veces. Revisa su celular, teclea un poco en él y lo regresa a la mesa. Echa un vistazo a su alrededor y luego llama al mesero y supongo, pide otro trago, o quizás la cuenta, ya veremos.

—Mire, tenemos una reserva especial —el chico que atiende la barra me muestra una caja de puros Macanudo 1968 Titan, tomo uno sin objetar. Alguien toca mi hombro y doy vuelta. Una morena voluptuosa me sonríe.

—¿Quieres fuego? —me ofrece, sin embargo, no tiene un encendedor o cerillo en manos.

—Depende —sonrío de vuelta—, porque desde ya creo que me lo estás dando —ella suelta una leve carcajada. Saca un encendedor de su bolso y lo tomo, no sin antes echar un breve vistazo hacia Eduarda, otra vez. Su alrededor luce despejado, únicamente ha hablado breves segundos con un sujeto que solo quiso invitarla a bailar una ronda. Con el terreno despejado, decido ir al encuentro.

—Muchas gracias por el fuego —le guiño un ojo. Ella no puede evitar reflejar su mirada de desconcierto al dejarla abandonada. Llego desde atrás y doy vuelta alrededor de la mesa antes de sentarme en la silla frente a Eduarda.

—Eres bastante puntual —enfatizo.

—Tú todo lo contrario —su tono es un poco agrio, sin embargo estoy seguro que está fingiendo más molestia de la debida—. Ya empezaste la diversión —dice señalando con su dedo índice el vaso y el puro que tengo en manos, ¿es eso correcto?

—Para la sociedad, poco es políticamente correcto. Para mí es correcto todo aquello que queremos hacer, así de simple, si decidí llegar un poco tarde, es porque me place. Si quise tomar un trago antes de encontrarte entre esta multitud, también lo hago porque me place, si estoy aquí contigo, es porque así lo deseo —ella fija su mirada en mí, toma un trago y no despega su vista de mí, siquiera para saborear el licor—. Tampoco es políticamente correcto que estés aquí —encarca las cejas ante mi afirmación—. Nos gusta lo prohibido, si fuera moralmente correcto estar aquí está noche, seguro estarías en donde no lo fuera.

—Ya, me ganaste, tienes razón —ella acerca su brazo hacia mí y toma el habano de mis labios para tomar una bocanada. Esta mujer es benditamente sensual. A medida que hablamos de los temas más triviales que han existido en época alguna, analizo la ruta. La mejor manera, este-oeste, el verdor del pasto siempre será un aliado eficaz en casos como este, nadie jamás ha pensado en estudiar la huella dejada debajo del césped.

—No podemos irnos de aquí sin bailar alguna de éstas —se pone de pie y me invita a la pista. Sus curvas me envuelven en la pista al ritmo de la samba y los tintes musicales que solo rebozan la cultura brasileña con cada sentir. Sus caderas se menean contra mí, como si su vida dependiese de ello. Salimos de allí antes de que termine la canción.

***

Ella sintoniza una emisora en el auto que renté y sube a todo volumen la radio. Está tan absorta en las notas musicales, que no se percata del camino delante de nosotros hasta tanto entramos en la ruta pedregosa.

—¿Adónde vamos? —pregunta sin mucho interés con su voz entrecortada debido a sus niveles de alcohol en la sangre. Antes de poder contestar, aparco junto a la cabaña. A pesar del aspecto envejecido de la madera, el interior no tiene nada que envidiarle al hotel cinco estrellas mejor sobrevalorado.

—Wow, es muy acogedor —el tónico naranja inunda nuestras fosas nasales, el carmesí de las sábanas de seda inspira a sobremanera, sirviendo de afrodisíaco visual. Pasa sus manos por la ropa de cama —dame un segundo, cariño —deposita un beso húmedo en mis labios y danza hacia la puerta del baño. Aprovecho la ocasión y reviso el cajón para cerciorarme que todo esté como lo he previsto.

La puerta del baño se estrella contra la madera y cierro de un trancazo la gaveta frente a mí, doy vuelta y una Eduarda en ropa interior, me recibe.

Como puma, sagaz, hábil, con prisa, pero despacio, con pasos ágiles y firmes, se acerca a mí y se ensarta en mi cuello acortando la distancia entre nuestros labios.

Con habilidad y aún unidos uno con el otro, la empujo sobre la cama, recorriendo con una línea de besos que va desde su boca, pasa por su cuello y se deslizan por el espacio entre sus senos, hasta su vientre. A pesar de la temperatura, sus poros evocan sin cesar la humedad del calor de su cuerpo. Tomo ambas muñecas y las acerco a los barrotes traseros de la cama.

—¿No te gustaría jugar un rato? —me mira de manera lasciva y unos sonidos guturales de placer salen de su garganta a manera de afirmación. Abro el cajón y tomo unas esposas para sujetarla. Ágilmente ato sus manos y pies y pongo un pañuelo para mitigar sus gritos.

—No querrás despertar a las alimañas allí fuera —ella niega con la cabeza. Su respiración agitada me muestra lo excitada que está con tanta expectativa. Me coloco a horcajadas sobre ella y deshago el broche delantero de su sostén, dejando al aire su busto prominente. Luego me deslizó hasta sus bragas y las deslizo hasta que se encuentran con las esposas en sus pies. Está a mi merced, siento como instintivamente sus piernas se abren ligeramente para mí. Tomo la parte trasera de mi camiseta para deslizarla por mi cabeza. Desabotono mis pantalones y lanzó al final de la habitación mis prendas. Mis labios regresan a su cuello y me deslizo hacia el lóbulo de sus orejas mordisqueando y olisqueando mi rastro. Sigo el juego, nunca sin llegar a su punto débil. Saco del cajón la daga, su halo de brillo choca contra mis pupilas. Deslizo la punta a través de su cuerpo, yendo desde su cuello, hasta sus pezones, jugueteando despacio con ambas puntas, a pesar de estar amordazada, puedo sentir como se carcajea y suspira por dentro de sí. Rodeo su ombligo y despacio jugueteo con él hasta que finalmente deslizo mis labios hasta ella, sus piernas se enarcan ante el placer y no puede controlar sus movimientos cuando llega al clímax. Aprovecho su humedad y deslizo la punta por toda su abertura, con contundencia, haciendo honor al trabajo previo que hice con mi instrumento. Un sonido bestial traspasa la delgada tela que cubre su boca y el líquido vital cae a borbotones de dentro de ella. Mi cuerpo no puede contenerse ante su reacción y termino junto a ella, solo que vamos a distintos lugares. Almas viajeras eternas y almas viajeras por ocasión.

***

Letargo I: SOPORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora