3. Valeria

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--¿Qué quieres hacer de cumpleaños?--me pregunta mamá.
     ---Nada especial---digo indiferente. Me da lo mismo.
--Podrías invitar a tus amiguitas, como el año pasado,--insiste.
     ---No tengo amiguitas---protesto, y subrayo el diminutivo. ¿Por qué todo lo mío termina en "ito" o en "ita" cuando lo dice ella?, me pregunto con rabia, pero no se lo digo, claro. Nunca digo nada. A veces me parece que, en vez de su hija soy su osito de peluche. Piensa por mi, decide por mí, me pregunta y ella misma se contesta.
--Ya sé, tengo una idea: ¿qué tal si organizamos un paseo a la finca de la abuela? Hace tiempos que no se reúne toda la familia. Tu cumpleaños es una excelente disculpa. Además, cae en domingo. Y con estos días que están haciendo... ¿Ah? 
Mamá me mira exagerando la felicidad de su buena idea. (De su disculpa.) Yo sigo enfurruñada y más muda que de costumbre. Organizamos suena como si fuera mucha gente. Y ella es la que organiza, no yo. Organiza: ella. Tercera persona del singular.
--Los trece años son una fecha especial. ¿No te parece?
No me parece pero, claro, no se lo digo. O bueno, no se lo digo con palabras. Y ella parece no entender el lenguaje de los gestos. Total que ya decidío por mí. La oigo llamar a todo el mundo y repetir el mismo rollo telefónico una y otra vez.
--Sí, es el domingo. Hay que aprovechar esa finca, antes de que les dé por venderla... Con la situación  de este país, no tendría nada de raro... No te preocupes, yo me encargo de llevar todo.
--Sí, un asado, para celebrarle el cumpleaños a Valeria. Sí, trece años ya. Imagínate, cómo pasa el tiempo, bla, bla...
--Sí. El domingo próximo... bla, bla, bla. Con toda la familia. Hace tiempos que no nos reunimos. Es un buen motivo.
Yo sólo la oigo desde lejos y no intervengo en los preparativos. Es la fiesta de mamá y yo soy su disculpa. (Qué conste que ella lo dijo primero.) Siempre se sale con la suya. Así que aparezco con trece años, en domingo, y aqui estamos, todos reunidos, en mi cumpleaños feliz.
A los trece, la familia deja de ser la familia ideal. Uno se pregunta qué tiene que ver con toda esa gente y, por más que lo piensa, no encuentra ninguna respuesta decente.
--Feliz cumpleaños, Valeria --me dicen las tías cacatúas.
--Feliz cumpleaños--- repite detrás mio mi tío político.
--Feliz cumpleaños--- me besa la tía hipócrita que no hace más que criticarme.
--Felicitaciones, nena--- dice la abuela y me entrega un paquete inmenso, como en los viejos tiempos,cuando cumplir años era lo máximo de la vida. (Ya no me dan tantas ganas de romper el papel de regalo para ver qué hay adentro y mamá me hace una cara terrible, como diciendo, "emocionate, no seas tan desagradecida".) 
Llega Juliana, con su típica cara de &&%% ( ya saben de qué) y sus uñas azules oscuras con escarcha. Boca torcida pintada de negro y zapatos de tacón. Demasiado elegante para una finca, pienso, y eso que yo poco me fijo en la ropa. Pero es que parece sacada de una revista de rock, tan creída. 
Llega Lucía, con su cara de tragedia. Idéntica a su mamá, que siempre ha sido la pobrecita de la familia, "Pobre Carmencita", dice la abuela, "lo duro que le ha tocado", remata, y todos dicen "sí, pobre, qué vida". Son frases automáticas. Frases gastadas que se dicen en familia, aunque nadie sepa bien qué significan. Nadie tiene ganas de inventarse algo distinto.
--El sol está delicioso-- dice mamá y se queda mirándome. ¿Por qué no se meten a la piscina? 
