Ciudad de México, 11 de marzo de 2011. Despierto emocionada, esperando que hoy sea diferente, que después de dieciocho años mi madre entre por esa puerta con un pastel y una gran sonrisa, deseándome feliz cumpleaños. Pero lo único que obtengo es un fuerte golpe en la puerta y un grito enfurecido para que me levante y vaya a trabajar. Ella no me quiere, nunca lo ha hecho, pero yo no tengo la culpa de tener una discapacidad que nos fue imposible costear.—Camila, no volveré a llamarte, así que si sabes lo que te conviene, estarás en la cocina en treinta minutos —informa de manera furiosa. Trago el nudo que se ha formado en mi garganta para responder sin alterarla.
—Enseguida iré, madre, no te preocupes —respondo rápidamente. Escucho cómo los tacones se dirigen a la habitación de Ángela, la princesa de la casa, como la llama mamá. Es mi hermana, tiene veintiún años y estudiaba en la universidad, pero dejó de estudiar hace un mes. Desde ayer no se siente bien, de hecho, desde hace varios días, pero mi madre está más que feliz porque su princesa, como ella la llama, tendrá un hijo con Cristóbal, el hijo de un gran empresario, así que con eso tiene asegurado su futuro.
Limpio las lágrimas que caen por mis mejillas y salgo de la cama, tomo mi bastón para apoyarme y enfrentar un horrible día. Mis días comienzan sosteniéndome con el bastón y después con un aparato en la pierna izquierda que se debió cambiar, pero mi madre dijo que era un gasto innecesario y que si con aparato podía caminar, estaba bien. Desde muy pequeña tuve que ser muy independiente, mi madre me dejó muy en claro que ella tenía que trabajar para mis hermanos y que yo solo traía problemas, así que tuve que conformarme con estudiar solo la primaria.
Mi madre, Rosaura, es una persona viuda que, al querer rehacer su vida, se enamoró de mi padre, un hombre que la engañó diciéndole que serían una hermosa familia con mis tres hermanos, pero no fue así. Él, al saber cómo nací, se fue, dejando a mi madre con la responsabilidad de mí, así que ahora no hay día que ella no me recuerde el error que soy.
Terminé de arreglarme y camino nerviosamente a la cocina. Mi madre estará furiosa porque he tardado cuarenta minutos en arreglarme.
—¡Buenos días! —saludo al entrar en la cocina.
—¡Buenos días, buenos días! Eso es lo único que piensas decir, niña. El desayuno no estaba listo y tu hermano nos visita, ahora no quiero verte aquí, ya es muy tarde, así que lárgate, ya que no llegarás a tiempo y te irás caminando —grita mi madre al verme. Asiento con la cabeza y miro a Ángela y Rafael, mis hermanos, quienes no disimulan cuánto me odian y, mientras están tomando desayuno, se burlan de mí como siempre lo hacen.
Decido salir rápido antes de que me vean llorar, camino hacia las escaleras y, aunque vivimos en el tercer piso, me niego a usar el elevador. La última vez que lo usé, me quedé encerrada por dos horas y ahora no usaré uno. Durante el camino a la casa de los señores Cáceres, reviso mi bolso en busca de mi celular, estoy esperanzada de que mi hermano Alejandro me llame. Él vive en Estados Unidos, se fue para darnos una mejor calidad de vida hace tres años. Lo extraño mucho; él es el único que me quiere. Desde niños, siempre cuidó de mí y, de cierta manera, lo veo como un padre. Miro cómo unas personas me miran con lástima, así que intento caminar lo más rápido posible para evitar las miradas, pero es imposible no mirar mi manera de caminar.Al llegar a la mansión, empujo el portón como siempre al llegar, desde hace ya ocho meses que trabajo aquí. —¡Demonios! —exclamó al notar que golpeé a alguien. —¡Perdón! —susurré, apenas entré para ver a quién golpeé. Veo a Rosario, el ama de llaves de la casa, junto con un joven que está de espaldas a mí.
—¡Qué bueno que llegaste, Camila! —exclama Rosario, abrazándome rápidamente. —¡Feliz cumpleaños, mi niña! —dice mientras me abraza muy fuerte. —Gracias —respondo con la voz entrecortada mientras miro a Rosario, que intenta no llorar conmigo. —¡Nada de lágrimas, mi niña, hoy no! —me dice cariñosamente, besando mi frente, y me permito sentirme segura en los brazos de la mujer que tanto se preocupa por mí.
Recuerdo que no estamos solas y, por primera vez, observo al joven que ahora nos mira detenidamente. —Camila, él es Damien; a partir de hoy trabajará como chofer del señor Cáceres —nos presenta Rosario, sonriendo cariñosamente. Él es un chico un poco más alto que yo, probablemente tenga entre veinte y veintidós años, viste un traje color negro, con camisa blanca y corbata negra. Es extremadamente guapo, pero lo que más personalidad le da es sus ojos color azul que hipnotizan.
—Mucho gusto, señorita; mi nombre es Damien Herrera. ¡Feliz cumpleaños! —dice, estirando su mano. Miro a Rosario, y sonríe asintiendo para que confíe. —Gracias, y el gusto es mío; soy Camila Rojas —estiro su mano y siento nervios. Jamás he convivido con chicos, solo con mis hermanos, y me siento extraña. Él me mira de manera inquisitiva mi rostro, de modo que me incomoda, ya que sé que he llorado.
—Bien, chicos, ahora se conocen; me gustaría que pasen a la cocina. Celebraremos tu cumpleaños, Camila —comenta con emoción, y yo solo puedo verla con una gran sonrisa.
—Rosario, no es necesario, yo tengo que atender a la señora Liliana y ya es tarde, pero muchas gracias —respondí nerviosamente, pero fui interrumpida por su tono de voz. —No me importa qué hora sea, tú tendrás tu desayuno de cumpleaños y punto... —Después de un rico desayuno entre los empleados de la casa, fui directamente con la señora Cáceres, ella está en estado de coma desde hace tres años, a consecuencia de la noticia de la muerte de su único hijo. Rosario me comentó que el joven Armando adoraba los caballos, pero al cambiar de entrenador sufrió un accidente que lo hizo caer del caballo, golpeando su cabeza y muriendo instantáneamente. La señora, con la noticia, sufrió un desmayo que la dejó en ese estado, y aunque su esposo hace lo posible por mantenerla con vida, los doctores dicen que no se recuperará. Yo fui contratada para leerle, ponerle música y hacerle compañía; sé que no debería cobrar por esto, pero mi madre así negoció con el señor Cáceres; es extraño, pero él aceptó, y sin importar que ya contará con una enfermera.Mi horario de trabajo termina a las seis de la tarde, y al despedirme de Rosario, tengo ganas de llorar, como todos los días; llegar a mi casa será una gran tortura, ya que mi madre buscará un pretexto para golpearme, como siempre, sobre todo porque seguramente mi hermano enviará dinero para hacerme una consulta médica que mi madre odiará pagar... Han pasado tres meses desde que mi hermana se comprometió, y efectivamente está embarazada; pasado mañana es su boda, no he tenido tiempo de comprar ropa adecuada para la boda, mi prima Fabiola me ayudará a buscar más tarde que ponerme; ella es como mi hermana, y aunque es tres años menor que yo, es la única de mis familiares, aparte de mi hermano, que me trata con cariño.
La puerta de mi habitación se abre abruptamente, dejándome ver a Ángela entrar; me parece raro verla aquí, ya que no me soporta. —¿Qué pasa? —cuestionó, mirándole atentamente. —Quiero hablar contigo —responde secamente. —Miro con nerviosismo sus ojos y veo un toque de tristeza. —Mi madre dice que hoy comparas tu ropa para mañana, ¿cierto? —cuestiona. —Sí —respondo sonriendo. —Fabiola me acompañará y espero encontrar uno... —¡No quiero que te presentes en mi boda! —dice Ángela con voz entrecortada—. Abro mis ojos con asombro y rápidamente se me llenan de lágrimas. —No llores, Camila, odio que llores por todo, ¿sabes? A mi boda asistirán personas importantes que no se sentirán bien de verte; la familia de Cristóbal es muy selectiva con sus amistades, y el que tú te presentes sería una vergüenza; es por eso que te pido, por favor, no te quiero ver en mi boda, evitarme un mal momento, no quiero humillarte —. Las palabras de Ángela me lastiman. Asiento levemente con la cabeza, y ella sale de mi habitación.Comienzo a llorar desconsoladamente, camino hasta estar frente a la puerta, cierro con seguro, me recargo en ella de espaldas, tapo mi boca para ocultar mis sollozos, me deslizo hasta quedar completamente sentada en el frío suelo de mi habitación...
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ME SALVASTE LA VIDA
Romance"El cielo es el límite" Esa frase tomó sentido cuando él llegó a mi vida, aunque sabía que no estaríamos juntos para siempre me ayudó a aprender a valorar quien soy.