Extra (3) -FINAL-

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—¿Nombre del recluso al que quiere visitar?

Ella tomó aire mientras jugaba con sus manos y miraba al suelo entristecida.

—Matthew Bennett. —musitó con un fino hilo de voz.

El oficial buscó en la interminable lista de arriba hacia abajo y frenó su lapicero entregándoselo a la castaña junto al pequeño cuaderno esmeralda.

—¿Está al tanto de que tiene trastornos de bipolaridad y personalidad?

—Sí.

—Escriba su nombre y firme allí. —replicó y ella asintió obedeciendo a sus órdenes.

El hombre se paró y le dio una mirada para indicarle así, que le siguiera. Sentía su respiración cortada principalmente por el nerviosismo y la angustia que le daba el pensar en las posibles situaciones que se debía encontrar Matt.

Jordyn se encontraba en un cuarto totalmente gris, dividido en dos por un cristal que tenía tres agujeros. Uno en el sitio donde iba la cabeza y otro donde iban las manos. Frente al cristal, de su lado y del lado contrario había una silla. En el de ella una simplemente gris de plástico pero en el otro lado una que tenía distintos artefactos de seguridad para los reclusos. Suspiró cansada y cuando se dirigía a sentarse el hombre la frenó.

—Pase por allí para ser revisada, por favor.

Murmuró bajo un 'está bien' y caminó en dirección a la vieja puerta gris opaca que se encontraba al final de la habitación. Allí le quitaron su móvil, las hebillas que llevaba en el cabello, su bolso, le quitaron los zapatos porque según el guardia contenía una hebilla peligrosa. También le quitaron sus aretes y el collar.

—¿Es necesario? —se quejó, entregando sus pertenecías.

—Son órdenes. —el guardia se encogió de hombros guardando todo en una especie de molde de plástico rectangular que siquiera tenía tapa. En un papel escribió el nombre de la chica y lo pegó en un costado del recipiente. Buscó una especie de distintivo y se lo enganchó a Jordyn en la remera. Era un cartel para asegurar que era visitante y traía su nombre escrito en el.

Ahora sí, se encaminó de nuevo hacia la habitación pero al entrar pudo ver a Mathew sentado del otro lado mirando al techo con los ojos cerrados, totalmente vestido de naranja, despeinado y con algunos golpes en el rostro que demostraban ser de hace pocos días mientras que las grandes bolsas violáceas que habitaban bajo sus ojos parecían de hace una eternidad.

—Tiene quince minutos. —le informó y cerró la puerta quedándose del otro lado mirando fríamente por la ventana.

Caminó lentamente tratando de no hacer ruido y se sentó, observando cómo las manos de su esposo caían muertas a través de los orificios y como sus antebrazos estaban rodeados por una especie de atadura de metal que se conectaba en la silla. Observó como tragaba saliva y sus puños se apretaban.

—Vete de aquí. —habló tranquilo, sin abrir los ojos. Ella frunció el ceño sin saber qué decirle. Se quedó callada y tragó duramente mientras relamía sus labios—. Te he dicho que te vayas. —el chico se reincorporó con los ojos totalmente rojos y las venas de su cuello marcadas. Sintió miedo por un segundo, pero se fue rápidamente con sus malos pensamientos sustituidos por una gran exclamación de lo cuánto que había extrañado su voz. Su cercanía. A él.

—¿Cómo supiste que era yo? —le sonrió.

El chico giró la cabeza en círculos con la mandíbula tensa y los nudillos blancos por la fuerza con la que contraía sus manos. No la quería allí. Quería que se fuera. Necesitaba que se fuera. No debería haber ido allí.

WhatsApp, MSB [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora