Últimamente estoy pensando en el suicidio más de lo que me gustaría.
He tardado meses en encontrar la inspiración para volver a escribir, y no ha sido hasta que me he visto con el agua hasta el cuello que me han venido las palabras. Tampoco es que estas tenga mucha calidad ahora, y visto lo ocurrido, si solo me tienen que ocurrir desgracias para poder encontrar la manera de expresarme, prefería no volver a escribir en mi vida.
Innumerables han sido las veces que me he puesto frente a la pantalla de un ordenador releyendo mis historias inacabadas, y por muy orgullosa que estuviera en el momento que la escribiera, no paraba de sacarle defectos a medida que mi vista avanzaba de línea en línea, de párrafo en párrafo. Incontables veces también son las que he luchado en vano contra un folio de papel, intentado darle vida a mis ideas, en donde el boli ganaba la batalla y alargaba su vida de tinta por algunos días más.
He de decir que no es que me entusiasme acabar con mi vida; y que en verdad estoy enamorada de este mundo, pero sí que me gustaría acabar con muchas partes de ella.
Yo... he llegado a colocarme una tableta entera de pastillas frente a mí, con no más triste compañía que un vaso medio vacío, con una pequeña gota traviesa deslizándose por el lateral burlándose de mí y mi mal pulso. He llegado a abrir la cápsula que contenía la primera de la que iban a ser doce pastillas —si las matemáticas no me fallan —, y he llegado a colocármela en la boca. He notado como la pastilla se empezaba a deshacer entre mi lengua y mi saliva, y también he notado como el amargo sabor de la muerte empezaba a abrazarme a la par que ese maldito comprimido químico se disolvía entre mis babas.
Pero la escupí.
Soy una cobarde.
Una cobarde que ama la vida, por muy mierda que llegue a ser esta.
En verdad no quería acabar con mi existencia, lo juro; ya he dicho que estaba enamorada, pero no se me ocurría solución más efectiva que esta.
Nunca me he autolesionado —en gran parte porque me da muchísimo asco—; nunca me he atrevido a colocar una cuchilla frente a la pálida piel de mi muñeca, y jamás pienso hacerlo. No tengo estómago para estas cosas. Pueden que digan que sientes como un cosquilleo cuando sientes la cuchilla adentrándose en tu piel, rasgando los tejidos, y como mucho, lo máximo que te queda es un leve picor cuando esta herida cicatrice.
Aún así, me veo incapaz.
Y en verdad me alegro de serlo.
Es por eso que pensé en una forma más rápida de acabar con esto. Algo indoloro, de cobardes, algo silencioso y que nadie lo notara hasta ya producido el efecto.
Pero, tranquilos, esto no es una carta de suicidio.
Como ya dije, amo la vida, y amo muchas cosas de ella, y estoy segura de que amaré muchas otras que aún no he tenido el placer de disfrutarlas. Es por eso que pensé en tomarme solo unas cuantas pastillas, no todas, las justas para que me dejaran inconsciente durante horas, pero sin llegar a acabar con mi vida.
Solo quiero acabar con los problemas, y una forma de hacerlo sería dándole un escarmiento al más grave de todos. Aunque, sé que con mi mala suerte, acabaría solamente encontrando a la parca, daría igual lo mucho que huyera de ella.
Llevo días llorando en mi cuarto, recluida entre mis sábanas. Creo que he vuelto a caer en esta tan famosa enfermedad con la que muchos bromean llamada depresión; y es que no soy capaz de hablar con nadie sin echarme a llorar, con un ardor recorriéndome el pecho, oprimiéndome la garganta hasta tal que punto que los llantos pasan a ser balbuceos intangibles.
La fachada de "monstruo sin sentimientos" que he tardado en construirme durante mis dieciocho primaveras se me desmorona en tan solo unos instantes, se me viene abajo cuando el mayor de mis agobios entra por la puerta y empieza a gritarme.
Amenazas.
Dinero.
Muerte.
Mayoría de edad.
Cárcel.
Respeto.
Llanto.
Suicidio.
Son las palabras que una y otra vez se repiten en mi mente, evocando estos sentimientos que creía tener ya enterrados y olvidados. Llevaba cerca de tres años sin sentirme tan vulnerable, y los que más me apoyaron en su momento son los que me han hundido en la más míseras de las miserias.
No escribo esto con el fin de buscar la compasión de nadie, ni lo publico para que aquellos que me odien se regocijen en mi desgracia. Solamente lo hago porque quiero, porque puedo, y porque como siga así, será de lo último que vuelva a escribir.
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Divagaciones [blog] {historias cortas}
RandomSolo los más valientes y ávidos lectores estarán dispuestos a adentrarse en las más oscuridades profundidades de mi imaginación y con suerte, salir ilesos.