Una propuesta escandalosa

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Seguí a Leo hasta la sala de estar, cuando llegamos se acercó a al mueble bar, lo abrió y dijo:

- ¿Te apetece un gin-tonic o un poco de grappa?

- Mejor un wiski doble sin hielo.

Pasada la tormenta, necesitaba matar los nervios de alguna manera, necesitaba adormecer mis neuronas desenfrenadas de alguna manera y ahogarlas en alcohol parecía que iba a ser la forma de hacerlo. Leo sirvió dos vasos y se sentó a mi lado en el sofá, me pasó uno de los vasos y dijo:

- ¿Puedo preguntarte algo?

- Quieres saber cómo me siento...

- ¿Puedes expresarlo ya con palabras?

- No lo sé, ahora mismo mi cabeza está hecha un lío y mis neuronas van a mil revoluciones por segundo. Necesito relajarme y mirarlo todo desde otro punto de vista; asimilar todo lo que acaba de ocurrir y pensar mucho en lo que voy a hacer a continuación.

- ¿Qué quieres decir? – dijo Leo con el ceño fruncido.

- Bueno tengo una vida, un trabajo y un hogar al que volver, ambos sabíamos que pasara lo que pasara no me iba a mudar a Florencia. Me tomé esta semana para ver que averiguaba porque contaba con que mi socio tenía la agenda despejada, pero no puedo posponer mi trabajo eternamente. Además, ella tiene su vida hecha aquí; a formado una familia con tu padre y yo no tengo cabida en ella. Todos habéis sido muy amables, pero yo aquí no pinto nada y empiezo a pensar que nunca debería a ver venido. Sabía a lo que me exponía cuando vine, pero nunca pensé en lo que significaría para mi madre. Siento como si me hubiese colado sin permiso en su vida.

- ¿Cómo puedes pensar eso? ¿Qué te ha hecho pensar eso?

- Pues sinceramente no te sé decir, simplemente ahora mi cabeza es un cacao necesito parar y pensar en todo lo sucedido – me tomé la copa de un trago y me levanté del sofá. – Si me disculpas me voy a dormir antes de que me dé un patatús.

- No te preocupes, descansa. Nos vemos mañana. Que descanses y pasa una buena noche.

- Gracias igualmente.

¡Pero que chiste! Santa madre de dios, dormir era ahora mismo lo último de mi lista y no por falta de ganas, sino por falta de calma.

Lo peor de todo aquello eran mis pensamientos nada apropiados por Leo, mi hermanastro y el hombre por el que comenzaba a sentir un deseo irrefrenable. Cuando su preocupación y su sobreprotección poco disimulada salían a relucir yo me derretía como los casquetes polares por el cambio climático.

Llevaba toda la vida cuidando de mi misma, demostrando que con valor y el sudor de mi frente podía llegar a cualquier sitio y justo ahora se me ocurría perder el seso por un tío, no un tío no, mi hermanastro...

Había oído hablar del deseo a mis amigas, a gente de la oficia, a compañeros de clase, incluso a Jared, pero nunca lo había experimento y tampoco es algo que me muriese por experimentarlo.

La noche anterior cuando lo conocí sentí como se me erizaba el pelo de la nunca, al hablar con él se me quedó la boca seca y cerca estuve de trabarme con mi propia lengua un par de veces; nunca antes en mi vida me había sentido así de insegura delante de ningún hombre, ni siquiera cuando vivía en las calles de San Petersburgo.

Leo era diferente a todos los hombres que había conocido, alto, moreno, con barba, de ojos color ámbar, unos labios de ensueño y un cuerpo atlético, pero sin exagerar, solo lo justo para mantenerse en forma.

Un Regalo para el DuqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora