--¿Qué prefieres para tus quince años: fiesta o viaje?
Yo no digo si fiesta o viaje, yo no digo ni si ni no, sino todo lo contrario. En estos días los quince son todo un tema familiar, pero a mí me importan un comino, ya saben, soy de pocas palabras, por eso la conversación se organiza conmigo atravesada en el medio, sin que cuente mi opinión; la verdad es que se me daño el opinadero. Y,aunque no es exaxtamente el santo de mi devición, debo reconocer que le debo una a mi querida prima Julianita. Después del espectáculo grotesco que dio en su cumpleaños, la familia completa quedó sin cinco de ganas de hacer sus tradicionales shows de celebración y por eso la comida familiar fue descartada de los planes de mamá. Ne salvé del disfraz de Lady Di que ella soñaba diseñar exclusivamente para mi, me salvé de las tías cacatúas metidas en mi casa, me salvé de ser la protagonista. Hasta ahí, perfecto, pero mamá contraataca.
--Si no quieres fiesta, ¿qué tal un viajecito?
Ahora es papá el que protesta: "Con esta situación no estamos para viajes". Mamá responde que sólo se cumplen los quince una vez en la vida. (Yo, para mis adentros digo "afortunadamente", ¿qué tal esta discusión años tras año?, ¡sería de suicidarse...!) Mi hermano Antonio se mete para decir que es injusto. Él ya tiene diecisiete y nadie le ha preguntado nunca si fiesta o viaje. Yo también creo que es injusto: ¿por qué a los hombres sí los dejan en paz, por qué pueden hacer lo que les dé la gana? ¿Por qué no nací hombre? Ahora opina Mariana, la rana, la más sapa del planeta: Cuando ella cumpla quince, quiere una fiesta con vestido largo, como en las películas. Se siente la protagonista de la Novicia Rebelde... si por ella fuera, bajarí por una escalera, del brazo de papá, mientras la orquesta tica el Danubio Azul. Y eso que sólo tiene ocho años, ¿qué podrá esperarse cuando sea más grande? Menos mal casi nadie le pone atención. Sólo mamá la mira con orgullo como diciendo, "tu sí eres una niña sensata; ojalá tu hermana pensara así"
--Valeria, es contigo --me habla mamá, para de volverme a este planeta. Ella cree que estoy en Marte, pero yo sí estoy oyendo y procesando la información-- Estamos hablando
de ti, ¿Es que no me importa?Yo no digo que sí ni no, sino todo lo contrario. Afortunadamente las finanzas de la familia no están muy bien que digamos. Por eso no clasifico para El viaje que soñé, ese plan especial para quinceañeras que venden las agencias de turismo. Los papá sólo tienen que pagar y ellos se encargan del resto (así dice la propaganda que mamá recorto del periódico). Ofrecen una supuesta noche de cuanto de hadas, en un castillo europeo, auténtico o reciém envejecido, en Viena o en Miami, según el bosillo, porque hay varios planes, y se puden pagar en cómodas cuotas mensuales. Cualquiera de los planes, el caro o el "económico" tiene todo incluido: la escalera de caracol tipo novicia rebelde, la orquesta que toca el vals y, lo más importante, el cadete con uniforme de gala, botones dorados y 1.80 de estatura, para bailar con la quinceañera y quedar guardado, por siempre, en el álbum de fotos y en el corazón. Te ragalan el sueño del principe azul aunque cualquiera sepa que es un principe disfrazado y a suelo por unas pocas horas, seguro hasta tiene acné juvenil y usa jeans rotos y arete de día, cuando no trabaja como principe azul.
Y mientras creen que echo globos, oigo que mamá insiste en venderle la idea a papá. Podrían conseguir un préstamo, total es "solamente una vez" . La insistencia de mamá me incomoda. Es como si ella viera en esto una inversión indispensable para mi futuro, ¿qué tal que yo me quede solterona?, ¿qué tal que me dé por pensar que no me gustan los hombres, sólo por no haber tenido, al menos, una oportunidad? No es que ella lo diga con palabras, ¡ni más faltaba!, pero algo me dice que lo piensa, seguro hasta he tenido la oportunidad de consultarlo con la síquica de pacotilla y ella le ha dicho que sí, que tal vez valdría la pena. Como casi nunca me invitan a las fiestas y, como cuando me toca ir a alguna, no me sacan a bailar, ella quiere comprarme alguien que baile obligatoriamente conmigo una noche entera, sin importale que sea plana como una mesa y que me esté quedando enana. Al fin y al cabo para eso le pagan, es un trabajo como cualquier otro.--¿No ves que Valeria no quiere ni oír hablar del viaje? --dice la voz salvadora de papá. (De paso, él se salva de pedir préstamo.)
Mamá hace su cara de "soy la única que piensa en el bienestar de esta familia, a ti todo te resbala, sólo te importa tu trabajo", y da el asunto por concluido, al menos en ese round. Adoro a papá, que es de pocas palabras como yo, y además sí se preocupa por mí; lo que pasa es que me conoce mejor y no quiere cambiarme. Sabe que a la gente no la cambia nadie.
--Tal para cual. Son tercos como mulas --es la frase preferida de mamá, cuando papá y yo nos atrevemos a decir lo que pensamos.Así van pasando los días, hasta que de pronto, una mañana puedo despertarme y amanezco de 15. Papá nos invita a comer a un restaurante elegante y yo escojo uno de pasta, que no es nada especial según mamá, pero tampoco puede protestar porque es el que a mí más me gusta y, según la tradición de la familia, el que cumple escoje. No hay brindis con champaña sino jugo de mandarina, ravioli a la bolognesa y copa de helado. No hay invitados especiales, sólo mia hermanos, que aprovechan para pedir lo más caro. Afortunadamente cae en lunes y eso me ayuda a que pase sin pena mi gloria. Luego me levanto en martes y puedo seguir la vida normal, como al otro día del "feliz año". Tanto que se abraza la gente, tantas promesas y tanto cuento de que todo cambiará, pero la farsa dura unas pocas horas. Al otro día, el año empieza a andar y ya nadie se acuerda de nada. Así me parece que es esta cursilería. Podría decir el verso que nos enseñó la abuela a los nueve años, cambiando algunas palabras. "Qué encarte es cumplir quince años, más me valieran noventa". Fuera de eso, las tías me mandan regalos, así nadie las haya invitado, es parte de la tradición familiar, "si a Juliana le dimos, no hay razón para discriminar a Valeria..." (las normas familiares se han inventado ya para todo; a veces me parece que reemplazan el afecto...) Al comienzo caigo en la trampa y me emociono pero luego viene la decepción: los regalos se pueden clasificar en dos categorías: joyas y perfumes. Sólo con verlos, envueltos en papel de regalo, uno puede apostar: Joya, perfume, joya , perfume, joya, joya, perfume, joya, perfume. Y yo no uso ni lo uno ni lo otro.
--Espero que te guste la bobadita que te traje --dicen, y me plantan un beso en la mejilla.
Yo no digo ni si ni no, sino todo lo contrario.
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☆Los Años Terribles☆
Novela JuvenilJuliana, Valeria y Lucía son primas; que tienen casi la misma edad y suelen encontrarse en la casa de su abuela. Sin embargo, son muy distintan entre si. Y atraviesan la adolescencia, esos "años terribles", cada una a su manera. El primer amor, la c...