11: Enzo

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"Hay miradas tan profundas que amenazan con descubrir hasta tus más profundos secretos, aquellos que hasta tu consciencia lucha por no recordar".

—Este es un primer viaje, vamos a hacer la solicitud de tu residencia y luego regresas a dejar todo bien arreglado aquí —Thiago, desganado, juega con los artículos que adornan el escritorio de papá.

—Así es, en esta ocasión, soy partícipe de salvar tu trasero de prisión, pero si otra vez te metes en problemas, yo seré el primero que se encargará de pagar abogados en tu contra y estoy seguro que los abogados de la empresa estarán más que dispuestos, sabes que tienen gran sentido de la justicia —acota mi padre. A pesar de que aparenta ser un hombre de mano dura, se puede decir que el caso de mi hijo, Thiago, se salió de sus manos. Él es la viva muestra de que los hijos criados por abuelos, no dan para mucho.

—No te preocupes, abuelo, prometo que me portaré bien, total, no conozco a nadie en Las Vegas —se levanta y se dirige a la pequeña estación de cocina y regresa con una caja de cigarrillos en mano.

—¿Estás seguro que quieres llevártelo? —pregunta mi padre en medio de un suspiro.

—Claro, padre, necesito ayuda en el instituto, sobre todo necesito que me ayude a entrenar a los tipos que recogí en el barrio para que los climatice y que hagan un Jiu Jitsu más de jaula y no tan callejero. No te preocupes, lo mantendré ocupado por allá —le aseguro a mi padre, quien desde su emporio de telecomunicaciones, persigue el mundo. El nombre de João Costa, el hombre más rico de la región, ahora se encuentra preocupado porque su único nieto saldrá de su seno. Mamá no lo hubiera permitido.

***

Tomamos nuestro vuelo de regreso a la Las Vegas, junto al séquito de nuevos coordinadores de los niveles iniciales e intermedios de la academia de Jiu Jitsu. Nuestro viaje se desarrolla sin turbulencia, por lo menos no en el avión, porque mi mente no ha dejado de recrear la escena de Eduarda dispuesta ante mis ojos en toda su plenitud sensual, solo para mí.

No se imagina cuán feliz soy de que haya sido a mí a quien ofreció sus últimos gritos de placer, adornados con el tono brillante del rojo profundo que manaba de su interior, como pintura de Picasso, perfecto.

Aterrizamos en la pista del aeropuerto de Las Vegas y nos dirigimos de inmediato a la escuela con todos los chicos para asignarles sus respectivas habitaciones en el lugar. Thiago coordina el horario de entrenamiento para cada uno al día siguiente y yo, por mi parte, planifico los posibles inicios de las clases si todo marcha como lo hemos planeado. Terminamos exhaustos a eso de las 21:00 horas.

—Con tanto trabajo, te mereces un trago —golpeo su espalda a modo de felicitación.

—¿Qué esperamos? ¡Me muero de sed, papá! —me insta a caminar para salir del local. Vamos al auto y emprendo mi camino hasta el bar más cercano, no tardaremos mucho, debemos descansar del viaje y todo el trabajo.

—Aumentaron mucho el número desde la última vez que estuviste aquí —le digo haciendo referencia a los tatuajes en su brazo, que ahora se encuentran totalmente cubiertos.

—Sí, ésta fue mi última obra de arte —me muestra el gran dragón que adorna toda la parte alta de su brazos, arrastrando la cola hasta su muñeca.

—Es un muy buen trabajo, ojalá hubiera conocido artistas de ese tipo cuando me hice mi dragón —rio.

—Ese es el precio de tener casi cuarenta, papá, ser joven es una bendición.

—Sí, en cierto modo, pero no cambiaría por nada del mundo tus veintiún años por mis treinta y ocho, créeme, la experiencia también es una bendición.

Arribamos a nuestro destino y nos hacemos espacio entre la gran cantidad de personas que hay de pie en los altos taburetes donde consumen sus bebidas. Nos sentamos en uno de los del fondo, del área de humo y ordenamos una ronda de coñac y un par de puros. El mesero llega con nuestra orden y nos ofrece fuego para nuestros habanos. Mi celular suena informándome de algún mensaje nuevo. Lo saco de mi bolsillo trasero. Es Declan.

Cox: Me enteré que ya regresaste, espero que hayas reclutado una buena cantidad. Mi servicio termina a las 22:00 quizás podamos ir a tomar algo para que me cuentes qué tal el viaje.

Enzo: No son muchos, pero sí te aseguro que son lo mejor de la región, estos sujetos sí que tiene talento, mañana los verás. Estoy en VegasLounge con mi hijo, ven para que lo saludes en cuanto salgas, deja la patrulla a un par de esquinas.

De pronto Thiago se levanta de su asiento y se abre espacio corriendo entre las personas que están de pie conversando.

—¡Thiago! —le llamo. Este chico estará loco. Camino tras él y lo veo acercarse a una belleza de largas piernas y labios rojos. Mantengo la distancia para no crear conflicto, sin embargo, la diosa de labios rojos, al despedirse me ofrece una sonrisa, no es maliciosa, tampoco es de simpatía, es más bien, lujuria en su estado más puro. Sus ojos quedan fijos en mí y al darle la tarjeta a Thiago se da vuelta y camina a pasos sincronizados alejándose del lugar. Luego de salir del breve trance, veo el mensaje de Cox.

Cox: Los veo en cinco.

—Papá, ¿viste esa belleza? —me dice impresionado—. Me guiñó un ojo y corrí a pedirle su número.

—Thiago, me hiciste avergonzar, parecías un puberto de doce años que tuvo una erección en un lugar inadecuado y salió al baño de prisa a masturbarse —rio.

—No me importa, todo por tener el número de esa mujer en mi teléfono —niego con la cabeza, aunque no puedo negar que tiene razón, no sólo es belleza, la sensualidad mana por cada poro de la piel de esa mujer.

—¡Qué caballeroso de su parte! Vinieron a esperarme en la puerta. Gracias por eso —Cox nos saluda con unos golpes en la espalda y abrazos de un brazo para cada uno—. Muchacho, ¿qué es lo que te dan en Brasil que creces tan rápido?

—¿De verdad quieres saber? —ríe.

—No es necesario decirlo, ya me lo imagino —le responde—. ¿Tienen asiento? Porque yo primero debo ir a cambiarme, un policía nunca es bien recibido en estos lugares.

—Te acompañamos y vamos a otro lugar más tranquilo—digo.

—Yo prefiero quedarme un rato más, ya sabes por si la veo otra vez —se excusa Thiago.

—Sabes que no volverá, es poco probable, además no debes quedarte solo aquí.

—¡Por Dios! Debes saber que ya no tienes bebé, él se las puede arreglar solo, déjalo que disfrute un rato por aquí —Cox nos guiña un ojo—. Déjale el auto y tú ven conmigo y vamos a hablar a otro lado y tomar un par de cervezas —no es de las mejores ideas, pero no le voy a quitar el chance a mi hijo de pasar una buena noche, así que accedo.

—Bien, pero aunque no lo creas, te estaré vigilando. ¿Tienes algo en la billetera?

—Mi tarjeta, con eso es suficiente.

—Nos vemos, no te tardes.

—Hasta luego, muchacho —se despide Cox de Thiago. Camino hacia la patrulla junto a Declan y subo al lado del copiloto. Él conduce en dirección hasta su casa, siguiendo la guía del molesto GPS. La central interrumpe las instrucciones de la molesta máquina.

—10-08, agente Cox, 10-08.

—508, Agente Cox, aquí 505, cambio.

—Hubo un intento de robo en la 305 con 470, justo en la 520 63, cambio.

—504 —dice Cox y termina la extraña conversación—. Vamos a ver qué sucede.

Gira a la derecha y retorna por la vía hasta el lugar donde acontecieron los hechos. Al llegar, mi mirada se detiene en seco, esos ojos, ese pelo, ese cuerpo, los he visto, solo que su mirada no es la misma de hace poco, aquí hay desesperación, llanto, impotencia, martirio, ternura, sumisión, todo lo contrario a la otra. No puede ser. No lo es.

Letargo I: SOPORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora