Después de que Leo se fuera de mi habitación, me senté todavía con las piernas temblorosas por el beso que acababa de recibir. Aún no me podía creer lo que había hecho, toda la vida había pasado de largo del tema del amor, ni siquiera había sentido curiosidad por saber que se sentía o que era eso a lo que llamaban "AMOR" y voy y beso a mi hermanastro, lo mío no tenía perdón de dios.
Aferré con fuerza la cruz que llevaba colgada al cuello buscando serenidad, pero era imposible. Me eché hacia atrás tumbándome de espaldas sobre el incómodo colchón. Cerré los ojos todavía aferrando la cruz en busca de algo de paz mental, pero lo único que lograba era ver a Leo y sus increíbles ojos ambarinos.
Harta de mis pensamientos lujuriosos sobre mi hermanastro, me senté con las piernas cruzas sobre la cama, saqué las fotos que Leo me dio, las contemplé atentamente durante un rato buscando el parecido entre "mi madre", "mis hermanos" y yo, pero no veía gran cosa. Mis hermanos tenían el pelo marrón oscuro, pero sin llegar a mi negro azabache, sus ojos eran ambarinos como los de Leo y su padre. Mi madre por otra parte tenía una larga melena ondulada color teca oscuro, la cara ovalada, la piel blanca, los ojos grandes y de color marrón claro; su boca era grande y de labios finos y una nariz pequeña y recta. El único parecido que veía con ella era el pelo, pero solo en la forma no en el color y la nariz, el resto debía de haberlo heredado de mi padre.
Frustrada por todo lo que rondaba por mi cabeza, saqué mi carpeta de piel negra, guardé las fotos en la carpeta, saqué el cuaderno de bocetos y la tableta y me puse a trabajar como una loca.
Cuando volví a levantar la cabeza era media tarde, mi estómago rugió cómo un león enjaulado, miré el reloj y luego el montón de papeles sobre mi cama, recogí los bocetos, los guardé en la carpeta junto con la tableta, agarré la bandolera lo guardé todo y salí a dar una vuelta por la ciudad.
Mientras paseaba compré unos cannolis y unas manzanas; caminé hasta la Cattedrale di Santa Maria del Fiore me apoyé en el edificio de enfrente, saqué el cuaderno de bocetos y me puse a dibujar las ventanas de la fachada de la iglesia.
De camino a la pensión compré una ensalada de frutas y un zumo Kale Machine, al llegar a la pensión dejé la comida en la mesa de la habitación, dejé la bandolera en el suelo y me estiré en la cama para descansar un poco.
Desde que me crucé con Leonardo de Pazzi mi cabeza era un auténtico lio, por un lado, me sentía terriblemente atraída por el apuesto italiano y de no haber sabido nada de su vida no me habría importado ver donde podía llegar, pero sabiendo lo que sabía no iba a cruzar el límite. Leo era un hombre viudo que aún lloraba la muerte de su esposa, lo vi en sus ojos y a pesar de que me besó no pensaba meterme en un berenjenal cómo aquel. Es más quizás me besó porque la pena por la falta de su esposa lo confundió, que sé yo; pero la mayor razón de todas para mantenerme lejos de ese magnífico italiano era que era el hijastro de mi madre biológica y el hermano mayor de mis medio hermanos. Y había que estar cobo una regadera, por no decir cómo una puta cabra para meterse en berenjenal como aquel.
Ahora que había conseguido saber quién era su madre y de donde era podía irse con la conciencia tranquila y centrarse en su futuro, además tenía todo lo que una mujer podía desear en su casa de San Petersburgo. Siempre había sabido que no era como el resto de chicas desde una edad temprana, desde los tiempos en el orfanato, mientras el resto de chicas jugaban con muñecos, ella se ponía a colorear, a dibujar o a cantar con las hermanas del coro. Tenía una fe cegadora y unas ganas de demostrar a todos lo que podía hacer y hasta donde podía llegar solo con su ingenio, el trabajo duro y el sudor de su frente. No temía romperse una uña o que sus manos se agrietasen o se pusieran callosas por el trabajo, cada momento fuera del infierno de casa en el que había acabado era un regalo del cielo. Cuando no estaba trabajando, pasaba un montón de horas en la iglesia o en el orfanato echando una mano en lo que hiciera falta, si no hacía falta se sentaba en una banqueta y dibujaba las esculturas de la iglesia, si no iba alguna plaza con alguna escultura y dibujaba hasta que perdía la sensibilidad de las manos.
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Un Regalo para el Duque
RomanceLeonardo Pazzi, viudo y padre de una niña, estaba dispuesto a mantener a su pequeña alejada de la prensa. Así que cuando una belleza del otro lado del Atlántico apareció en Florencia haciendo preguntas una soleada mañana, su instinto italiano de pro...