Paris, Francia
El sol de junio abrasaba mi piel y el canto de los pájaros me taladraba los oídos. Llevaba una semana lloviendo sin tregua y justamente hoy el sol tenía que brillar con más fuerza que nunca. Me parecía absurdo, incluso una broma de mal gusto por parte del cielo. Era como si se estuviese burlando de nuestro dolor. Todo brillaba demasiado, con colores chillones y artificiales, y me estaba poniendo enferma.
Notaba el calor cada vez más asfixiante a través del vestido negro que me había puesto esta mañana, los pies me sudaban dentro de las bailarinas y la coleta que me sujetaba el pelo me apretaba demasiado, tanto que no sabía si el dolor de cabeza se debía a ella o al sol. Tenía la vista clavada en el horizonte, sin atreverme a mirar lo que estaba ocurriendo a pocos metros de mí. Con una fuerte inhalación cerré los ojos e intenté ignorar los sollozos que ahogaban el canto de los pájaros.
Llevaba una semana en modo de negación. No podía concebir la verdad, no quería. Era demasiado duro aceptar que en un segundo, toda mi vida había dado un giro de 180 grados. Es increíble como en un instante crees tenerlo todo y al siguiente... todo cuanto amas desaparece ante tus ojos sin que puedas hacer nada para evitarlo.
Sentía el peso de la mirada de mi hermana a mi lado, su respiración entrecortada por causa del llanto y el dolor que emanaba de ella. Sabía que me necesitaba, que nos necesitábamos mutuamente en este momento, pero no podía. No era capaz de abrir los ojos para encontrarme con otros tantos llenos de compasión y tristeza. No quería tener que ver a Rebecca una vez más con los ojos anegados en lágrimas, sin saber cómo yo, precisamente, iba a poder consolarla. Pero, sobre todo, no podía volver a observar los ataúdes que se encontraban a escasos pasos de nosotras y que, en unos minutos, estarían enterrados bajo toneladas de tierra. Vacíos. Huecos. Sin ningún cuerpo al que dar verdadera sepultura. Sin ningún alma por la que rezar. Nada. Nadie.
Una intensa punzada atravesó mi pecho y comenzó a expandirse lentamente por mi cuerpo. Rabia. Dolor. Impotencia. Culpabilidad. Una amalgama de sentimientos recorrían cada centímetro de mí y me arrastraban, una vez más, sin poder evitarlo hasta aquella noche:
"-¡Samantha, por el amor de Dios, ya está bien! -exclama mi madre cabreada.
-Cariño -la voz de mi padre suena casi a advertencia mientras le pone una mano sobre la rodilla. Ella lo mira exasperada y resopla.
Llevamos casi una hora discutiendo. Si al menos me escuchasen una vez, una sola vez en mi vida...
-Llevo días hablándote de este concierto. Cece y yo llevamos esperando semanas por esta noche -repito por enésima vez -. Os dije mil veces que no quería ir a otra maldita exposición de santos, querubines y bichos alados.
-¡Samantha! -esta vez es mi padre el que alza la voz y, en cuando habla repito sus palabras en un murmullo a la vez que él -. Te tengo dicho mil y una veces que no maldigas y menos delante de mí. Sabes cuanto me molesta que lo hagas.
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The Falling Grace © [PAUSADA]
Paranormal* NOVELA PAUSADA HASTA NUEVO AVISO * En el mundo del Infierno no hay límites, no existen las reglas y desear algo es poseerlo. Así comprende D. Blake el mundo y hasta ahora, siempre le había ido bien. Su problema comienza cuando una chica, Samantha...