1. Cena de Navidad

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Me puse los auriculares con total disgusto, pues no había muchas cosas que detestara más que llevarlos. Era una de las pocas personas que prefería los cascos a esos aparatos infernales que amenazaban con reventar el canal auditivo y más de una persona con orejas tan pequeñas como las mías.

En medio de mi perorata sobre los auriculares, noté la soledad de las calles que me parecía como mínimo insólita. En Navidad no era común que los parques y calles estuvieran tan vacíos, aunque hiciera algo de frío. Sin querer darle mayor importancia seguí caminando hacia la casa de mi profesor de repaso para física y química, que se me estaba atragantando un poco por culpa de mi odioso profesor.

En otros tiempos me hubiera escandalizado de llamar odioso a un profesor pues yo antes era una pobre inocente niña que los adoraba, pero desde que ese profesor se cruzó en mi camino, todo cambió. La ira y rencor que me hacía sentir a veces hasta me sorprendía, pues eran sentimientos que no concebía para ningún profesor, pero se lo merecía con creces.

Al llegar a la puerta, suspiré. No tenía ganas de pasarme la tarde hablando de satélites imaginarios que salían de la órbita, no había algo que me importara menos. De todas formas, para una persona como yo eso no tenía ninguna utilidad. Una persona de biología no necesitaba saber cómo lanzar un satélite porque nunca en la vida lo haría, de todas formas eso lo hacían ordenadores así que seguía siendo poco útil esa información.

Como de costumbre, nada más mi culo tocó la silla, me escondí en mi mente. La verdad es que era el lugar que más me gustaba en todo el mundo, mi mente era algo que no dejaba de sorprenderme: la gran imaginación era una gran virtud, en mi opinión.

Nada más acabar, llamé a mi madre pues no tenía intención de andar 15 minutos después de freírme el cerebro por un par de horas. Al menos merecía ahorrarme del paseo hasta mi casa y más con el frío intenso que amenazaba con helar hasta la última célula de mi cuerpo.

-¿Estás cansada, cariño?- me preguntó mi madre, sonriéndome.

-Un poco, la verdad es que me duele la cabeza- me quejé.

-Ahora cuando llegues a casa te tomas un sobre y se te pasará, ya verás.

Mi madre tenía una especie de obsesión con los medicamentos: no había cosa que no pudiera solucionarse con unos polvos diluidos en agua. Yo, en cambio y a pesar de ser de biología, no era muy fan. Tenía miedo de que crearan resistencias y cuando estuviera verdaderamente mal no funcionara ningún medicamento, algo paranoico pero a más de uno le había pasado.

Aún así, mi madre insistió hasta que claudiqué y me tomé esa pastilla, inmeditamente me hizo irme a dormir porque era tarde y al día siguiente era el día de Navidad y debía estar descansada para la llegada de la família.

Me desperté algo exhausta, parecía que no hubiese dormido a pesar de que había quedado rendida nada más tocar la cama. Me vestí con muy mala gana porque realmente no tenía ganas de ver a la família, pero como niña obediente debía poner una sonrisa y ser agradable.

Por suerte, en primer lugar llegaron mis tíos favoritos: Sirius y Lupin. Me levantaron del suelo como si siguiera siendo una niña y enseguida se interesaron por cómo me iba en los estudios y luego venían sus halagos de que era la chica más inteligente de todas y cosas así que sabían que me encantaba.

-Lily, no sé si te lo habíamos comentado, pero los Weasley vienen este año- le comentó Sirius con precaución a mi madre. Mi madre les miró entre sorprendida y horrorizada.

-Apuesto a que ha sido idea tuya, Lupin nunca tiene malas ideas.

-De hecho, ha sido idea mía- replicó Lupin.-No querrás que el año que viene cuando Lucy vaya al colegio no conozca a nadie, ¿no?

Lucy PotterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora