Capítulo 23

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Capítulo 23

Al parecer, aquel embotamiento de los sentidos le iba como un guante: Ya hacía tres semanas que habían enterrado a Nona; Santana todavía iba de luto. Sin embargo, a diferencia de otras ocasiones, no había huido: aquella vez se había quedado. Y cada día salía a pasear por la hacienda.

Todos los criados de siempre, que sabían lo mucho que había querido a la anciana, la miraban con compasión. Veían el dolor que reflejaban sus ojos, pese a que ella creía que lo tenía mejor escondido. Le dirigían palabras amables e incluso le preparaban sus platos favoritos por iniciativa propia, pero, aun así, la mayoría de las veces la comida volvía a la cocina casi sin tocar.

Santana había perdido peso, aunque a ojos de los extraños lo máximo que se evidenciaba era que sus facciones se habían vuelto más afiladas. Ahora bien, ¿qué sabían los extraños? Si supieran que la mujer más temida y poderosa del país lloraba cada noche hasta quedarse dormida. O que dormía sentada en una silla, porque no podía soportar el recuerdo de la mujer que amaba y con la que había compartido aquel lecho.

Fuera como fuera, Santana se había quedado en Virago y por alguna razón volvía a su antiguo dormitorio noche tras noche.

Un día, mientras paseaba, cayó en la cuenta de que todo lo que había amado de verdad había estado en Virago. Lo que la había hecho como era, lo que le había hecho daño, lo que le había importado. Todo había estado en Virago. Miró a su alrededor y, casi de inmediato, fue como si el frondoso verdor en torno a ella cobrara vida. Como antaño, un soplo de brisa le acarició la piel hambrienta. Inspiró el dulce aroma de la tierra bajo sus pies y volvió a sentir su llamada. Cerró los ojos, anegados en lágrimas, y al volver a abrirlos se vio invadida por un anhelo que ya no podía negar.

Había estado pidiendo una señal, pero no había sido capaz de verla hasta el momento en que la tierra de la que emanaba su energía vital se lo dejó claro. Era muy sencillo. El amor nunca muere. Santana echó un nuevo vistazo a su alrededor y corrió hacia los establos.

—¿Tomás?-

—Estoy aquí.-

—Bien, ¿esos son los caballos nuevos?-

—Sí.-

—Ven —ordenó.

El ranchero la siguió. Santana se apoyó en la valla y observó a los caballos que jugaban y correteaban arriba y abajo. Al cabo de unos minutos lo vio. Era un zaino de mirada aguda. El caballo tenía un aire de arrogancia y un carácter que Santana apreció de inmediato. Lo señaló.

—Separa a esa yegua de los demás y ponla en mis establos. Encarga una placa para ponerle el nombre.- Tomás sonrió.

—¿Y qué nombre quiere que le ponga?-

Santana lo miró con una sonrisa triste y repuso: —Esperanza.- El nombre parecía apropiado. Tras echar un último vistazo al caballo regresó a la casa principal.

Santana llegó al Aeropuerto Internacional de Dallas cuatro días después. Lo había arreglado todo para que hubiera un coche esperándola. Tras pasar por los controles de aduanas, la limusina la llevó al ático donde se alojaba siempre que iba a la ciudad.

Era una de las numerosas propiedades de Copeco. En cuestión de horas, se había asegurado de ponerse en contacto con su despacho en Caracas para ordenar que todas las cuestiones importantes se le refirieran a Dallas.

Aquella noche, Santana contempló las luces de la ciudad desde la pared de cristal del ático, respiró hondo y se fue a la cama. Mientras apoyaba la cabeza en la almohada y cerraba los ojos, en su mente había un único pensamiento: «Mañana».

Por Amor - Brittana (Adaptación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora