Capítulo 1.

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Una rítmica melodía empezó a sonar, avisándome de que el Sol ya había salido y tenía todo el día por delante.

Con un rápido movimiento de mi mano la alarma dejó de sonar. Froté mis ojos con pesar, apenas había dormido ya que me acosté demasiado tarde afinando mi guitarra y tocando unos cuantos acordes. Por suerte los vecinos estaban acostumbrados a mis ataques de inspiración en medio de la noche y parecía que, incluso, lo disfrutaban.

Después de darme mi ducha matutina y vestirme con una camiseta blanca y unos pantalones oscuros, me dirigí a la cocina, donde mi mejor amiga estaba sentada en una silla y su cabeza estaba ligeramente inclinada hacia delante debido a que se había dormido.

Reí y me acerqué a ella.

-¡Lena que se incendia la casa! -ella abrió los ojos sorprendida y se levanto a gran velocidad, vertiendo el vaso de leche, que supongo estaba bebiendo antes de dormirse, por la mesa.

Yo empecé a reír más fuerte mientras mi amiga miraba desconcertada en todas direcciones buscando el fuego. En cuanto su vista se dirigió a mí, pareció comprenderlo todo.

-Maldita idiota, ¡Casi me da algo! -gesticuló de forma tan extraña que otra carcajada escapó por mis labios- Ríete mientras puedas, me vengaré.

-Lo espero ansiosa -le reté y ella me fulminó con la mirada, divertida.

Después de recoger el estropicio que Lena había causado desayunamos entre bromas y agradables charlas.

-¿Sabías que la gente normal toca la guitarra de día no a las tres de la mañana? -me contestó Lena cuando yo me burlé de ella por haberse dormido mientras desayunaba.

-Bah -hice un gesto desinteresado con la mano-, la verdadera inspiración aparece cuando la mayoría están durmiendo.

-Oh sí, y así consiguen que su compañera de piso no duerma y al día siguiente se duerma desayunando para que luego su mejor amiga le de un susto de muerte y se ría de ella.

-Exacto -reí por lo bajo y Lena me sacó la lengua infantilmente-. Deberíamos irnos -cambié de tema-, o llegaremos tarde.

Lena asintió. Cogí mi teléfono móvil y después de revisar que no tuviera llamadas y mensajes lo guardé en mi bolsa, una bandolera azul oscura ni muy grande ni muy pequeña, guardé también mi cartera con algo de dinero y la tarjeta del metro. Lena hizo lo mismo con su bolsa, muy parecida a la mía pero de un rosa pastel.

Ambas salimos de casa y cerramos con llave antes de dirigirnos a la estación de metro.

Vivíamos en el tercer piso de un edificio antiguo con seis viviendas. La señora Johnson, una mujer de cuarenta y siete años divorciada y sin hijos, era nuestra casera.

No tardamos más de cinco minutos en llegar a la estación de metro, pasamos nuestra tarjeta de metro por el lector y nos dirigimos al anden correspondiente.

El metro no tardó en aparecer y ambas subimos en silencio. Lena se sentó en un lugar libre, yo sin embargo me mantuve de pie y me agarré a la barra metálica mas cercana. Lena echó su cabeza hacia atrás y cerro los ojos, notablemente cansada.

Me fijé en que Lena llevaba sus habituales zapatillas de lona blanca, iban a conjunto con su camiseta de manga larga que tenia un adorable osito de peluche en medio. Sus mallas contrastaban bastante ya que eran negras. Lena apenas se había maquillado, no acostumbraba a maquillarse mucho pero al parecer hoy casi no había tenido tiempo para maquillarse ya que únicamente llevaba sus ojos delineados por una raya negra.

Lena se fijó en que la observaba.

-Se que mi belleza hipnotiza, pero contente -bromeó y yo sonreí.

Una Humana Para El LoboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora