Tiene que ver con el invierno disipándose en interminables escalofríos, con el frío colándose en una taza de café y con una vacía mirada reflejada en la pantalla del teléfono, se trata de una profunda desesperanza y de ese sentimiento muerto que parece querer chispear agónicamente dentro un pecho hueco.
A veces solo es ella viviendo sus rutinas de pesares conocidos y sus muecas de fastidio hacia lo cotidiano, otra veces son de un par de suspiros sincronizados a destiempo, es gritar sin ruido, es llorar sin lágrimas, es el ardor dulce de una piel descascarada y es que no existe nada además de ellas. La realidad las golpea como impiadosas bofetadas contra mejillas indispuestas, pero no les importa, la culpa recae bajo el polvo de las suelas de sus zapatos gastados y los anhelos se escapan entre dedos anudados en el satén raído de sus lechos.
Tiene que ver con ella incapacitada para dar consuelo, es el desconocimiento de compresión que titila en sus ojos color cielo, y quizá ésta es la única manera de expresar sus sentimientos, de murmurar su inútil preocupación y de acariciar rasgos invisibles con un "lo siento".
Tiene que ver con pensamientos desgranándose en la frustración de ineludibles sueños, son manos, pies, nudillos, párpados y corazón, el amasijo apretado que burbujea en el viento.