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Respiro hondo y con el ligero cabeceo, unos pequeños mechones salvajes se escapan y deciden posarse sobre mi frente. Maldigo para mis adentros y suspiro en un burdo intento de volver a peinarme. Kojaku no debería de haberme cortado tanto el pelo, apenas puedo pestañear sin que el flequillo se enrede con mis pestañas.

Escucho el timbre que me hace saber que alguien ha entrado a la tienda, pero ni me molesto en fijarme quien ha sido. Mi vista sigue fija en la pantalla delante mía y, aunque no estoy prestándole real atención, hoy no me apetece socializar con ningún cliente, aunque sepa de sobra que sea de mi mala educación.

Unos pasos se acercan hasta el mostrador y no es hasta que carraspea que me digno finalmente a echarle un vistazo. Un traje negro y una corbata amarilla, una rubia cabellera y una cara que me resulta realmente familiar se hacen dueñas de toda mi atención y no es hasta que me fijo en la leve cicatriz sobre su labio que recuerdo quién es.

Noiz tensa sus hombros e intenta forzar una sonrisa, aunque sin muchos resultados. Intenta conjugar palabra, pero no puede. Yo tampoco. Han pasado bastantes años desde que no lo he visto y los recuerdos y sentimientos se empiezan a agolpar en mi mente, atorando hasta el último de mis nervios.

Quiero saludarle, hablarle y contarle todo lo que se ha perdido. Quiero eso y muchas más cosas, pero de momento no puedo hacer más que limitarme a mirarle. Entreabre sus labios y suspira levemente, lo justo para que recuerde aquel beso que  me dio aquella primera vez. Un pequeño rubor quiere hacer su aparición en mis mejillas debido a los recuerdos que ahora llenan mi subconsciente, así que intento conversar para disiparlo.

—Etto...

Intento hablarle, pero Noiz no me deja. No sé en qué momento ha sucedido, pero ahora mismo solo sé que me encuentro entre sus brazos. El rubio baja su cabeza y la deja caer levemente en el hueco entre mi mandíbula y mi clavícula, agarrándome por fuerza de la cintura. Deposita un suave beso en la misma zona mientras susurra un pequeño "te he echado muchísimo de menos, Aoba, no sabes cuantísimo" y deja un rastro de estos hasta la comisura de mis labios.

Aguarda un momento, casi como pidiéndome permiso, y no puedo si quiera disimular la pequeña sonrisa que se me ha escapado al comprar al rudo Noiz de hace más de tres años con el Noiz gentil que me acabo de topar. Supongo que él toma esta pequeña sonrisa como una autorización y planta un casto beso en mis labios, aunque este poco a poco empieza a tornarse más apasionado.

—Yo también te he echado de menos, Noiz.

Divagaciones [blog] {historias cortas}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora