Capítulo 20
Desde que abandoné Campoflorido, había llorado más veces que en toda mi vida, había pasado hambre, frío, dolor y pobreza, cosas que eran impensables y completamente desconocidas para mí... Me había hecho, de algún modo, más fuerte y decidida. Finalmente, el castillo de príncipe Alan se erigía ante mis ojos, más cerca que nunca y prometiéndome un fin cercano a la pesadilla en la que se había convertido mi vida. Allí estaba la llave para liberar a Liana, al final del retorcido camino que formaban las calles de Gubraz, un camino realmente enrevesado, un camino que nos guiaba... a ninguna parte.
-¡Por todos y cada uno de los ángeles que habitan en el cielo! ¿¡Es que no vamos a llegar nunca al maldito castillo!?
Joseph, Axel y Dante giraron sus rostros hacia mí al oírme proferir tal grito.
-Cálmate, niña... lo estamos intentando, ya sabes que las ciudades grandes son muy complicadas...
-¡No, no lo sé, Joseph, no tengo ni la más remota idea! ¡Y tampoco comprendo por qué llevamos desde la tarde dando vueltas y revueltas por caminos, mercados, plazas y callejuelas y aún no hemos dado con el sendero que conduce a ESA colina!- Señalé enfurecida la enorme colina sobre la que destacaba el ingente castillo. Efectivamente, desde que habíamos cruzado las puertas de la capital del reino, habíamos vagado con nuestros carros intentando, en vano, encontrar la calle correcta que nos llevara al sendero real. Las callejuelas de Gubraz eran engañosas, y cuando más cerca parecíamos estar, un giro inesperado del camino nos hacía acabar en una plaza atestada de gente, en un barrio lleno de niños muertos de hambre, o en una ocasión incluso en una calle llena de casas de meretrices, donde una mujer a las puertas de la vejez preguntó a los muchachos si querían los servicios de ''sus niñas'' o si al menos estaban dispuestos a venderme.
Ante tales afrentas, las más duras y constantes que había sufrido en mi vida, no era de extrañar que mis esperanzas se hubiesen esfumado a la misma velocidad a la que un rayo recorre el cielo un tarde de tormenta. Pasé del enfado a una desesperación cada vez más acuciante. Debía llegar al castillo antes de que se pusiera el sol, o se cerrarían las puertas.
Finalmente, cuando toda esperanza estaba perdida y me limitaba a mirar el techo del carromato grande tumbada entre los bártulos que poseían los juglares, Joseph profirió un rugido de triunfo. El camino se abría ante nosotros y el sol aún no había decidido acostarse entre las nubes. Azuzó a sus gordos caballos con fuerza, y Kamal y los gemelos nos siguieron a buen ritmo. El camino, empinado y serpenteante, estaba desierto. Recé cuanto sabía para que pudiésemos llegar a tiempo.
El castillo de Gubraz era, sin duda, el edificio más grande en el que había estado jamás, mucho más grande que mi propio castillo, mucho más grande que los árboles del bosque mágico, pero no pude fijarme en el momento en el que alcanzamos una de sus muchas puertas. Lo único que mis ojos vieron fue a dos soldados, vestidos con uniformes hechos de pieles oscuras y cuero y con la piel muy pálida, cerrando las puertas lenta y pesadamente. Me aterroricé tanto que no pensé ni un segundo en lo que hice a continuación. Salté del carro, haciéndome bastante daño en un costado al caer al suelo, y me levanté rápidamente, corriendo hacia la puerta mientras me quejaba de dolor:
-¡NO! NO LO HAGÁIS. PARAD, ¡PARAD, OS LO RUEGO!
Los guardias me contemplaron, atónitos. Parecían no poder creer que una chiquilla vestida de harapos hubiera tenido el valor de gritarles que se detuvieran. Francamente, yo tampoco lo creía.
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''El romance de Nadia''
FantasyEl mundo de la joven duquesa Nadia de Campoflorido se viene abajo cuando su hermana Liana regresa de un viaje en extrañas circunstancias. Nadia deberá enfrentarse a grandes retos y fantásticas aventuras, y deberá vencer sus miedos para salvar a su h...