Me acerqué al ataúd, y casi muero allí mismo, no pude evitar llorar desconsoladamente, el cadáver que descansaba en el ataúd era la chica fantasma. Tenía el mismo tatuaje, el mismo vestido, y su piel, sus labios, sus lunares, era ella. Y no podía creerlo, no podía entender nada, no había explicación. Estaba destruido, estaba tan dolido. Era como si la conociera de toda la vida, porque al verla allí, sin vida, me mato. Le agarré la mano, quería despertarla, quería que dejará de dormir, que abriera los ojos, pero era inútil, había muerto. Estaba muerta... y me siguió durante todo el camino, me protegió, me guió, me cuido. Me hizo conocer el mejor y el peor día de mi vida. Era mi niña cohete...