Capítulo 14

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Capítulo 14

Abrí los ojos lentamente, me sacudí un poco y tosí. No sabía cuánto tiempo llevaba dormida, desmayada, ida. Durante unos segundos me sentí casi tranquila, como cuando se despierta de un sueño profundo, pero mi mente, inquieta, comenzó a recordarme los acontecimientos vividos uno por uno y con todos los detalles que podía recordar. Estaba tumbada en un suelo cálido aunque duro, de madera. En cuanto me incorporé y miré a mi alrededor, me di cuenta de que estaba dentro de uno de los carromatos de los juglares, que permanecía cerrado, con la capota echada y la cortina de entrada atada por fuera.

Me acurruqué en una esquina, rodeada de bártulos y trastos que los juglares guardaban en el carro, e instintivamente toqué mi cuello. Mi colgante de clave de sol estaba allí, y yo suspiré aliviada. Me extrañó que aquellos demonios no me lo hubieran robado. Sin embargo, al tocar mi muñeca izquierda, comprobé con horror que mi brazalete-puñal no aparecía. Por supuesto, me habían quitado la única arma que poseía. Tampoco estaban mis botas ni mi zurrón. Sólo estaba yo, con un vestido bonito y perfectamente limpio, un colgante, los pies helados y mucho miedo. Me abracé las rodillas con los brazos y lloré durante un buen rato, sin saber qué hacer, sin saber qué iba a pasar, sin saber si mi hermana estaba muerta, sin saber si yo iba a estar muerta en un periodo corto de tiempo o si iba a acabar igual que Liana. Sin saber cómo podía haber confiado en aquellas personas. Sin saber por qué me había pasado todo aquello y por qué había sufrido tanto daño.


De repente, la cortina de entrada al carromato se abrió, y un rayo de luna arrancó un destello a mi colgante cuando me revolví incómoda, como un ratón acorralado por el gato. Suri y Panta entraron tranquilamente y se acercaron a mí como si vinieran a decirme que el desayuno estaba listo en la mesa. Suri intentó tocarme el brazo, pero yo me encogí aún más y gemí sin poder evitarlo.


-Te lo dije, Panta, te dije que estaba llorando, está aterrorizada... no va a querer venir.


-No se trata de que quiera o no quiera, Suri... se trata de que no queda mucho tiempo, de que ellos la están esperando...


Hablaban así, como si yo no estuviera delante o fuera demasiado estúpida como para comprender sus palabras... como si yo no recordara que Panta me había dicho que no eran humanas, como si ignorara el hecho de que debían ser demonios y que esos ''ellos'' que me estaban esperando eran los juglares, los que habían hechizado a mi hermana... como si yo fuera, en fin, una niña asustada con un vestido blanco. Aunque no podía culparlas... eso debía parecer.


-Me da pena...


-Vamos, hermana. Sabes que debemos llevarla con ellos o no lograremos entrar.


-Está bien... si al menos no estuviera tan asustada...


Ambas se aproximaron a mí, y me agarraron, cada una por un brazo. Yo pateé, arañé e incluso mordí todo lo que pude en un intento de defenderme, pero ambas me sujetaban firmemente, y fue imposible zafarme de las hermanas. Eran condenadamente fuertes a pesar de parecer delicadas. A trompicones me sacaron del carro, y por fin pude ver dónde me encontraba.


Aún era noche cerrada, y la enorme luna, creciente, iluminaba todo el bosque. Porque estábamos en el bosque, no había duda, aunque aquella parte me era totalmente desconocida.


Todo era verde, muy verde. Parece lógico decirlo, dado que hablo de un bosque, pero no era un verde corriente.  Era demasiado intenso, como si los árboles y la hierba que nos rodeaban estuvieran más vivos de lo normal, como si respiraran. Los árboles... me fijé en ellos. Eran de tronco nudoso y fino y de ramas largas, y eran altísimos, tan altos que no alcanzaba a ver las partes más altas de algunos aunque me esforcé en mirar mucho hacia arriba. De repente, unas nubes oscuras y densas taparon la luna en su totalidad, y el bosque quedó a oscuras.

''El romance de Nadia''Donde viven las historias. Descúbrelo ahora