Mientras todos en el colegio buscaban su media naranja, Anabeth Nathans y Lacey Adams, morían por un solo sueño. Éstas mejores amigas compartían su amor por la misma persona, pero solo había un pequeño detalle. Resulta que el chico el cual lograba v...
–Ana, Anabeth, Anita.– empujo a par de personas hasta llegar a donde ella.
Está sentada y una chica la acompaña. Al parecer tiene la misma edad que nosotras. Su cabellera es oscura, mas sus ojos son azul como el mar. Hipnotizadores y profundos.
Me regala una sonrisa y habla por primera vez.– Tú debes ser Lacey...– asiento levemente y me siento al otro lado de mi amiga.– Soy Sarah Jackson, encantada.– extiende su mano para un saludo el cual correspondo amablemente.
–Lacey Adams.– contesto para reafirmar que era yo.
Ana se ve un poco pálida, sin embargo su mirada vaga por todo nuestro alrededor.
–Anabeth...– la llamo.– ¿Estás bien?
Espero unos segundos pero no me contesta. Así que le pregunto a la chica, Sarah, que fue lo que pasó.
Se levanta de el otro lado y se sienta junto a mí.
La pequeña multitud que se había formado ya se había dispersado dejando que el viento revuelva nuestros cabellos y la poca sombra se difumine.
–¿Y...?– pregunto para que prosiga a explicar.
En un breve resumen, me contó que se encontró a Ana en la cubierta observando el horizonte cuando se acercó a hablar con ella. Porque según ella se veía mal y/o enojada. Entonces que de un momento a otro, después de una pequeña charla se desmayó y la ayudó a llegar aquí. Obviamente después lo que pasó ya se sabe porque es lo que está pasando ahora.
Justo cuando termina de hablar Ana por fin dice algo.– ¡Pinche!
Ambas nos miramos y la miramos a ella.
–Ana, querida ¿estás bien?– pregunto de nuevo tomando su cara para voltearla hacia mí.
Vuelve a repetir lo mismo.– ¡Pinche!
–¿Qué? Ana, no te entiendo.
–Debe ser el pinche que le quité para que se pudiera recostar sin problemas.– menciona Sarah detrás de mí.
Me asusta la actitud de Ana, parece ida y mareada. Sus ojos siguen vagando y se cristalizan. Algo no muy común en ella.
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Casi siempre la que está mareada o en el piso soy yo, no ella.
Ana se recuesta de mi hombro y luego de unos minutos en los cuales estuve conversando con Sarah, habla pero esta vez confundida.– ¿Lay?– asiento rápidamente.– Me siento mareada.
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