Cuando comencé a subir las escaleras del puente, la vi a ella, aferrada a la barandilla que impedía que cayera varios metros hacía el río, se sentó en el suelo, y sus delgadas piernas se filtraban entre los barrotes metálicos, dejando sus piernas cayendo al vacío, mientras movía sus pies, jugando con la gravedad y el viento que nos golpeaba fuertemente. Si ella quisiera, podía saltar, matarse. Mientras mi iba acercando sentía tanto frío, cuando ella volteo a verme, nos quedamos mirándonos fijamente, sentí tanto miedo, entonces ella sonrió inocentemente y me hipnotizó. Pero en el trafico del puente hubo un inconveniente y se empezaron a escuchar los pitidos de las bocinas, en ese instante que me deje llevar por los autos maniáticos, ella se distorsionó y ya no estaba más. Me pregunté si había saltado pero al mirar hacia el mar la marea estaba muy tranquila.