Muchos nos sentimos completamente solos en algún momento, solos y desprovistos de algún cariño sincero, como si hasta ahora todo hubiese sido una torcida mentira, parte de una obra teatral con insufribles descansos cada cierto tiempo. Y preguntarse a uno mismo resulta inevitable, decirse en murmullos enajenados que en realidad ese es el mundo real, esos breves destellos de claridad cuyos intervalos se asemejan a recibir gráciles ataques de agua fría, no es un golpe directo o un "DIOS MÍO, QUÉ ESTOY HACIENDO" es diferente a reaccionar de un sueño, son pasos calmados, ralentizados y hasta vertiginosos, ojos clavados en los típicos colores de inquietos y llanos techos o mirada distraída sobre la degradación colorida de nubes y cielo, pocos difuminos que acaban en un oscuro intenso, a ratos con estrellas, a ratos sin estrellas.
Así es la vida, la vida es un efímero momento en medio de una espesa niebla, la vida son esas horas de pensamientos desgranados, de etílica meditación, de honda desesperación, la vida es darte cuenta que aquellos detalles que si —o no— se ven a simple vista, esos que se ignoran con vileza y se exilian a la yerma desolación de irracionalidades o tonterías, esas mismas nimiedades que siendo tan pequeñas e insustanciales pero altamente lejanas y casi imposibles de alcanzar, son las que le dan el sentido a la miseria.