Cuando pase por la plazoleta observé tantos niños jugando, divirtiéndose, tan inocentes, tan libres, sin nada por lo que preocuparse. Son felices y ni siquiera lo saben. Crecer es horrible, tan estresante, pero una sonrisa se me dibujo en el rostro cuando la vi a ella. En los columpios, dando golpes en la arena con sus zapatos, tenía una cara triste, parecía estar llorando, parecía estar mal. Era un fantasma, me hubiese gustado acercarme y regalarle una flor, me preguntó que cara pondría al verme con un rosa en la mano. En ese instante se puso de pie y comenzó a correr a la parte más oscura de la plazoleta, donde allí no había nadie, más que árboles y siniestras personas queriendo lastimarla. Así que me desvíe de mi camino para ir tras ella.