Las tres nos miramos como tres perfectas desconocidas. Juliana exagera torcido de su boca negra. Lucía exagera su "pobrecitez" . Y yo, como siempre, no expreso nada: soy el relleno del sándwich. El sol pica. Pienso que, de pronto, sería buena idea meternos al cuartico las tres, como siempre, ponernos el vestido de baño y salir corriendo a la piscina. Pero no me atrevo a proponerlo : puede sonar infantil y ahora hay que andarse con pies de plomo para no meter la pata. Antes no éramos así ; teníamos unas costumbres, unas rutinas, una amistad secreta, unos juegos. Ahora no jugamos a nada. En el colegio no nos determinabamos,cada una tiene su grupo. Algo se a roto. Los gestos y las costumbres de antes ya no significan lo mismo. El problema es que no tenemos otras costumbres de reemplazo. Seguimos ahí paradas, con ese calor, tres bocas torcidas en la mitad de tanta gente con caras felices. Hasta que mamá rompe el hielo. Me lleva a un lado me aprieta el brazo, disimuladamente . ¿Es un apretón o un pellizco?
--Deja de hacer esa cara de dolor de estómago. Te vas YA a poner el vestido de baño, a ver si arreglas ese velorio. Tú eres la anfitriona y tienes que dar el ejemplo.
¿Ejemplo de felicidad? ¿Ejemplo de fiesta? Sólo se da un ejemplo cuando es algo de portarse bien, pienso, pero, claro, no digo nada. Obedezco, como siempre. Y me encierro en el cuartico de siempre, al lado de la piscina. Desde el espejo de siempre, me veo plana como una mesa, y con esos vellos negros rídiculos que me han empezado a salir en desorden, debajo el estómago. Ya no tengo el cuerpo como antes, pero este cuerpo ahora tampoco parece mío. Tengo ganas de llorar o de quedarme ahí parada pero mamá vuelve a resolver mis pensamientos. Golpea la puerta con su "sal de inmediatamente de ahí " . Obedezco y me pongo el vestido de baño. Atiborro toda mi ropa en el maletín de los 101 Dálmatas, que, viendolo bien, está un poco pasado de moda. (Fue mi regalo de doce años y de repente, me parece que como si lo tuviera hace siglos.)
Me clavo de cabeza en la piscina y la atravieso de tres brazadas. Las cosas se achican cuando uno crece... Cómo cambian las distancias, las alturas, lo que antes se veía gigantesco y ahora metida en esta piscina tan pequeña. Pienso en hoy hace seis años, exactamente. Cumplí los siete y ese día aprendí a nadar aquí mismo. Necesitaba dar veinte brazadas para llegar de un lado hasta el otro y era tan difícil... Yo contaba y nadaba y siempre estaba a punto de hundirme, pensaba si iba a llegar hasta el otro extremo. Sentí lástima de la piscina, tan pequeña y tan rídicula, ¿pueden creer? Tenerle lástima a una piscina, ¡qué pensamiento tan idiota!... Aburrida y sola entre el agua, como Juliana y Lucía conversaban, con sus bocas torcidas, cada boca para un lado diferente. De pronto las vi salir a encerrarse en el cuartico. Parecían tan amigas, a leguas se notaba que hablaban de sus cosas privadas, que ellas sí tenian secretos para compartir. Mis dos primas "trillizas" habían crecido más rápido, me habían traicionado, pensé, y creí que nunca iba a perdonarlas por semejante humillación. Es absurdo y, de pronto hasta anormal, sentir celos de otras mujeres. Peor todavía si son mis primas. Se supone que celos es una palabra para novios o problemas así, de amor. Pero entonses, ¿qué es eso que uno siente cuando son tres y de pronto hay una que ya no cuadra en el grupo? ¿Una que dejan abandonada? ¿Cómo se llama lo que uno siente cuando lo sacan del triángulo? Existen sentimientos que no tienen palabras. Qué cantidad de bobadas las que alcanzo a pensar por minuto.
Las dos salen por fin del cuartico. ¿Es un paseo, o un desfile de modas? Juliana muestra su bikini de brassier exagerado. Se cree de dieciocho, pero a leguas se nota que es puro relleno. Lucía se lanza a la piscina insignificante con una clavada deportiva, de campeona olímpica.
---¡Uff, qué agua tan helada!--- exagera Juliana, con una voz de "qué horror de plan".
---Aquí es imposible nadar sin tropezarse. Esta piscina es como juguete, ---remata Lucía, con voz despectiva.
Yo las odio. Pero, claro, no digo nada. Sólo muevo la cabeza con cada una de sus frases como diciendo "sí, que horror, estoy de acuerdo con ustedes". Siempre estoy de acuerdo. Lo único bueno de cumplir años son los regalos.

☆Los Años Terribles☆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora