Dos
1. JULIANANos peinaban con trenzas, a mí y a mis primas, y creo que, en el fondo, pensaban que cada una era apenas uno de los cabos de la trenza. Durante ese tiempo, las tres también suponíamos que, para existir, era necesario ser parte de una trenza. Y, claro, como las trenzas, estar agarradas a una cabeza. Éramos tan amigas las tres primas, teniamos tanta suerte de haber nacido casi al tiempo y en una familia tan unida. Eso decían los adultos, cuando llegábamos todos y nos reuniamos alrededor de la mesa maciza de la finca, con la abuela en la cabecera. Todo parecía como de Mujercitas, qué conmovedor...
-- A ver, bien derechitas, espalda con espalda, cola con cola, péguense bien y no hagan trampa, para saber cuál está más alta--decía la tía Luisa, que era la encargada de medirnos cuando llegábanos a la Unión, a pasar las vacaciones.
"Espejito,espejito, dime cuál es la más bella", pensaba yo en esos momentos interminables antes del veredicto de la tía Luisa. Esperábamos los resultados como si estuviéramos en el reinado de miss universo. Era algo tan angustioso como en esos momentos en los que se anuncia primero a la princesa y la princesa sonríe y besa a la virreina, pero lo que quiere es desaparecerla, luego anuncian a la virreina y la virreina sonríe y felicita a la reina, pero lo que quiere es matarla, ojalá ahí, para ocupar su lugar. Y la reina llora, cuando le anuncian que es reina. Y se abraza de las otras, que supuestamente deben estar felices, compartiendo semejante triunfo. Pero que no son más que unas hipócritas y están verdes de la envidia.
Nos jugábamos la vida en esa estupidez. A los nueve años, ser la más alta era cuestión de honor. Yo nunca pude ganar. Por más que me estiré y trate de alargar cada músculo y cada hueso, mi prima Lucía ganaba. La diferencia era de uno o dos centímetros, algo así de insignificante. Pero siempre fue la más alta, a pesar de ser la menor. Lástima que nunca, a ninguna de las tías, se le ocurrió hacer la prueba de la más acusetas. Esa también se la habría ganado Lucía. Y si lo infantil pudiera medirse en centímetros, ella habría ganado por más de un metro.
--Cada uno es cada cual y cada cual tiene sus mañas--decía la abuela cuando nos veía peliando por esas bobadas. Ahora pienso que la abuela y todos en mi familia tenían la culpa de nuestras peleas. Eran tan o más infantiles que nosotras y se la pasaban haciendo comparaciones. Quién habló primero, quién sacó las mejores notas, a quién quieres más: a tu papá o a tu mamá, a tu tío o a tu tía. Eso se aprende de los adultos, yo creo. Y en el fondo, uno se la juega. Uno le apuesta al "me quiere mucho...poquito... nada". Cae en la trampa de ser el más... el más lo que sea, para que lo quieran. Y de pronto descubre que nada de eso sirve para nada. Pero estábamos hablando de trenzas y de vacaciones en la Unión. Y no solo de peleas. Estamos hablando de tener nueve años y de ir al trapiche con la tía Luisa a hacer melcochas y de asomarse a las piscinas de piedra, donde está la panela hirviendo. Estoy hablando de ese olor a está la panela hirviendo. Estoy hablando de ese olor a panela que entra por la nariz y se cuela en mi memoria, los cucharones grandes revuelven y revuelven, hasta que salen los angelitos de caramelo y la tía Luisa los pone hirviendo en el mesón y nosotras nos quemabamos las manos y la lengua para probarlos, y los angelitos de caramelo se pegan al paladar y es como saborear un pedazo del cielo. Y la tía luisa, con sus manos, estira la panela, mueve los brazos, mece la panela, la agranda,la achica, de aquí para allá, y los hilos de panela se van aclarando con el ritmo de sus brazos fuertes, hasta que se convierten en masa para melcochas.
Entonses nos da un poco a cada una. Un poco para Juliana, un poco para Valeria, y un poco para Lucía,siempre así, con las mismas palabras y en el mismo orden. Y hay que seguir estirando la melcocha, abriendo y cerrando los brazos, como si estuvieramos un ovillo de lana, hasta que las melcochas quedan en su punto. Un punto mágico que nunca supe exactamente cuál era. Sólo lo sabía la tia Luisa y un poco también Lucía, que era la más háb il con las manos. Cada melcocha se convierte en una trenza, luego se enrosca y se pone sobre las hojitas de naranja, que hemos recojido en la huerta. Nos repartimos las melcochas listas, en tres grupos. Yo escondo las mías y me las voy comiendo poquito a poquito, no le regalo a nadie, hasta que se me pela el paladar. Pero las mejores melcochas son las que uno se come ahi mismo, en el trapiche, mientras va preparando la receta. Después se secan y se endurecen y ya no tienen la misma gracia.
También comparaban las melcochas, cuáles habían quedado en su punto, y ya les conté quién era la más hábil con las manos. Valeria y yo nos esforzábamos pero no demasiado. En el fondo, imaginabamos el veredicto de las tías. Hay competencias desiguales en las que uno no debería participar y, si, uno va aprendiendo poquito a poco. Dirán que todo esto es una idiotez, pero para mi era importante, precisamente por que todos decían que eran boberías y porque estos sentimientos nunca se podrian mostrar en público. Es más: de eso no se hablaba y en mi casa siempre ha existido la ilusión de que solo existe lo que se ve, lo que se toca y lo que se puede decir en voz alta. Esto, que se llama envidia, no se podía tocar y además era un pecado. Uno de los siete pecados capitales, decían las tías. "Si la enviadia fuera tiña, cuantos teñidos hubiera", era una frase que pronunciaba la tía Carmen, en el momento justo, y yo sentía que no me quitaba los ojos de encima. Disimuladamente, me examinaba la piel, pero nada se me notaba. Por dentro era otra cosa, por dentro estaba teñida de verde. Verde del color de la envidia.
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☆Los Años Terribles☆
Novela JuvenilJuliana, Valeria y Lucía son primas; que tienen casi la misma edad y suelen encontrarse en la casa de su abuela. Sin embargo, son muy distintan entre si. Y atraviesan la adolescencia, esos "años terribles", cada una a su manera. El primer amor, la c...