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Charlie

—Amor, ¿te importaría llevar a la mesa siete un pedido extra de salsa de camino? —pregunta Berta con su pesado acento sureño que podría escuchar toda la tarde. Sobre todo cuando se dirige a mí con un sinfín de apodos. Mi turno comenzó hace una hora y ya he sido llamada: "Cariño", "Querida", "Preciosa" y "Dulzura". 

Algunas personas podrían encontrarlo molesto, pero yo absorbo cada una de ellas como una flor anhelando la luz del sol. 

Porque ninguna de ellas suena en absoluto como mi antiguo apodo

—¡Claro que sí! —Le guiño el ojo a Herald, el cocinero, mientras levanto del mostrador los platos cargados de comida. 

—Oh, Katie, eres un ángel —canta la rechoncha morena, palmeando mi hombro mientras agarra tres platos—. Sabía que mis instintos sobre ti eran correctos. 

Mostrando mi perfecta sonrisa de escenario, me paseo por las mesas para entregar sus órdenes. Fue hace sólo dos semanas que me senté en una de estas mismas mesas por horas, leyendo página tras página, hambrienta de cualquier noticia que viniera de Miami, preguntándome todo tipo de cosas. 

¿Estaba Sam allí? 

¿Me buscaba? 

¿Buscaba a Harry? 

Esperaba que la información que le dejé a Dan en su puerta, apenas unas horas antes de tomar el autobús, fuera suficiente. No era mucho, pero en realidad era todo lo que tenía. Si hubiera sido más inteligente, si no hubiera creído que Sam nunca me apuñalaría por la espalda, habría guardado las fotos de Bob y Eddie antes de que desaparecieran de la carpeta de borradores. 

Después de mi tercera taza de café, la camarera de mediana edad con una larga trenza que llegaba hasta su trasero y con la credencial etiquetándola como "Berta", me preguntó qué hacía una chica bonita como yo completamente sola. 

No me sentía de humor para la charla ociosa o para inventar mentiras, así que con toda sinceridad anuncié que necesitaba un trabajo y un lugar donde vivir. Ella me preguntó dónde me estaba quedando y, cuando le dije, su cara se apretó con disgusto. —Oh, será mejor que no lo hagas más. 

Ahora estoy aquí, sirviendo mesas en Becker's Diner y alquilando una habitación sobre el garaje de Berta, a una cuadra de distancia. 

Fue casi demasiado fácil. 

La habitación es pequeña, pero está limpia, segura y cómoda. Sobre todo, es lo suficientemente privada para que nadie me escuche llorar hasta quedarme dormida cada noche. 

Berta es dulce. Es una mujer soltera de treinta y ocho años que heredó el restaurante de la familia y ha estado luchando por encontrar una buena ayudante para el turno de la tarde después de una serie de intentos desastrosos. No confío totalmente en que no se entrometa, pero mi arma y mi mochila están ocultos en un conducto de ventilación, así que me imagino que estoy bien. 

Y ahora soy Katie Ford de veintiún años que viene de Ohio. Tengo un corte de pelo hasta mi barbilla de color castaño dorado, ojos violeta, y uso solo maquillaje ligero. Tengo una familia normal de regreso a casa que se siente orgullosa de mí por graduarme con un título en Humanidades del Estado de Ohio y que me apoya totalmente mientras experimento la vida en el Sur. Y mi billetera fue robada. Esa es la razón por la que no tengo número de seguro social u otra identificación. Temporalmente, por supuesto. 

Incluso fui a la iglesia con Berta el domingo pasado por la mañana. 

Soy una persona nueva. Una buena persona que hace cosas buenas. 

Quien también esconde su silenciosa agonía. 

—Aquí está tu sándwich de carne, Stanley. Ten cuidado, está caliente. —Pongo el plato en la mesa delante de un cliente habitual, un criador de cerdos de cuarenta y tantos años, con el pelo naranja y tirantes verdes que viene a las seis cuarenta y cinco cada noche y siempre ordena exactamente la misma cosa. Creo que siente algo por Berta.

Muchos de los clientes aquí son regulares. Es agradable. Insisten en decir hola, y eso me hace sentir que no estoy tan sola. 

—¡Oye, Katie! 

Me giro para encontrar a Will, el sobrino de Berta, asomándose detrás de mí con su torpe sonrisa. —¿Qué vas a hacer esta noche después del trabajo? 

—Oh, probablemente sólo vuelva a casa. Estoy cansada. —Finjo un bostezo, sabiendo que no puedo inventar una historia elaborada con Berta atenta. Ella tiene la esperanza de que empecemos a salir, prometiendo que aunque él pueda actuar como un holgazán, es un buen chico que podría necesitar una chica como yo en su vida, en lugar de esas "rameras" que sigue trayendo aquí. 

Honestamente, no hay nada malo con él. 

Aparte del hecho de que no es él. 

En este momento, solo el pensamiento trae un bulto doloroso a mi garganta

—Está bien. Bueno, si cambias de opinión, mi amigo tiene una fiesta esta noche en la calle Copper Mill. Una banda en vivo... barriles... deberías venir. —Sus ojos bajan a mi pecho, acentuado por la ajustada camiseta de "Becker's", antes de encontrar mi mirada y saber que lo atrapé. Al menos tiene la decencia de sonrojarse. 

—Gracias, Will. Lo tendré en mente. —Lo miro mientras regresa para unirse en una cabina con un grupo de sus amigos universitarios. Y eso me recuerda que se supone que debo estar en Nueva York en estos momentos, asistiendo a Tisch, viviendo mi sueño. No sirviendo hamburguesas y refrescos en un restaurante en Alabama. 

Suspirando por un hombre del que sin querer me enamoré. 

Con una profunda y tranquilizadora exhalación, empiezo a limpiar y recoger los platos de una mesa. Katie Ford de Ohio nunca se matriculó en Tisch. Nunca se desnudó para ganarse la vida. Nunca conoció a un hombre llamado Harry.

Y tampoco nunca traficó drogas, jamás lo hará. No puedo dejar que el rayo de luz desaparezca dentro de la sofocante nube negra. 

Una ronda de carcajadas estallan desde la mesa de Will cuando una de las chicas mueve su cabello juguetonamente en su oído, el movimiento revela una raya de color púrpura en la parte inferior de su cabello.

Sonrío por el recuerdo agridulce que eso desencadena. 

Me pregunto cómo lo está haciendo Ginger. Me pregunto si Katie Ford tiene alguna esperanza de volver a tener una amiga como ella. Ya me reconcilié con el hecho de que nunca encontrará a un hombre como Harry.

Me pregunto qué está haciendo él en este preciso momento. Si está en el club o escondido en su oficina. 

Si está pensando en mí. 

Si me extraña. 

O si ya ha seguido adelante. 

Four Seconds To Lose |HS| Donde viven las historias. Descúbrelo ahora