Capítulo 4
Me convertí en una especie de hija fantasma. El nombre de Flavius de Bosqueumbrío no volvió a mencionarse en mi hogar, y, ante cualquier pregunta de mi padre o mi madre, yo respondía sí o no con un tono neutral. El resto del tiempo permanecía callada bordando en el salón principial o dando cortos paseos hasta la pradera. Aunque donde pasaba la mayor parte del tiempo desde que mi hermana intentara matarme por última vez, era en la biblioteca.
Gracias a Dios, mis antepasados habían sido siempre nobles eruditos y carismáticos que se habían preocupado por el patrimonio cultural además de por el económico. Por ello, el castillo de Campoflorido contaba con una enorme y hermosa biblioteca que abarcaba desde libros religiosos hasta poemas profanos cantados por juglares desvergonzados.
Desde que la idea de que mi hermana estaba hechizada asomara a mi mente, yo iba a diario a la biblioteca, donde leía todos los libros de leyendas y cuentos que encontraba, esperando hallar alguno que narrara un caso similar al de mi hermana, para así seguir el ejemplo y solucionarlo yo misma. Porque, si todos los cuentos tienen un final feliz, ¿Por qué no iba a tenerlo también Liana?
Sin embargo, las semanas pasaban, y aunque yo estaba ya harta de leer acerca de doncellas prisioneras, secuestradas, rescatadas, dormidas, malditas, afortunadas, desafortunadas, enamoradas o celosas, no leí nada sobre alguna loca que intentara matar a todo aquel que se cruzara en su camino.
Cuando, una tarde al atardecer, decidí dejar los libros y darme un baño, no imaginé la sorpresa que me esperaba mientras subía a mi alcoba.
-Amaya, prepárame un baño ahora mis...
No llegué a terminar la frase. Ni siquiera atravesé el umbral de la puerta.
Porque no era Amaya (que se había convertido en mi sierva personal) la que estaba ordenando mi alcoba, sino una niña pequeña.
-¿¡Qué estás haciendo aquí!?-Grité enfadada.
La niña se giró con un respingo. Al verme, lanzó un gritito y con lágrimas en los ojos, se arrodilló ante mí:
-¡Lo siento mi señora! por favor, tened piedad de mí, de esta necia sierva inútil que no...
-Basta. Levántate y no gimotees más-tercié, severa. Al ver que la pequeña, de 7 u 8 años como mucho, seguía tirada en el suelo, me decanté por gritarle- ¡LEVÁNTATE!
Me obedeció en el acto, como activada por un resorte.
-Te ordeno que me digas tu nombre.
-Me llamo Astrid, mi señora.
-Muy bien, Astrid. ¿Qué estabas haciendo en mi alcoba? y más te vale decir la verdad, o serás duramente castigada.
Mi amenaza hizo que Astrid rompiera a llorar. De hecho, apenas pude entenderla entre sollozos:
-Yo sólo hago lo que me ordenan...y me enviaron a preparar vuestra alcoba...pe...pero yo soy una torpe y... y me riñen, pero...pero como soy vuestra nueva sierva personal, pues...
-Espera, ¿qué? ¿Has dicho que eres mi nueva sierva personal?
Astrid paró de llorar y me miró con los ojos de miel muy abiertos.
-Claro, mi señora.
-¿Y quién te ha designado, si puede saberse?
ESTÁS LEYENDO
''El romance de Nadia''
FantasyEl mundo de la joven duquesa Nadia de Campoflorido se viene abajo cuando su hermana Liana regresa de un viaje en extrañas circunstancias. Nadia deberá enfrentarse a grandes retos y fantásticas aventuras, y deberá vencer sus miedos para salvar a su h...