Confusión y confesión

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—Vale Sam

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—Vale Sam... Respira. Respira hondo —me dije a mí misma en cuanto cerré la puerta del baño a mis espaldas.

Me abalancé sobre el lavabo y abrí el agua fría al máximo, dejando que corriera unos segundos antes de coger un poco entre mis manos y echármela sobre la cara. Repetí la acción un par de veces más y luego me pasé las manos frías y mojadas por la nuca.

Perdía el sentido. Cada vez que estaba con él todo el control que tenía sobre mí misma se esfumaba. Daba totalmente igual que esta misma mañana me hubiese levantado temiéndole, que el miedo me hubiese corrido por las venas como veneno líquido al ver su rostro deformado por lo que era. Por lo que realmente era. No importaba que Blake fuese una criatura ajena a este mundo, un ser... Infernal, como él había dicho. Aunque me ponía los pelos de punta el término. Era incapaz de verlo, a pesar de su apariencia y condición, como a una mala persona. No después de todo lo que había hecho por mí. Y al parecer mi cuerpo, mis hormonas y una importante e irracional parte de mi cerebro opinaban lo mismo.

El calor de su mirada y sus insinuaciones hacían estragos en mi trastocada mente. Hacía menos de dos horas que una banda de depravados habían intentado hacer sólo sabe Dios qué conmigo, menos de dos horas en las que había vuelto a ver ese lado de Blake que tanto me costaba aceptar y, lo que más me había afectado, no había pasado el tiempo suficiente para poder asimilar que habían vaciado el cargador de una pistola en su pecho y no había sufrido ni un rasguño. Con el primer disparo mi corazón había dejado de latir, anticipando la herida mortal que se había dirigido hacia su corazón, pero en cuanto ésta rebotó, creando simplemente un desgarrón en la ropa de Blake, mi corazón volvió a latir con más fuerza que antes.

Era cierto. Mis pesadillas no podían ser más reales. Pero aún así... No había otra explicación posible. No había trucos, ni mentiras. Nadie intentaba gastarme una broma pesada ni asustarme esta vez y, si la inmunidad a las balas no había sido suficiente, los había visto. A todos ellos. Había visto cómo extendían o replegaban sus... Alas. Verdaderas y grandes alas de extraordinarias plumas negras, tan negras que parecían absorber la luminosidad de su alrededor, creando un aura de oscuridad sobre ellos.

Y, si verlas me había dejado estupefacta, sentir su fuerza y poder a través de Blake cuando alzó el vuelo conmigo en brazos había terminado por confirmar y esclarecer cualquier duda que pudiese tener.

—Es un... Un... —resoplé y detuve mi absurdo caminar de un lado para otro en el baño, parándome frente al espejo.

Recorrí mi reflejo con rapidez, no queriendo detenerme en el hecho de que llevaba puesta su ropa —que me quedaba demasiadas tallas grande, aunque no me había importado demasiado hasta que, recuperando su actitud descarada que tan nerviosa me ponía, había soltado aquella perlita de lo que opinaba de mí con o sin ella—, por no hablar de mi aspecto físico. Estaba pálida y mis, normalmente tenues ojeras, resaltaban como dos sombras violáceas bajo mis ojos. No podía creerme que, apenas unos minutos antes, él hubiese dicho que estaba preciosa.

The Falling Grace © [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora