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Cuatro años y medio después...

—Mami. —unas manos pequeñas me jalaban la remera impacientemente—. Mami. —volvió a insistir—. ¡Mamá! —di un chillido al sentir aquel grito en mi oído y la miré frunciendo el ceño.

—¿Leyla? ¿Qué haces despierta? —murmuré, y me fregué los ojos, adaptándome a la luz.

Me sonrió con inocencia y fruncí el entrecejo instantáneamente.

—Leyy, dile a mami qué hiciste. —alcé una ceja y la pequeña rubia jugó con sus manos observando al suelo.

Era una pequeña realmente bellísima, tenía un hermoso cabello rubio que realmente amaba y la volvía loca, unos ojos verdes iguales a los de su padre, conjuntados con unas pestañas larguísimas que hacían su rostro más pequeño y tierno, una nariz pequeña idéntica a la mía, y unos labios siempre sonrosados y secos.

Se subió en la cama a gatas y se acostó a mi lado ocultándose debajo de las sábanas, pero aún así dejó un pequeño agujero por donde me espiaba.

—La abuela se enfadó conmigo. —susurró, asomando su cabecita por las mantas.

Me senté en la cama apoyando mi espalda contra el respaldo de la misma y ella se acostó sobre mi, dejando su cabeza sobre mi abdomen. Su pequeña mano agarró la mía y la puso sobre su cabeza, incitando a que lo acariciara y eso hice.

—¿Por qué se enojó contigo?

—Porque le di a Hannah aceite. —escondió su rostro entre sus manos y reí.

—¿Aceite? ¿Cómo que le diste aceite? ¡Es un perro!

—Para tomar. Tenía sed. —replicó, dejando escapar una pequeña risita.

A veces me sorprendía de lo traviesa que era, pero supongo que hay que dejarla ser libre. ¿No? Tampoco digo que vaya por todo el mundo envenenando animales y matando pájaros con una gomera, pero conocer el mundo y tanto sus buenos como malos obstáculos.

—¡Ley! —reí, aún acariciando su cabello suavemente—. Me gustaría creer que solo fue un error y que no lo hiciste a propósito.

Asintió varias veces y sonreí, mirándola enternecida. Pero luego la miré seria y cambió de tema enseguida, como solía hacer cuando se metía en líos.

—Quiero ir a jugar con Hannah, así sabe que la quiero y que fue un accidente. —se volteó a verme— ¿Me podrías ayudar a que cambie mi ropa? —pidió aún suplantando la r por una d en cada palabra.

En minutos la pequeña ya estaba completamente vestida, fue a la habitación en busca de sus zapatillas mientras yo bajaba a abrir la puerta ya que el timbre había soñado y me demoré en buscar las llaves de la puerta principal.

—¡Hannah, dame mi zapatito! —la oí gritar y negué sonriendo mientras abría la puerta.

—¿En qué puedo ayudar...? —me callé instantáneamente al verlo—. ¿Qué haces aquí?

—Yo... —fue interrumpido por un pequeño grito y rogué a dios para que mamá entretuviera a mi pequeña un rato.

—¡Mamá!

WhatsApp, MSB [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora