Querido diario:

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Una tarde de verano como otra cualquiera, había quedado con un chico en la playa y yo estaba con los nervios a flor de piel porque no lo había visto desde hacía unos meses atrás. Por razones que aún desconozco, él creía que yo tenía novio, aunque él nunca había llegado a conocerlo en persona.

Cuando llegó, me sentí más nerviosa que en toda mi vida. Al principio no sabía como responderle en un saludo, pero me salvó cuando enseguida corrió a abrazarme.

Llegó la noche y nos fuimos a la feria, pero como él no se conocía el lugar, empezó a investigar por su cuenta obligándome a que yo le siguiera. Corrió hacia no se sabe dónde y conforme iba pasando más y más el tiempo, yo sentía cada vez más la necesidad incipiente de ir y tocarlo, aunque fuera tan solo unas milésimas de segundos. Con la excusa de no perderlo, le di primero un pequeño abrazo cogiéndolo de la cintura que duró tan solo unos instantes, aunque por la vergüenza acabé alejándome más rápido de lo que habría querido. Antes de que pudiera escapar, se aferró a mi mano rodeándola a con los dedos, me miró a los ojos y su mirada se iluminó al escapársele una sonrisa.

Pese a que no estábamos para nada solos, yo no era capaz de focalizarme en nada más que en las sombras que se le creaban en la espalda de la camiseta al moverse, en el movimiento de sus labios al hablarme, en lo pelos salvajes de su flequillo que siempre estaban luchando por escaparse, y como no, en esa voz ronca que le salía después de haberse reído.

Seguí dejando que me dirigiera él por estas estrechas calles pese a que él no conocía el camino. No pude resistirme a dejarme llevar al decirme "si nos perdemos, sería una nueva aventura entre ambos". El resto de camino seguimos dándonos la mano, escondiéndonos uno del otro y dándonos algún que otro abrazo furtivo inesperado por la espalda, con la consecuencia de que tuviéramos instaladas en nuestras caras una sonrisa de oreja a oreja permanente.

Al final, su inesperada caminata nos llevó al inicio de la playa, la cual estaba separada de la civilización por una simple valla de madera barnizada hace muchos años ya, en donde acabamos apoyándonos para descansar. Yo le ofrecí entrar a la playa y disfrutar un poco de la orilla, pero él no quería. Solo se quedaba ahí parado, cogiéndome de ambas manos y mirándome nuevamente a los ojos. Yo sentía su respiración más cerca conforme iba hablando y esta se hacía cada vez más dura y pesada. No me dijo nada sobre si me iba a besar o no, pero lo único que sé es que yo lo deseaba con todo mi ser. Justo en ese momento recordé el supuesto "novio" y, como si él pudiera leerme los pensamientos, se alejó a una velocidad descomunal, pero jamás dejó de soltarme las manos. Básicamente, desde que llegó, el contacto físico entre ambos había sido ininterrumpido, ni tan solo un segundo.

No sé el porqué, pero me sentía extrañamente decepcionada porque se hubiera alejado de mí, así que en una rabieta de niña pequeña acabé soltándole las manos, quitándome los zapatos, y entrando a la playa yo sola. A mi lado me encontré con una mujer sentada en la arena, mirando a unos críos pequeños jugar unos metros más allá en la arena.

Ignorando a mi acompañante, corrí hasta la orilla y empecé a juguetear con el agua que me bañaba los pies. Poco a poco, entré hasta llegar a mojarme un poco más allá de solamente los dedos, pero en unos momentos de confusión, una ola inesperadamente fuerte acabó con mi equilibrio y cuando quise darme cuenta, ya estaba en el suelo, bañándome entera, con arena hasta en las cejas.

La mujer de antes estaba hablando con el chico de cosas que nunca llegué a descifrar, pero al verme sentada en la arena y con el agua llegándome a la cintura, esta cortó su conversación con él para ofrecerme ayuda. Le dije que no importaba, que llevaba el bikini justo debajo y que gracias a eso y aprovechando mi enfado, aprovecharía y me desprendería de mi ropa empapada.

Una vez ya con tan solo el bikini tratando de no exponer demasiado mi piel, me zambullí en el agua cristalina. Cuando volví a abrir los ojos, me encontré con un Peter semidesnudo con cara de arrepentimiento y de pedir disculpas, aunque este nunca llegó a pronunciarlas. En cambio, volvió a cogerme de la cintura y me dio el abrazo más largo y cálido que me han llegado a dar nunca, inclusive en sueños. Aprovechando la cercanía, le di un beso furtivo en la mejilla y dejé que ahora mis labios se posaran sobre su cuello, solo para que instantes después los separara y dejara reposar mi barbilla en el hueco de su cuello. Me cogió de la cintura y me elevó lo justo, aún dentro del agua, como para obligarme a aferrar mis piernas en sus caderas, acortando aún más la distancia.

No recuerdo cuánto tiempo estuvimos en esa posición, solo sé que desearía no haberme despertado jamás.


Y así es, querido diario, como el otro día tuve el sueño más precioso que he tenido jamás con algún chico, y créeme diario mío, que he tenido toda clases de sueños.

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