Y entonces un día se le preguntó, así sin más, sin rodeos, sin encrucijadas, sin mucha lógica y sin siquiera formular un tema.
—¿Le temes a la vida?
No, no es un: ¿a qué le temes?; no quieren tocar la generalidad del universo, ni la infinidad de estrellas en el firmamento, no se trata de conceptos, ni desahogos, no tiene que ver con traumas o con pecados pasados, para nada, los errores no cuentan y las metas ni siquiera existen.
¿Le temes a la vida? el eco de esa cuestión seca crea ondas trastocadas y altas mareas en sus adentros, ella jamás encontró más sentido y más respuesta en una sola pregunta, y quizá su silencio es la típica respuesta de "el que calla, otorga" pero nada es seguro en su mundo, su disfuncionalidad es también disfuncional, es lo roto de lo quebrado, es el rumor de un sollozo apagado en un mar de llanto, ¿qué si le teme a la vida? ¿a qué temer exactamente?
—No le temo a la vida.
Muere un "si" y nace un "no sé", corrientes frías de aire desordenan sus largos cabellos, y horadan la presión constante en su pecho. No, quizá, no sé, quien sabe, ella no le teme a la vida, ella le tema a las sonrisas verdaderas, a los sueños con alas, ella siente pavor por las melodías que mueven almas, por los efímeros destellos de claridad, ella detesta los "quiero, puedo, lo haré" porque nada dura, todo se acaba, nada es eterno, todo muere, las sonrisas caen con tristes muecas, la felicidad se esfuma con tragedias, ¿qué sentido tiene? a ella no le falta conocimiento, ella no encuentra razón en un: disfrutar el momento.
Entonces es un simple y banal temor, a veces no es nada, por que el vacío regresa como un boomerang, la conclusión es simple, sentir es el veneno que se crea de forma natural y no, no le teme a la vida, le teme a sus destellos.