Capítulo 10.

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Thomas me dejó ropa suya que me venía enorme, pero al menos era más cómoda y fina que mi pijama de lana. En la casa, con la chimenea no era necesario llevar demasiadas capas, incluso podías llegar a tener calor a pesar de estar en pleno Febrero.

Tal y como me había hecho entender Thomas, no necesitamos salir de casa. Nos pasamos el día hablando y riendo. Él no sabía freír un huevo frito, al parecer el aceite hirviendo le aterraba y de hecho me pareció verle gruñir a la sartén.

Después de una hora intentando hacer el desayuno lo conseguimos, era peor que los niños y no podía dejar de reírme.

Thomas me contó que cuando era pequeño su madre siempre se desesperaba con él porque nunca estaba quieto y correteaba de aquí para allá.

-Ya imagino a tu madre atándote como si fueras un perro -Thomas se rió mucho con mi comentario y yo me preguntaba que le había hecho tanta gracia.

-Lo hizo -dijo después de que su risa cesara-, un par de veces de hecho -reí negando con la cabeza-. Digamos que siempre he tenido gran parecido con los perros -sonrió y yo fruncí el ceño divertida.

Yo le conté como Lena podía ser la persona más responsable un día y los siguientes ser un caos total. Nunca sabía con que podía salir, a veces me reprendía como una madre y otras me incitaba a "hacer el mal" como ella lo denominaba.

Así pasamos gran parte de la mañana y de la tarde. A la hora de la comida hicimos el mismo desastre que para el desayuno y tardamos más en recoger que en el desayuno. Todo habría sido más fácil si no hubiéramos hecho una pequeña guerra de comida, la cual he de decir que yo empecé. Pero es que Thomas no dejaba de incordiarme y robarme los ingredientes y al final acabé lanzándole un tomate a la cabeza.

A todo esto añadiré que mi puntería es magnífica.

-¡Pensaba que lo verías venir! -me excusé después de volver a cambiarme de ropa y darme una ducha.

-¡Estaba de espaldas, a un metro y gritaste que te habías cortado! -respondió, bueno puede que fuera así.

-¿Era una broma? -más bien pregunté sin poder evitar reír.

Thomas alzó una ceja.

-¿Te ríes de mí? -negué tratando de ocultar mi sonrisa, lo cual me salió horriblemente fatal- Ahora verás. Thomas me cargó al estilo de recién casados y me llevó hacia el baño, él no se había duchado aún por lo que me estaba pringando.

-¡Thomas para! -grité sin poder evitar la diversión cuando reconocí el baño. Thomas me ignoró con una seductora sonrisa y nos metió a los dos en la ducha. El agua estaba realmente helada y no pude evitar un grito. Thomas no dejaba de reír y por ello se atragantó con el agua.

Me crucé de brazos preguntándole si podía salir de allí y él sonrió. La lluvia artificial seguía empapándonos y Thomas estaba, aunque nunca lo admitiría, jodidamente sexy.

-¿No quieres que nos duchemos juntos? -preguntó coqueto y yo rodé los ojos.

Intenté escabullirme pero Thomas me bloqueaba la salida. No me dejaría salir así como así. Me encogí de hombros y él me observó atento y curioso. Me acerqué a él y le envolví con mis brazos por el cuello. Él sonrió gustoso y dirigió sus manos a mi cadera.

Acerqué mis labios a los suyos y a la vez fui moviendo nuestro cuerpos. Antes de que Thomas uniera nuestro labios me escabullí y salí de la ducha.

-Otra vez será -le guiñé un ojo antes de salir casi corriendo entre risas.

Por su bromita me tuve que cambiar de nuevo de ropa, este hombre no sabía lo que era ahorrar.

Ya se había hecho tarde, Thomas tardó bastante en la ducha. Habíamos comido antes de ducharnos y ya se había hecho bastante tarde. Estaba anocheciendo y no quería volver demasiado tarde a casa.

-¿Quieres qué te lleve a casa? -adivinó mis pensamientos y yo asentí. Thomas no había hablado mucho después de salir de la ducha y me preocupaba que se hubiera enfadado.

Decidimos ir caminando para así dar un paseo. Thomas me prestó una sudadera para que no me congelara por el camino. Apenas hablamos y sentí una presión en el pecho, no me sentía bien y necesitaba saber que era lo que iba mal.

-¿Qué te ocurre? -pregunté deteniéndome en medio de la calle. Thomas me analizó y suspiró.

-Nada -murmuró, intentó seguir caminando pero le corté el paso.

-No me lo digas si no quieres pero no me mientas -sentencié y fui yo la que reemprendió el camino.

No había dado más de un par de pasos cuando me encontré envuelta entre sus brazos.

-Tengo miedo -murmuró con la cabeza en el hueco de mi cuello-. Ha sido, creeme, el mejor día de mi vida -hizo una pausa y su respiración me hizo cosquillas-. Tengo miedo de que acabe el día y mañana seamos dos extraños.

Me relajé y le abracé un par de minutos. Después me separé.

-No puedo prometerte que el día no acabará, porqué no controlo el tiempo -hice una pausa y comencé a andar, él me siguió-, pero te aseguro que mañana no seremos extraños, hoy ha sido un día único y no recuerdo la última vez que disfruté tanto con alguien -no hice referencia a los besos porque tan solo de pensarlo me sonrojaba-. Mañana será otro día y quién sabe si será mejor que este.

Lo admito, me había puesto filosófica pero es que no sabía que contestarle, tampoco es como si fuéramos algo más que amigos que se han dado el lote. Señor que no me haya sonrojado.

-Me gustaría que mañana no fuéramos amigos -murmuró y yo fruncí el ceño-. Me gustaría que fuéramos algo más.

Ahora sí que no sabía que responderle. Thomas me gustaba, eso estaba claro, pero ¿y si lo nuestro no era estar juntos, y si a los dos meses se cansaba de mí y se iba con otra? ¿Y si meramente era deseo lo que él sentía? ¿Y si no llegaba a sentir por él algo más que atracción física y mental? Me limité a seguir caminando en silencio.

Sólo se escuchaban nuestros pasos y los sonidos típicos de la calle; Coches y demás vehículos, personas hablando por teléfono, fragmentos de conversaciones de las cafeterías...

No podía dejar de darle vueltas y más vueltas a las palabras de Thomas. Tenía miedo, miedo a salir herida, miedo a hacerle daño. Entre mis pensamientos se coló una extraña sensación. Por el rabillo del ojo comprobé de que se trataba. La mano de Thomas estaba rozando con la mía. Me sentí como una adolescente en una cita con el chico que tanto le gusta y que deseaba que este momento llegara. Mi corazón estaba acelerado, mi respiración se volvió nerviosa a pesar de mis intentos por controlarla y las ganas de cogerle de la mano eran demasiadas.

Era un gesto muy tierno, y por ello no pude evitar recordar el momento en el sofá. No el de los besos, sino el de cuando estábamos abrazados. Mi corazón se derritió recordándolos y una sonrisa se instaló en mi rostro sin ser yo capaz de reprimirla.

Antes de arrepentirme le tomé de la mano y sonreí aun más ante su sorpresa. Él la aferró con suavidad pero con firmeza y cuando le vi sonreír y mi corazón sonrió con él, supe que había tomado la decisión adecuada.




Una Humana Para El LoboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora