Las Líneas de la mano

1.2K 9 0
                                    

Seis

Juliana


Un día se me acabaron las viejas palabras de amor y tuve que despedirme de Juan Esteban. Después de ensayar muchos discursos frente al espejo, después de tantas palabras dichas en borrador, lo llamé y le dije que teníamos que hablar. Al comienzo me sentí como una cucaracha, pero como una cucaracha que se quita un edificio enorme de encima. Creo que se fue muy mal, a pesar de lo bien que quería parecer. Sólo abrió la boca para pedirme un por qué. Yo no pude contestarle, al fin y al cabo, esa es la pregunta que me hago y no he encontrado respuesta... Por qué ya no es mi tipo/ por qué no es lo siempre, si al menos hubiera una razón lógica... Él también se había dado cuenta: me dijo que yo cada vez me inventaba una disculpa diferente para no verlo. Y volvió cien veces con las preguntas y con los "qué hice de malo"...Le interesaban las razones, como ai fuera un niño en la edad de los porqués. Le dije que en esto no hay razones, le dije que lo quise mucho y que el amor no tiene razones. Me sonó bien bien la frase mientras la estaba diciendo, pensé que por fin se me había ocurrido algo original. Después, repasando la conversación, me di cuenta de que no era nada del otro mundo, sólo me salieron palabras de canción, debe ser cierto que a los quince años no se saben más.
Total que me quedé sola, sin nadie que me quisiera todos los días a la misma hora, sin nadie que me visitara en el mismo sofá, sin nadie que me llamara los viernes a las ocho en punto para decirme "ya voy para allá". Mi vida ha cambiado por completo desde entonses y creo que del cielo pasé al infierno. Ahora salgo con Daniel Botero, aunque la palabra "salgo" es un decir, a veces salgo y a veces no. Cuando le da la gana llamarne, cuando me busca a la salida del colegio y me pregunta "qué vas a hacer". Y yo le digo "tengo cita en el odontólogo" y él me dice "lástima, te iba a invitar a comer un helado". Entonses yo cancelo lo que sea o, mejor, mando todo al infierno. Por ti mi vida empeño... Y dejo metidas a mis amigas, a Paula, que ahora me parece tan buenecita, con su novio de toda la vida, con el grupo de siempre, que también era mi grupo y que no ha podido entender qué es lo que me pasa.
Mamá tampoco entiende qué le veo yo a ese muchacho que no me aporta nada, que no me conviene. Yo no sé qué le veo, yo sólo sé que un día lo vi, que yo estaba en los 15 de Paula, que tenía un vestido y un amor, que tenía una vida por delante y un mundo armado y que todo cambió. Que yo simplemente lo vi, como le paso a Fito Páez cuando encontró a su mujer y le compuso esa canción y ella mandó todo al diablo por irse con él, detrás de esa canción. Todo lo que diga está de más, las luces siempre encienden en el alma. Yo tampoco sé si era un ángel o un rubí, yo a veces creo que no es un ángel o un rubí, yo a veces creo que no es un ángel sino un demonio que me empuja a donde él quiere, pero no tengo más remedio que seguirlo, no tengo más remedio que quedarme al lado del teléfono, esperando a que se digne llamarme. A veces llama y me dice "ya paso por ti" pero no llega y yo me quedo arreglada, sentada en la sala hasta las 11 o 12, esperándolo. Y cuando me pierdo en la ciudad, vos ya sabés comprender, es sólo un rato más, tendría que llorar o salir a matar, pero no me atrevo ni a llorar porque se me corre el maquillaje que me eché para él y no pierdo la esperanza de que llegue, así sea tardísimo. O que, al menos llame, así sea borracho y a media noche, aunque conteste papá y le arme un escándalo y le diga "éstas no son horas de llamar a una casa decente". Papá no puede entender por qué sigo ahí, como una cenicienta a media noche, esperando sentada para que no se me arrugue la ropa, con un nudo en la garganta, pero sin atreverme a llorar, porque si él llega, todo habrá pasado, si él llega, todo será perdonado y yo me deslizaré por la ventana para volarme con él. Sé que es horrible pero es así. Si esto es amor, es lo más horrible que me ha pasado en la vida.
        --Parece que a las mujeres les gusta que las traten mal--me dijo el cretino del Juan Esteban, hoy, en otra más de las fiestas donde Paula. A leguas se le notaba que estaba respirando por la herida. Obvio que Daniel no fue conmigo, no puede asomar la nariz por esa casa, después de lo que pasó en los quince, ni siquiera se nos ocurriría. Además, él tampoco es del tipo que dice "qué plan tan estúpido, pero voy sólo por acompañarte, me sacrifico por ti". Nada que ver. O sea que planearemos que yo hacía acto de presencia un acto en donde Paula y a las 11, en punto nos encontrábamos en la esquina. Era un plan perfecto, sobre todo por darles una noche de tranquilidad a mis papás que se quedaban muy preocupados cuando me atrevía a decir que iba a salir con Daniel. Estaban felices de dejarme donde Paula, con en los viejos tiempos. Papá me preguntó si quería que me recogiera y yo le dije que me durmiera tranquilo, que Juan Esteban se había ofrecido a llevarme.
Llegué a las nueve en punto, tempranísimo y de primera, para que me rindiera la noche, pero a las nueve y media ya estaba desesperada contando los minutos que faltaban hasta las once y tenía mariposas en el estómago, con la duda de siempre, si será que hoy cumple o será que me deja tirada en la calle a las once de la noche y yo qué puedo hacer a esa hora: me devuelvo a donde Paula, o me voy a pie hasta mi casa, o tomo un taxi, qué peligro, sola, o mejor, me pego un tiro... Le hice jurar que hoy no me la hacía, le dije que si me dejaba metida, se olvidara para siempre de mí y que esta vez sí era en serio, no se como las otras mil veces que lo había amenazado y después me derretía con la primera disculpa que me daba. No tenía nada qué ver en la fiesta de Paula, con las parejas de siempre, con los chistes de siempre y las canciones de siempre. Me senía extraterrestre: algo que había roto con ellos, algo muy profundo que no sabía qué era pero que tampoco podía arreglarse, así quisiera, y menos hoy, que no tenía tiempo. Los oí hablar de los mismos temas y me pareció que no entendía su lenguaje. O sea: entendía todas las palabras pero era como si sólo fueran palabras sueltas, sin sentido. Sólo pensaba en los minutos que pasaban en mi reloj y, cuando faltaba un cuarto de hora para mi cita, con un cálculo preciso, empecé a despedirme. Dije que tenía otra fiesta, que chao y que lo había pasado delicioso. Hablaba con frases sueltas y hipócritas que no decías nada; por dentro sentía fluir mis verdaderos pensamientos y mi angustia. Juan Esteban me dijo que cómo me iba a ir sola, que él me acompañaba, que era muy peligroso que una mujer saliera sola a esta hora y yo lo záfe grosera, le dije que me estaban esperando en la esquina. Todos me miraron como a la oveja negra del grupo pero, de pronto, ya estaba afuera, temblando de miedo y de frío, y mirando los segundos que pasaban, los minutos que pasaban, los carros que pasaban, la gente que pasaba y que podía ser peligrosa... Tal vez se me había ido la mano y había salido demasiado temprano; caminé de una esquina a otra, repasé la comversación: si era a las once o a las doce, si era en esta esquina, si me habría equivocado, si habría entendido mal. Cuando estaba a punto de sentarme a llorar en el andén, apareció Daniel, fumándose un cigarrillo. El mundo volvió a ser bueno, la calle se iluminó, Los astros se rieron otra vez y yo salí corriendo a darle un abrazo. Después de todo, pensé que no era tan malo y además yo sabía que me amaba. Muy a su manera, pero me amaba.
En su casa había una rumba muy íntima para celebrar que sus papás estaban de viaje. Éramos tres parejas, nada más. Sólo conocía a Diego que se graduó de mi colegio; al otro tipo no lo había visto en mi vida y me daba desconfianza de entrada, por la pinta de drogo que tenía y que no podría disimular, a pesar de que no había luz, como para decir que pudiera detallarlo bien. A las amigas, ni idea de dónde las habrían sacado, el caso es que se veían mucho mayores que yo, que no eran del colegio, parecían de universidad, pero de una carrera como arte o teatro, o sea, nada convencionales. Ellas me miraron como si fuera de primaria y no pude evitar de nuevo la sensación de ser extraterrestre en todas partes. Al menos donde Paula era una extraterrestre conocida y un poco superior. Aquí parecía la mascota del grupo, me sentía perdida, ridícula e insignificante, como si me hubiera colado en una película para mayores de dieciocho.
Las únicas luces salían del equipo de sonido. Líneas interminentes rojas y verdes, titilando en la oscuridad con los altos y los bajos de la música. Era una música diferente a la que yo oía, un rock pesadísimo, y cada pareja se buscó su rincon para estar lejos de los démas. Después de todo, no importa que me caigan mal o bien, pensé. Igual, con esta oscuridad y con este plan, ni siquiera voy a tener que encontrármelos en los que queda de la noche. Daniel sirvió dos tragos de vodka puro. Nadie había caído en la cuenta de comprar jugo de naranja y el hielo se estaba acabando. Me dijo que estaba linda, me abrazó y empezamos a besarnos mientras sonaba un helicóptero en la canción, un helicóptero cada vez más cerca, que estaba a punto de caernos encima; su sonido se fue metiendo entre mi piel, martillando entre mi cabeza y aturdiendo mis sensaciones... Sólo sentía el helicóptero y los latidos y la respiración de Daniel, cada vez más intensa y más entrecortada, nos besabamos con más fuerza y yo me dejé llevar por unos abrazos salvajes, nos recostamos en la alfombra, sus piernas se enredaron entre mis piernas, sóno un reloj en la canción, un timbre fuertisimo, como despertador, que me sobresaltó. Daniel se rió de mí y me preguntó con ternura si me había asustado. Sus palabras sonaban sensuales, dichas en el oído, me hacían cosquillas y me removían todo por dentro, en las entrañas. No sé si se refería al timbre o a la situación, pero yo no le contesté nada, sólo queria gustarle y que me amara así, con esa, intensidad, también quería parar, quería tomar un poco de aire para controlar mejor lo que pasaba, pero no me atrevía, a la vez me sentía bien en este descontrol, o sea, no sabría explicarlo, tal vez era el vodka puro. Las manos de Daniel me tocaron con fuerza, me tocaron con rabia, las manos se metieron por debajo de mi blusa, hicieron saltar los botones, uno por uno, entonses no supe si lo estaba disfrutando o si el miedo me empezaba a ganar. No sabía hasta donde seguir, no sabía si despues esto se podía parar. Aunque suene ridículo, se me atravesó la profesora de comportamiento y salud, preciso en este momento, diciendo que después de un punto, las cosas ya no se podíam parar. Creo que estábamos justo en el límite cuando se acabaron los discos que Daniel  había programado.
El silencio era incómodo, se oían respiraciones entrecortadas, menos mal no se veía nada. Daniel se arregló la camisa y se levantó, para programar una nueva tanda de discos. A tientas, sin prender la luz, logró encontrar uno. A tientas, traté de alisarme la blusa y de poner los botones más o menos en su sitio. Mientras empezaba la canción se oyeron unas risas nerviosas que venían de algún agujero negro del salón. No quería verle la cara a nadie. Miré el reloj del equipo de sonido y me pareció adivinar que eran las dos de la mañana, aunque no alcanzaba a ver bien los números. Sabía que tenía que volver a la casa pero no me atrevía a decir nada, nos sabía cómo hacer para devolverme, no encontraba el camino de regreso. Daniel sirvió otro trago y alguien prendió un cigarrillo con un olor diferente. Todos menos yo aspiraron el humo.
Otra vez con la música, volvimos al punto en que nos habíamos quedado. Volvimos a besarnos con furia, nos mordimos los labios, nos apretamos los cuerpos, uno contra otro. Esta vez fui yo o la voz de la profesora de comportamiento y salud- la que decidió ponerle STOP a la película. Saqué fuerzas para decirle a Daniel que tenía que irme a la casa. Él me rogo que me quedara, me siguió besando y me dijo que me deseaba. Esa frase nunca nadie me la había dicho, yo creía que era sólo una frase de telenovela. Le dije que iba a pedir un taxi y pensé que ahora sí estaba muerta del miedo. El se arregló la ropa pero siguió diciéndome que no lo dejara, que me necesitaba, que me amaba y que hiciéramos el amor. Yo no le dije que todavía no estaba lista, no le dije que tenía pánico por perder la virginidad, que me daba pánico lo de la sangre y lo del dolor, que me rondaban en la cabeza todas las palabras, todas las amenazas, todas las clases teóricas de ética y valores y comportamiento y salud, todas las voces de los adultos, todas las caras de la familia: mis papás, mi abuela, mis tías y hasta mis primas santurronas que se las habían arreglado para estar aquí entre esta cabeza mía que daba vueltas por el vodka y por los besos; sólo le dije que tenía que volver, que por favor me acompañara a mi casa. Él me dijo que si me iba ya, me fuera sola y yo empecé a llorar diciéndole que era cruel, que se estaba portando como esos típicos muchachos que sólo quieren... No me dejó terminar la frase, sólo se puso la chaqueta de mala gana y les dijo a los amigos que los esperaran, que quedaban en su casa , que no se demoraba. El de la cara de drogo le dijo que si se le enredaban unos cigarrillos y otra botella de vodka y le dio plata... Me llevó a la casa y no hablamos una palabra en el taxi. Sabía que me estaba odiando pero, aún así, no quería que se acabara el camino, quería que el taxi diera vueltas, que no encontrara mi dirección, sólo para estar un tiempo más a su lado, aunque me odiara. Parecía tan lejano y tan distante, era otra persona o, mejor, un monstruo. No podía entender cómo había podido quererme tanto unos minutos antes, cómo había podido ser tan dulce y tan amoroso y cómo podía portarse ahora de esa forma, con esa cara de perfecto desconocido, cumpliendo de mala gana con el deber de llevarme a la casa. Me bajé del taxi, sin decirle adiós. Él tampoco se despidió y yo di un portazo tan fuerte, que por poco vuelvo la puerta de vaivén. El taxista me miró con cara de matarme y arrancó, haciendo chirriar las llantas, como si quisiera vengarse de mí y que todo el barrio se enterara de mis horas de llegada, me quité los zapatos en la entrada de la casa para no hacer más ruido, pero al estúpido perro de mi hermano le dio por ladrar y delatarme. Abrí la puerta, avancé por el corredor en tinieblas y por fin pude llegar hasta mi cuarto sin tropezarme.Agucé el oído y no oí nada sospechoso que anunciara tormenta familiar. Me metí en la cama con la ropa puesta, pero no podía dormir, las lágrimas y la rabia se ahogaban en mi garganta y ni siquiera podía dejarlas salir, para no hacer el mínimo ruido, el mínimo movimiento, con la esperanza de no despertar a nadie. Pronto me di cuenta de que mis esfuerzos eran inútiles. Desde mi cama, alcancé a oír la voz de papá que discutía con mamá.
El tema, como siempre, era yo, mis malas andanzas, la mentira que había dicho y mis horas de llegar. Papá dijo "mañana esta muchachita va a ver" y lo dijo sabiendo que yo estaba ahí, agazapada en las cobijas, y que oía cada una de sus amenazas. Debía creer que todavía le tenía miedo o que sus palabras realmente me importaban pero el miedo de él, a mí se me había ido quitando y ya tenía suficientes problemas propios como para que me importaran los que se inventaba papá, con sus amenazas de siempre. Yo sólo tenía miedo de que Daniel me dejara por ser tan infantil y por no haberme atrevido... lo odiaba por presionarme pero sentía que debía tomar alguna decisión. O seguía con él o le decía que no más y luego me moría. Los pájaros me sorprendieron, cantando en mi ventana. Amanecía y yo seguía ahí, paralizada, entre mi cama. Vestida y sin pegar los ojos, sólo pensando que debía tomar una decisión y que, en el fondo, ya estaba tomada.

☆Los Años Terribles☆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora