Lo dejé todo, pero no tenía nada para dejar

13 3 0
                                    

Perder, como odio perder.

"Sueles dejarlo todo en la cancha, aportar más."

Eso me decían sus miradas, lo que no saben es que sí lo dejé todo, lo que no saben es que no tenía nada qué dejar.

"¿De quién es la culpa?" me pregunté a mí misma.

"Mía y de nadie más."

Sí, la culpa es mía y de nadie más, la única culpable de mi fracaso soy yo, y no de una casualidad, o mil de ellas, es mía, por no tener nada que dejar o aportar. Porque antes de ese momento no me esforcé por tener algo que dejar, no luché por tener algo que dejar, mi mente se puede mover, puede hacer que mi cuerpo actúe, llevarlo más allá del límite, pero... "más allá del límite" no es nada cuando el límite es tan poco.

Es mi culpa y tengo derecho a odiarme a mí misma, porque son mis sentimientos y nadie puede juzgarlos o gobernar sobre ellos, nadie más que yo misma.

Levanto la cara y me miro al espejo, trato de ver que hay ahí dentro, esa cara de derrotada que tanto odio y aborrezco, la voz en mi cabeza susurra "solo es un juego".

Y sí, sé que solo es un juego pero en mi cabeza no hay solo una voz, hay miles y la que más se sintió, la que me estremeció fue la que gritó "¿qué tanto amas el juego? ¿Qué tanto deseas ganar? ¿Qué tanto odias perder? Idiota".

¿Qué tanto amas el juego? Tanto que ni te imaginas.

¿Qué tanto deseas ganar? Con todas mis fuerzas.

¿Qué tanto odias perder? Tanto que no odio nada más en la vida.

Ya una voz hizo las preguntas, y ya otra respondió cada una de ellas.

Ahora la última de las preguntas es "¿es suficiente como para levantarme y buscar tener algo que dejar, tener algo tan grande para dejar que sea imposible perder?"

Divagaciones [blog] {historias cortas}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora