Capítulo 2

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Capítulo 2

-Mi señora, el señor duque reclama vuestra presencia en el salón principal lo más pronto que os sea posible.

-Enseguida bajo-mi voz soñolienta resonó por toda mi alcoba.

Hacía poco más de un mes desde que mi hermana (o lo que quedaba de ella, mejor dicho) había vuelto a casa desde Gubraz.

El mismo día que volvió, el día en que intentó matarme por primera vez, mi padre hizo venir al médico de Campoflorido, que diagnosticó que probablemente Liana había sufrido algún accidente (como un golpe fuerte en la cabeza) y que se encontraba desorientada y muy cansada. Nos recomendó que la dejásemos dormir cuanto quisiera y se fue, así que a primera hora de la tarde los soldados de la capital y mi padre metieron a un agotadísima Liana en sus aposentos y echaron la llave. Poco después los soldados partieron de vuelta a Gubraz con la jaula vacía y una carta de mi padre en la que exigía explicaciones al príncipe por todo lo sucedido.

Mi madre pasó la tarde en cama, y yo la pasé llorando, pero al menos confiábamos en que a la mañana siguiente, mi hermana volvería a estar bien.

Por supuesto, confiar en esa idea fue un tremendo error.

Cuando mi padre abrió la puerta de la habitación de Liana, vimos que el cuarto estaba completamente destrozado.

Mi hermana había hecho trizas toda su ropa, las almohadas y las cortinas. Había trozos de cristales rotos por doquier, el dosel y el colchón de la cama estaban hechos pedazos, y la cómoda de madera tenía visibles marcas de golpes. Mi hermana estaba acurrucada en una esquina, llorando.

En cuanto mi padre puso un pie en la habitación y preguntó: ''Liana, hija mía, pero ¿Qué ha pasado aquí?'', se lanzó contra él mientras gritaba atemorizada. Cuando mi madre intentó calmarla también la atacó. Yo ni me acerqué. Mi hermana no paraba de soltar tacos, juramentos y maldiciones, y no dejaba de insistir en que nos mataría a todos.

Varias veces la cambiaron mis padres de cuarto en tres días, y con el mismo resultado. Liana no paraba de auto-lesionarse y de destrozar todo lo que se le ponía por delante. Cada vez estaba peor.

Finalmente, al amanecer del cuarto día, mi padre hizo que limpiaran a fondo una celda del sótano. Allí, tras asegurarse de que no había nada cortante a su alcance, instaló a mi hermana, y en la celda llevaba casi un mes. Yo bajaba a verla casi todos los días, y aunque al principio siempre se repetía la misma escena (ella enloquecía e intentaba alcanzarme tras los barrotes de la celda, y yo lloraba) lo cierto era que mi hermana había experimentado cierta mejoría. Le seguían dando ataques de locura, pero al menos ahora no intentaba matarnos siempre.

De todas formas las esperanzas eran muy escasas, porque ninguno de los médicos a los que habíamos consultado encontraba una explicación, mucho menos una cura. En cuanto a la carta del príncipe, era terriblemente imprecisa:  explicaba que Liana no llegó a Gubraz, que cuando la guardia real la encontró estaba sin escolta en el bosque y ya parecía trastornada, y que la enviaron de vuelta con nosotros por tal motivo. Contenía muchas lagunas y también algo de información contradictoria, por lo que mi padre, alterado, no cesaba de escribir hasta pergaminos enteros protestando y pidiendo explicaciones.

Era 14 de febrero,el día de los enamorados, y mi padre me había llamado para hablar con él. Yo sólo esperaba que fuera rápido. Estaba triste, porque los 14 de febrero, Liana y yo solíamos ir a la pradera a por flores rojas para regalárselas a nuestros padres. Mientras las recogíamos solíamos bromear acerca de cuál de las dos se casaría antes y con quién. Ahora, todo aquello me parecía una soberana tontería.

''El romance de Nadia''Donde viven las historias. Descúbrelo ahora