Capítulo 9

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Capítulo 9

Creo que sería inútil y bastante tedioso contar los pormenores de mi primera semana de viaje. 

Podría contaros que andaba muchísimo, más de lo que había andado en toda mi vida, andaba hasta que mis pies no podían más, y al final, por las noches, siempre descubría que había avanzado la mitad de lo que creía que había avanzado.

Podría contaros, una a una, las heridas sangrantes que cubrían mis blancos y pequeños pies, acostumbrados a andar lo justo y necesario con zapatos de danza o tacón, y no con toscas botas de viaje, que me impedían descansar por las noches por el dolor.

Podría contar que no había ni una sola posada o taberna en el primer trecho de camino, así que la comida escaseaba. Pero no era muy grave, porque yo a penas comía, ya que tenía el estómago completamente cerrado por la tensión y los nervios.

Podría contar que estaba completamente segura de que, a esas alturas, mi padre habría mandado ya varios grupos de caballeros de la pequeña orden de Campoflorido a buscarme, pero, si pasaron por mi camino, no nos encontramos, ya que mi padre ignoraba que yo conocía otro camino que no fuese el real, plagado de soldados del rey y de otras órdenes de caballería.

Podría contaros que me aterraba adentrarme en el bosque, y que esperaba hasta que el dolor de garganta por no beber era mayor que que el miedo para buscar algún riachuelo o arroyo. Podría contaros, así mismo, que temía que el agua no estuviera del todo limpia e hiciera enfermar a mi delicado organismo.

Podría contaros que me pasaba las noches llorando helada, porque nunca conseguía encender un fuego decente, envuelta en mi capa y siempre acurrucada junto al tronco de un árbol, el más grande que encontrara cada atardecer, nunca muy lejos del camino.

Podría contaros todas las pesadillas que tuve en los poco ratos que lograba dormir. Podría contaros lo fea que estaba, lo horrible que estaba mi piel, lo enredado que tenía el pelo, las ojeras que me adornaban los ojos agrandándolos en exceso y haciéndome parecer una enferma.

Pero todo eso sería inútil. Porque, sinceramente, nada de eso fue lo más importante que me ocurrió al final de la primera semana de mi viaje. Nada de eso es lo que alimentó mi alma. Nada de eso me dio valor para continuar. Y nada de eso es lo que me apetece contaros. Lo que me apetece contaros es cómo comenzó una historia que jamás pensé que se produciría. Me apetece contaros el que fue el primer encuentro de muchos que se repitieron posteriormente, aunque yo no podía ni imaginarlo.

Lo que de verdad me apetece contaros es cómo le conocí.

Había conseguido parar de llorar, pero aquel día el camino había estado bastante revuelto (me había encontrado con muchos comerciantes, granjeros, peregrinos... en general, muchas personas, y había estado muy nerviosa en todo momento), así que, con todo mi pesar, tuve que adentrarme en la espesura del bosque que se extendía paralelo al camino. Casi al final del atardecer, encontré un gran claro, y justo estaba empezando a instalarme y a intentar encender una pequeña hoguera, cuando decidí apartarme un poco y esconderme entre la espesura. Me daba miedo quedarme en un espacio tan abierto. Aunque para ser sincera, desde que abandoné mi hogar, todo me daba miedo.

La noche se me echó encima como a veces viene la muerte: rápida y silenciosamente. Por suerte, todo era silencio y quietud en el bosque, con excepción de algún ruido animal muy lejano de vez en cuando. Mordisqueé a duras penas algo de pan , carne y queso (que sabían fatal, supuse que porque llevaba ya con ellos más o menos siete días) esperando no enfermar, Me quité las botas y las guardé en mi gigantesco zurrón, intenté vendarme las heridas con las suaves vendas de Vahid, aunque no tuve mucho éxito, y finalmente, me apoyé en el tronco de un árbol y, mirando la luna, que estaba llenísima e iluminaba el bosque como un pálido y argénteo día,  lloré hasta que me quedé dormida, envuelta en mi capa y abrazando mis escasas pertenencias.

''El romance de Nadia''Donde viven las historias. Descúbrelo ahora