Capítulo veintiséis: Noche de sorpresas.
—Vaya, David, esto es bellísimo —solté en un suspiro a media voz.
David, que estaba a un paso por delante de mí observando son orgullo su obra de arte, se giró con una sonrisa y me extendió una mano.
—¿Me acompaña, señorita Cleveland? —Me preguntó, con ese tono de caballero medieval al que ya me había acostumbrado en el camino hasta aquí.
Tomé la mano que me ofrecía y lo seguí.
Era un lugar bellísimo. Un lugar con árboles bordeándolo muy bonito y bien cuidado. Entre los árboles habían pequeñas bombillas alumbrando los alrededores y unos pequeños postes muy elegantes de color blanco al estilo vitange. En medio de todo, había una mesa para dos decorada elegantemente con velas y rosas como las que me había dado David hace unos minutos cuando fue a buscarme. En el césped había pétalos de las mismas esparcidos.
Dios mío, todo esto era tan hermoso... Me sentía más emocionada que Cenicienta el día del baile en el castillo del príncipe.
Al llegar a la mesa, David me apartó la silla y me indicó que me sentara, luego bordeó la mesa y fue a su lugar.
Mis mejillas comenzaron a doler ligeramente, debido a que no había dejado de sonreír desde que habíamos llegado al lugar. Y no, no era exageración, literalmente era como si mis labios tuviesen vida propia y no me dejaran hacer otra cosa más que sonreír.
—¿Y bien? —preguntó David, volviendo a adoptar su tono de voz normal, al ver que no le decía nada. No había apartado la mirada de mí ni por un segundo—. ¿Te gusta el lugar?
Lo miré como si la respuesta fuera lo más obvio del mundo.
¿Acaso mi sonrisa no le decía nada?
—No, no me gustó el lugar —contesté. David palideció al instante y abrió los ojos desmesuradamente sin dar crédito a lo que le había dicho. No pude evitar reír entre dientes—. ¡Me encantó! —agregué.
Soltó un suspiro aliviado y me fulminó con la mirada.
—Eso fue muy cruel, señorita Cleveland —avisó.
Sonreí de medio lado.
—Aprendí del mejor, señor Slerman —respondí.
Me devolvió la sonrisa.
—¿Vino? —preguntó, tomando una botella que había en la mesa con una mano y una copa con la otra.
Sospesé la pregunta por unos minutos.
—Claro —contesté encogiéndome de hombros, al fin y al cabo, era una ocasión especial.
David me pasó la copa que había estado llenando y tomó la otra para servirse un poco de vino él.
—¿Y bien? —pregunté luego de dar el primer sorbo.
David frunció el ceño.
—¿Y bien...? —repitió sin entender a qué me refería.
Entrecerré los ojos con suspicacia.
—¿A qué se debe todo esto? —interrogué.
Él rodó los ojos.
—¿Que ahora un chico no puede invitar a su hermosa novia a una cena romántica sólo para darle el gusto? —Se quejó.
Me sonrojé ligeramente y le di otro sorbo al vino para disimular mi vergüenza.

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Inaccesible ©
Ficção AdolescenteEs una ley, mundialmente reconocida, que absolutamente nadie puede ignorar a un Cleveland. Entonces, ¿cómo es posible que ese tal David Slerman me ignore a mí, Claire Cleveland? Ni una mirada, ni un simple "hola", ni un pestañeo... ¡Nada! Simplement...