Mientras caminaba, yendo hasta la dirección citada que tenía escrita con bolígrafo en mi mano, la vi a la niña, en la vereda del frente, caminando casi a la misma rapidez que yo. De pronto se detenía y giraba sobre su eje, mirándose en las vidrieras y haciendo muecas graciosas, saludando a los perros callejeros con caricias suaves, y arrancando las hojas de algunos árboles. No podía dejar de mirarla, tanto que cuando el semáforo se puso en rojo, crucé igual y casi me atropellan, cuando el conductor del auto, furioso, comenzó a gritarme, lo ignoré y al querer ver a la niña, desapareció mientras cruzaba la calle, en mitad de la misma, se desvaneció.