16. El encuentro: Liam y Lima

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Liam y Lima entraron por las grandes puertas de madera al albergue del Bosque Helado. Toda la estancia estaba hecha de madera rojiza: las paredes de las que colgaban unos candelabros negros, el techo decorado con una gran lámpara de araña transparente, el suelo perfectamente encerado y brillante.

Los muebles estaban hechos con madera de ébano y hacían un bonito contraste con las paredes y el suelo.

La mesa de recepción (también hecha de ébano) estaba en el centro. A cada lado, unos sillones rojos con mantas del mismo color y mesas bajas de ébano servían como pequeño salón o lugar de descanso para los viajeros.

Al fondo, había un enorme balcón del que salían dos escaleras a la izquierda y a la derecha con su correspondiente alfombra roja.

-¿Te gusta? -preguntó Liam.

Lima lo abrazó entusiasmada.

-¡Me encanta! -dijo-. Es todo tan... antiguo. Me encanta.

Liam rio y respondió a su abrazo besándola en la frente.

-Me alegra que así sea. Ahora vamos a registrarnos que tengo muchísima hambre para cenar.

Avanzaron hacia el mostrador de recepción.

Una mujer con nariz aguileña y con gafas los atendió.

-Bienvenidos los dos al albergue del Bosque Helado -dijo-. ¿A nombre de quién tienen la reserva?

-Liam Jackson, habitación para dos.

-Ah, sí -rebuscó algo entre sus cajones-. Aquí tienen la llave y el folleto con los horarios y las normas. Vuestra habitación está en el pasillo este; las luces se apagan a las doce.

Liam recogió las llaves y el folleto.

-Vendrán ya cenados ¿no? -preguntó colocándose las gafas en su sitio.

-La verdad es que ni siquiera hemos comido, estábamos en el tren subterráneo y... -explicó Lima.

-Entiendo -la interrumpió-, el bufete se cierra a las diez y son menos cuarto, dense prisa.

-¿Por dónde...?

-Por debajo del balcón tercera puerta a la derecha.

-Gracias.

Con los abrigos puestos y las maletas en la mano pasaron por debajo del precioso balcón rojizo y entraron en una especie de pasillo con muchas puertas, solamente iluminada por los negros candelabros que colgaban de las paredes.

Entraron por la tercera puerta a la derecha y aparecieron en un bonito comedor con dos grandes mesas de comida y de cubiertos casi vacías en el centro, y varias mesas negras esparcidas alrededor.

Casi no quedaba nadie salvo unos limpiadores y una joven pareja vestida de blanco que hablaba animadamente mientras cenaba.

Los dos se sentaron en una mesa cerca de la pared de cristal que tenía unas bonitas vistas del Bosque y dejaron los abrigos y las maletas en una silla.

-¿Cenamos? -preguntó Lima.

-Eso no se pregunta, ¡se hace!

Se acercaron a una de las mesas del centro y cogieron los utensilios para poner la mesa. Luego, cogieron los platos y empezaron a servirse del riquísimo bufete que los esperaba.

Lima se estaba sirviendo un buen plato de espaguetis con queso cuando la otra chica que estaba cenando se topó con ella y se le cayeron los cubiertos.

-Ay, lo siento -dijo Lima recogiendo los cubiertos del suelo-. Qué torpe soy.

La chica vestida de blanco se quedó perpleja y se le cayeron otra vez los cubiertos.

-Vaya, parece que la torpeza se contagia -y se dispuso a recoger otra vez los cubiertos.

-Sí, em... -tartamudeó la otra chica-, perdón.

Se sirvió un poco de ensalada y se giró bruscamente.

-Qué chica tan vergonzosa -comentó Lima una vez sentada en la mesa.

-Mira, los dos tenemos espaguetis, es rarísimo -dijo Liam señalando a su plato lleno de ellos-. ¡Que aproveche!

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Los Hijos de los AntiguosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora