4: Adelise

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"Se ha vuelto más fuerte, lo sabe y le teme".

La luz que se filtra por la ventana me hiere los ojos, me siento cansada a pesar de haber dormido como si estuviera muerta, Bombón trepa de un salto a la cama y comienza a lamerme la cara, gruño en protesta, pero él no se inmuta de su tarea para despertarme.

—Basta —le digo alzándolo y diciéndole cuánto lo adoro con voz chillona, el minino empieza a retorcerse—. Ok, ok, sé que no te gusta.

Lo pongo sobre la cama y me levanto, un mareo repentino hace que vuelva a sentarme. Respiro hondo un par de veces antes de ir al baño, luego de realizar las necesidades básicas matutinas me pongo la bata y voy a la cocina. Al llegar a la sala me doy cuenta de que ahí todo esta revuelto, la mesita de noche esta caída, los cojines del sillón están en el suelo, algunas fotografías permaneces desacomodadas. Tomo lo primero que veo para protegerme, el cepillo de Bombón que está en el sillón a pesar de saber que en realidad no puede dañar a nadie. Camino en silencio mientras recorro la cocina y el comedor en su búsqueda, pero ella no está aquí, lo único que ha dejado es un papel con su nombre escrito con labial rojo intenso. Suspiro con alivio, mis ojos recaen en las pocas fotografías que han quedado de pie en estante frente a mí, me acerco recreando los momentos que en esos marcos aparecen perpetuos.

Siempre aparecemos en el mismo sitio, no puedo recordar alguna fotografía únicamente mía, al menos no antes de llegar aquí. Es fácil reconocerme, estoy sentada en las rodillas de mi padre, mis ojos parecen aún más claros por el reflector, mi cabello rizado se amontona alrededor de mi cara y los pantalones que tengo puestos parecen que en ese entonces ya me quedaban cortos. Es fácil reconocerla a ella, apoyada a un lado de mi padre, con sus ojos color chocolate y su pelo lacio peinado hacia un lado dándole una apariencia mayor, tal vez se deba a que para ese entonces ya comenzaba a usar maquillaje. Tal vez tendría algunos once o trece años, no estoy segura, yo parezco mucho menor y ella mucho más madura. Y luego hay una fotografía de mi madre con el pequeño Josh, o bueno, en ese entonces era una diminuta cosa rosada y babosa. Algo se estremece dentro de mi pecho, un sentimiento de añoranza que no había sentido desde hacía mucho tiempo. Me pregunto qué estarán haciendo, cómo se sentirán, se preguntarán cómo estoy yo, o como está ella, tendrán problemas o vivirán mejor, lo extrañarán a él también, aún sufrirán por su partida tanto como yo.

Puedo recordar perfectamente la cara de mi madre el día que decidí irme, dos días después de la muerte de mi padre, quiero decir, de su suicidio. Y es que... cómo podría seguir viviendo en esa casa sin su presencia. Cada vez que deseara sentarme junto a él y escuchar su voz serena recitarme un poema solo habría una silla vacía y un libro cerrado. Cómo esperaban que me quedara, cuando mirar hacia el columpio que él y yo construimos, volvía a mí la imagen de su cuerpo balanceándose sin vida. Cómo esperaban que me quedara, cuando ella me dijo hasta el cansancio que lo que había sucedido, era mi culpa, tengo grabadas en mi cabeza cada una de las palabras que ella dejó en esa carta, puedo sentir el rencor que la tinta sobre el papel me transmitieron ese día, aún puedo sentir su odio. Un odio que me aterroriza. Ella me aterroriza. Pulso dudosa los números en el teclado, deseo que por alguna razón su teléfono esté estropeado, deseo que no lo esté y levanten la bocina. Deseo que ellos no estén en casa y me mande al contestador, pero también deseo escuchar su voz. Me entra el pánico al segundo timbrazo, estoy por colgar y entonces mi madre habla.

—¿Diga? —Me quedo callada, su voz parece cansada y me resulta vagamente familiar—. ¿Hola? Sé que hay alguien ahí. ¿Hola?

—Hola —digo casi inaudible.

—¿Quién es?

—Soy yo, mamá —la voz se me entrecorta en la última palabra.

—¿Dia...?

—Adelise —le digo antes de que mencione su nombre.

—Oh Dios mío —exclama, su respiración se escucha entrecortada, como si le costara respirar—. ¿Estas... estas bien?

—Sí —silencio. Creí que ese silencio incómodo cambiaría con el tiempo, pero no fue así.

Mi madre y yo nunca pudimos tener una conversación que durara más de unos minutos, no sé qué me llevó a pensar que ahora podría ser diferente. Mi madre le era fiel a Diane y mi padre me era fiel a mí. Ambas gastábamos el tiempo y compartimos secretos con nuestros respectivos protectores a pesar de que todos éramos familiar.

—Qué bueno, dime ¿dónde te encuentras? No hemos sabido de ti desde que... desde hace años.

—Sí, lo sé. Ahora vivo en Las Vegas, trabajo en una empresa y bueno... me da para sobrevivir.

—Me alegra escuchar eso —su voz muestra autentica alegría.

Silencio.

—Bueno, yo... me tengo que ir.

—No, espera —dice apresurada y luego de nuevo aparece esa pausa incómoda—. Le diré a Josh que has llamado, se pondrá contento de saber que llamaste.

—Adiós.

—Adelise.

—¿Sí?

—Cuídate y llama cuando quieras. Te quiero hija.

Entonces cuelgo, por qué será que esas palabras no parecen reales, no parecen sinceras. De pronto me siento muy cansada, sé que apenas he despertado, pero las ganas de volver a la cama son más fuertes. Deseo dormir, sólo dormir. Me acurruco entre las sábanas en posición fetal. Bombón parece notar mi descenso de ánimo, porque viene a hacerme compañía, el cansancio se acrecienta así como el dolor en mi pecho, antes de quedarme dormida siento las húmedas lágrimas mojarme las mejillas.

Letargo I: SOPORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora