25. El Templo de Los Antiguos

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Cuando Ushin ya se hubo consolado, solo quedaban los ocho cuerpos inertes de los animales, de los cuales, desgraciadamente uno era de Shira.

-¿Os encontráis todos bien? -preguntó el Hijo "desintegrando" su espada de luz.

-Sí, bueno -contestó Liam-, la mayoría.

-Primero fue mi padre, ahora Shira... -dijo Ushin apenada.

El Hijo la miró con compasión.

-Puedo sentir tu dolor; ayudar a los Hijo nunca es fácil y siempre se paga caro -suspiró-. Debemos continuar, el Mal nos acecha.

Al decirlo se giró para observar a la Hija que se había detenido varios metros adelante.

-¿Qué ocurre? -preguntó Ushin-. ¿Por qué se para?

-No me digas que...

-Hemos llegado -lo interrumpió el Hijo señalando la cueva que tenían adelante-. Entremos.

Se acercaron cuidadosamente a la entrada y la Hija, volviendo en sí, señaló la cueva.

-Dentro nos aguarda nuestro destino.

Liam y Ushin se miraron preocupados, aquel era el momento en el que terminaría todo.

-Espero que todo salga bien -dijo Liam-. ¿Preparada?

La chica asintió y los cuatro entraron en la oscura cueva.

Todo estaba hecho de piedra, y la estancia estaba iluminada por unas antorchas que colgaban de las paredes. Al fondo, había dos tronos de piedra completamente diferentes. Detrás del trono de la derecha, había una estatua de dos metros de un hombre con una túnica y barba. Apoyaba la mano izquierda en el respaldo del trono y con la mano derecha sujetaba un largo cetro que terminaba con la forma de un sol.

En el de la izquierda, era la estatua de una mujer con túnica y pelo largo la que apoyaba la mano derecha en el trono y con la izquierda agarraba un cetro de una luna.

Detrás de las dos estatuas crecía un enorme árbol de piedra que llegaba hasta el techo y sus ramas se extendían por las paredes.

Liam agarró la mano de la Hija y la apartó del resto.

-No sé lo que pasará -dijo sacando algo del bolsillo-, así que, Lima, si me escuchas, quiero darte esto.

Le puso un colgante de plata con forma de estrella en el que aparecía grabado ojazos azules.

-Sé que no te gustan los corazones, por eso tiene forma de estrella.

La Hija le dedicó una sonrisa de tristeza. Era la primera vez que le dolía tanto tener que completar la profecía.

-Te escucha -dijo-, y le gusta mucho. Gracias. Pero, ahora debemos seguir con la profecía.

Se acercó al Hijo y le agarró de la mano. De repente, los dos emitieron una fuerte luz que hizo que los humanos cerrasen los ojos.

Cuando los volvieron a abrir, las enormes estatuas de los tronos se habían convertido en seres humanos.

Los dos eran idénticos, con el pelo largo y oscuro, la piel blanca, los ojos azules como el cielo claro después de una tormenta. Las túnicas eran de color verde y sonreían amablemente.

-Bienvenidos de nuevo Hijos -los dos hablaron a la vez, formando una voz alegre: aguda y grave a la vez-. Vuestros tronos os esperan.

Los Hijos hicieron una reverencia, y Ushin y Liam los imitaron.

-Esta vez no hemos venido solos -habló la Hija-. Nos han ayudado en el camino a pesar de los peligros.

-Bienvenidos a vosotros también -dijeron Los Antiguos-. Habéis sufrido mucho; para recompensaros, os dejaremos despediros de vuestros seres queridos.

Aquello sí que no se lo esperaban.

-¿Cómo que despedirnos? -preguntó Liam dando un paso adelante-. Los volveremos a ver ¿no?

-La profecía dice que deberán sacrificar lo más importante para ellos -dijo Ushin-. Pero luego volverán a casa.

Los Antiguos sonrieron con tristeza.

-Eso es lo que dice; deberán sacrificar lo más importante. Y lo más importante es para ellos y para todos es -suspiró como si le doliese decirles su significado-, la vida.

-¡¿Qué?! -exclamaron los dos a la vez.

-No es posible, no puede ser así -dijo Ushin.

-Debe haber un error.

Los Hijos y Los antiguos se miraron entre sí.

-Así ha sido siempre, así es y así lo será -dijeron Los Antiguos-. Ahora, les devolveremos la conciencia y podréis despediros.

Los Hijos parpadearon y se convirtieron en Lima y Nabu por última vez.

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Los Hijos de los AntiguosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora